La ilusión conyugal

Antonio Hortelano dirige esta comedia burguesa de Eric Assous, para insistir en el habitual entretenimiento de siempre en el Teatro Bellas Artes

La ilusión conyugal - FotoEsta obra es lo que parece. Si ustedes tienen el prejuicio afinado, después de asistir a este montaje lo convertirán en aseveración. La sempiterna comedia francesa con idiota por el medio (y con cena quemada incluida), con humor de ironía tontorrona, o sea, la manifestación ridícula y ridiculizante de la clase alta de nuestro exquisito país vecino. Nadie perderá las formas, las cuales, ante todo, son lo fundamental. Por eso funcionan tan bien los Chiens de Navarre con sus espectáculos satíricos. Algo necesitan satirizar.

Da la sensación de que se quiere rejuvenecer la misma dosis de la alta comedia de siempre, con sus similares mecanismos, a desenmascarar nuevamente a los celosos, mientras el combate de los sexos se sostiene con la finura que hoy deviene hortera. Es decir, continuar la exitosa estela de nuestro rancio por antonomasia, Arturo Fernández, quien ya protagonizó esto de Eric Assous, con el título Los hombres no mienten.

Antonio Hortelano también ha encarnado a un personaje del dramaturgo tunecino en Nuestras mujeres. Ahora se pone a dirigir y, verdaderamente, ha estado muy acertado en la configuración de su elenco, pues los tres intérpretes no hacen más que explotar unos modos que ya hemos visto en otras ocasiones. La blandura en ellos no deja contrapeso posible en el argumento. ¿Podría haberse exprimido esta obra de otra manera más seria y consistente, con individuos más maduros y con requiebros más elaborados? Podemos apostar por ello.

Tenemos, inicialmente, al triunfador Maximiliano, como un César, un narcisista con su delatora «Novena sinfonía» en su móvil, repleta de ímpetu y alegría, que se observa en una portada de revista colgada a tamaño grande en el salón, y que luego se descompone como un corderito a los quince minutos. Termina por ser un pusilánime que no levanta cabeza en toda la función. Resulta, insoportable. Alejo Sauras no da el tipo de joven con virilidad marcada. No han faltado los que lo han aniñado en otras propuestas, como el Edipo de Bezerra y Luque. Claro que si uno de sus contendientes es un tal Enrique ─Quique, en las distancias cortas─, no esperen más que unas humoradas de épocas pretéritas redundantes en su liviandad. Al pobre Álex Barahona (refrenado, como en Tarántula o El cuidador) lo visten como un pijo patético de club de tenis, con sus tonos rosas y el pantalón tobillero. De poco le vale estar mazado, porque su amaneramiento y discursos timoratos apenas sirven para hacernos dudar sobre si se iba a caer en la chabacanería de proclamar que es homosexual. No, el asunto es mucho más evidente e insufrible.

Y es que esta pieza afortunadamente breve pone sobre la mesa la cuestión de la sinceridad en la pareja. Veremos cómo, por puro juego, por puro chascarrillo, se saltan las reglas básicas del erotismo bien engrasado y sagaz. Un conteo a pecho descubierto de amantes que, por mucho que se esbocen con el cariñito en la boca, son puñaladas sin remisión. Si él afirma que doce o trece, pues nos lo venderá como un hábito espumoso, sin maldad. El escarceo sexual para la aliviar las tensiones. Sin embargo, si ella asevera que ha estado solamente con uno durante varios meses; ahí hallará el esposo vilipendiado premeditación y alevosía. El ingenio del autor llega hasta ese punto. Lo demás es tan relamido como esa película que ha triunfado entre los galos, Crónica de un amor efímero, de Emmanuel Mouret, que va de cuernos existenciales, matizados y hasta respetuosos.

Ángela Cremonte nos entrega su atractivo. Su María es otro carácter plano en este cuento moral. Tan inútil en lo doméstico ─para eso tienen a la criada, quien también, resulta que da otros servicios─, como avispada a la hora de contravenir a su maridito. Si esta sospecha de que ese amante es Quique, puesto que mejor que invitarlo a cenar para que todos los trapos sucios se expongan con claridad.

En cualquier caso, no hallo en el trío nada que me seduzca; porque dudo de su inteligencia. El único personaje interesante de este espectáculo «acontece» in absentia. La mujer de ese malhadado (y divorciado) amigo tristón parece ser la auténtica fuera de serie. Una hembra alfa capaz de llevar la voz cantante y de atrapar a cualquier hombre que ansíe aventuras fuertes.

¿Qué hacemos en un teatro con tres almas descompuestas? Pues aburrirnos un poco, ya que las bromillas no nos alcanzan ni para esbozar una mueca. Quedémonos, al menos, con la escenografía de Pablo Menor, un minimalista apartamento con un curioso jardincillo al que se accede por una puerta corredera solo apta para manos delicadas. No termino de ver qué podemos hacer con este humor francés.

La ilusión conyugal

Autor: Eric Assous

Versión y dirección: Antonio Hortelano

Reparto: Alejo Sauras, Álex Barahona y Ángela Cremonte

Escenografía y vestuario: Pablo Menor

Diseño de iluminación: Carlos Alzueta

Ayudante de dirección: Vanesa Tejero

Jefe de producción: Juan Pedro Campoy

Jefe técnico: Alberto Muñoz

Ayudante de producción: Nicolás Gallego

Gerente/Regidora: Elena Batres

Técnica de iluminación: Alba Segovia

Técnico de maquinaria: Alfonso Peñas y Enrique Mompo

Técnico de sonido: Raúl Sánchez

Productor: Jesús Cimarro

Producción ejecutiva: Pentación Espectáculos

Una producción de Pentación Espectáculos, Paloma Juanes, Alejo Sauras y Antonio Hortelano.

Teatro Bellas Artes (Madrid)

Hasta el 7 de enero de 2024

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