Esther Carrodeguas dirige y protagoniza una sátira grotesca sobre Manuel Fraga para desembocar en una soflama galleguista

¿A quién le importa ahora Manuel Fraga? A tenor de lo observado en esta comedia, más a los gallegos que al resto de los españoles. Porque este panfleto posee el mensaje expreso de que nuestros compatriotas del noroeste deberían votar a un partido que pueda negociar en Madrid sus peticiones. Ya saben: o Bloque galego o nada. Quizás no haya que tomarlo en el estricto sentido nacionalista; sino, más bien, como otro más… ¿qué hay de lo mío?, en plan regionalista.
¿Cómo se llega a esta mitinera «verdad»? Pues haciendo un recorrido biográfico del que fuera Ministro de Información y Turismo allá por los años 60 hasta su fallecimiento en 2012, después haber presidido la Xunta durante tres lustros. La caricatura podría tener su gracia si el apuntalamiento satírico no fuera tan grotesco y tan, sobre todo, evidente. Comprenderán que aguantar a la propia autora, Esther Carrodeguas, quien venía con el aval de Supernormales, apostillando cada episodio, deja al espectador acogotado. Si, además, esta, en la segunda parte, ya en territorio gallego, se inviste del propio «emperador», ya el esperpento es abrupto; puesto que, como actriz, está unos cuantos peldaños por detrás del elenco restante. Si ─más todavía─, ella, con su propio nombre, se da importancia, se expone y nos conmina a comprar su ideología; pues ya podemos irnos con el politiqueo a cuestas.
El populismo que se destila, con esa búsqueda de agraciar al público del Centro Dramático Nacional, es bien facilón, y apenas se introduce por vericuetos más sofocantes. Se discurre como si nos estuvieran dando una leccioncita, como si no hubiéramos vivido en este país o no hubiéramos estudiado un mínimo. De esa manera, los contrastes, el contexto y las transformaciones sociales se difuminan tras el personaje, como si verdaderamente hubiera sido un cacique dominador absoluto y pleno de todos los acontecimientos que lo rodearon. Este planteamiento tan burdo, tan simplificador de todas las complejidades culturales y económicas que vertebran el asunto, es tomarle a uno por tonto.
Y, por supuesto, que resulta interesante el repaso; pero convengamos que entre las patochadas como sacar a «Paquita» (Franco) cada dos por tres en la ventana o hacer bailecitos con la música más verbenera posible (recordemos Fariña), el engrudo se hace insoportable y poco fruto se saca. Máxime si todo es fascismo por aquí y fascismo por allá. Se nota la impronta del grupo Chévere, de obras de hace tiempo (recuerdo Eurozone), cuando la emprendían con igual zafiedad. Luego, ya no, empezaron a usar la concreción y la sutileza a favor del drama hasta ser sublimes. Tampoco parece que la pujanza que descubrimos en algunos sketches de Polònia hayan servido de acicate.
Se debe valorar positivamente el esfuerzo actoral de los cinco intérpretes durante de la función. Un trabajo coral en el que todos se enmascaran del político, con unos tirantes con la bandera de España que sobresalen. Después, una cantidad ingente de personajes se pasea delante de nosotros en un correcalles que ha engrasado ─fundamentalmente en la primera parte─ con habilidad Xavier Castiñeira. Ha sabido aprovechar la escenografía en dos pisos, con varias trampillas, que él mismo ha diseñado junto a Diego Valeiras. Ese movimiento es lo más destacado, dentro de un espectáculo de tres horas, grandilocuente, que requeriría recortes por todos los lados.
Los hitos más célebres, desde su firma en sentencias de muerte y las bombas de Palomares hasta el Prestige, pasando por su bombín londinense, de cuando estuvo en la embajada, sus tejemanejes en Eurovisión y las luchas intestinas en el partido para terminar ignorado y Adolfo Suárez elegido. Un zarpazo de rondón a los orígenes del periódico El País parece el único elemento de discordancia en la izquierda. Del terrorismo ni mu, más allá del bombazo al chalé del susodicho.
Efectivamente, vuelve a ser otra oportunidad perdida para desentrañar el relato que se ha anquilosado de nuestra sacrosanta Constitución (de la que nuestro Fraga fue padre) y sobre la ¿Democracia? con Rey (y heredera a capón) y sin separación de poderes y con la prohibición del mandato imperativo; porque aquí no se profundiza en eso que tantas veces de forma espuria se denomina problema estructural. Ante todo, se echa en falta sustancia intelectual.
El otro día fui a ver Castroponce, de Pablo Rosal, una pieza inteligentísima en la que se discurría sobre teatro político. Se escuchaba: «El Teatro tomado por la Política tiende a traicionar el sentido profundo del Arte». Pues eso ocurre con Iribarne.
Texto: Esther F. Carrodeguas
Dirección: Xavier Castiñeira
Reparto: Xurxo Cortázar, Jorge de Arcos, Esther F. Carrodeguas, Mónica García, Anxo Outumuro y Lidia Veiga
Espacio escénico: Xavier Castiñeira y Diego Valeiras
Iluminación: Diego Vilar – Equipo Creativo RTA
Vestuario: Diego Valeiras
Música y espacio sonoro: Berto
Audiovisuales: Pablo Fontenla
Editor FX: Antón Miranda
Coreografía y asistente de dirección: Sabela Domínguez
Segundo asistente de dirección: Antonio C. Guijosa
Producción: Esther F. Carrodeguas y Juancho Gianzo
Asistencia técnica: Recursos Técnicos Artísticos (RTA)
Entrevistas: Inma López Silva y Pablo Fontenla
Imágenes de archivo: RTVE
Producción: Centro Dramático Nacional, ButacaZero y Mostra Internacional de Teatro (MIT) de Ribadavia
Colabora: AGADIC / Xunta de Galicia
Texto escrito en el marco del programa Cruces de Camino Escena Norte, de la Residencia Mariñán y de la Residencia de escritura de la Sala Beckett 2023
Teatro Valle-Inclán (Madrid)
Hasta el 12 de noviembre de 2023
Calificación: ♦
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Hola! Estoy de acuerdo contigo. La primera parte contrasta con la segunda, que resulta insoportable. Fui con una persona en los 40 y , curiosamente, fue una revelación el personaje de Fraga, que no la persona. Así que para algo habrá servido. Un saludo.
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Gracias por tu comentario, Luis.
Un saludo.
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A ti. Otro!
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