Ortega

Las ideas fundamentales del filósofo español sustentan esta comedia de tintes absurdos en el Teatro Quique San Francisco

Ortega - FotoAceptemos que con esta propuesta de Karina Garantivá, dirigida por Ernesto Caballero, dentro de su ciclo filosófico del Teatro Urgente, algunos de los conceptos y pensamientos de Ortega y Gasset sustentan el texto. Gran exigencia para el público que, puedo asegurar, conoce al intelectual madrileño de oídas y por alguna de sus célebres frases: «Yo soy yo y mi circunstancia» (no olvidemos que sigue «si no la salvo a ella no me salvo yo»). Frase emblemática que ya aparece en su primera obra, Meditaciones del Quijote, y que en esta función tiene un peso significativo. De hecho, Alberto Fonseca, quien interpreta con sencillez y entrega distintos personajes, se envestirá del propio caballero andante, como una presencia onírica. El actor discurrirá con ajustada simpatía en sus diferentes facetas.

Con este espectáculo también podemos caer en la sobreinterpretación. Pues si debemos considerar que estamos ante una comedia ─mucho menos inocente de lo que parece─, configurada como una alegoría, hemos de admitir que casi todo lo que acontece es un símbolo de algo que remite al mundo orteguiano. Así, la protagonista Joana, que es encarnada por Ana Ruiz con una excitación contenida, representa, de alguna manera, la hispanidad. Ella ha nacido en un país de Suramérica que no se revela. Vive en España, donde tiene adquirida la nacionalidad. Es profesora universitaria en la especialidad de Semántica. En unos pocos días la van a operar de un mioma. En la espera de este trance ha decidido deshacerse de algunos objetos que posee en su casa, concretamente, las Obras completas de Ortega. Tirar estos libros al contenedor supone lanzar la siguiente pregunta: ¿qué hacemos con el mejor filósofo español del siglo XX? El joven que aguarda en la basura, que también se dedica a colocar delicadamente sus despojos, afirma con candidez que no lee apenas. Además, asevera que trabaja en el área de finanzas. Fino sarcasmo este, debemos pensar.

Que las susodichas obras no terminen definitivamente fuera del piso, después de una serie de intentos tan baldíos como ridículos, propicia una deriva hacia el absurdo. Por eso, la pareja de nuestra protagonista, un Álex Gadea impelido por una especie de optimismo, pretende encontrarles acomodo a esos tomos. Que él sea arquitecto va dando sentido a esa conflagración de líneas que se cruzan entre asuntos domésticos que hacen bajar el nivel del montaje. Entendamos la propia dicotomía orteguiana entre realismo e idealismo, y esa visión de su raciovitalismo, la línea intermedia a la que le fue dando forma una vez se alejó de la fenomenología.

Porque lo cierto es que esta pieza me parece de las más complejas dentro del proyecto que se ha emprendido en el Teatro Quique San Francisco (recordemos Hannah Arendt en tiempos de oscuridad, La mujer buena o Voltaire). Sobre todo, si uno se adentra con todo el bagaje orteguiano para intentar deducir qué se esconde tras los temas evidenciados. Y estos son muchos. Pues no falta la crítica al elitismo, ni la reflexión sobre lo que implican los objetos para nosotros o el debate sobre la comunicación en nuestro nuevo panorama de redes sociales. O esa elucubración sobre el laberinto y su etimología, es decir, la labor interna, que al fin y al cabo es lo que pretendió hacer el intelectual; pero también es el enredo en que desembocó cuando su idea de España quedó en un medio difuso. Demasiado certero como para que un país de cainitas lo escuchara.

No podría quedar en el tintero la referencia a La deshumanización del arte, aquí representada por esa performance ─a los ojos del galerista─ azarosa que Joana pergeña cuando comienza a destrozar los libros tirándolos contra la pared. La vanguardia exprimida con más absurdo todavía, donde no será necesario que haya un grupo de entendidos para que la revalorice; puesto que, al final, todo ha resultado una filfa. Todo ello forma parte de la confusión, donde un influencer, alumno de nuestra paciente, consigue que los comentarios que ella emite sobre el filósofo se hagan un poco virales, es decir, no importa leer al filósofo, todo, como hoy ocurre, se reduce a la opinión, al pequeño vídeo, a la supuesta aura de alguien importante (si es que alguien lo considera aun así).

Finalmente, la decisión de no procrear. Si ella pierde el útero en la operación, qué futuro le queda a Ortega y a España. Por ahí van los tiros mientras se crítica a las masas, como no podía ser de otra manera. Y aunque, en general, me parezca un texto deslavazado, creo que funciona si uno se esfuerza en comprender; porque lo cómico no da para mucho, es algo timorato el humor practicado. Y el presente cotidiano con aquello de que los jóvenes no alcanzan a poseer ni un pequeño piso, hace que el argumento se pierda por vericuetos un tanto intrascendentes.

Quedémonos con que es mejor discurrir sobre ideas, que acogerse a las consabidas biografías que suelen resultar bastante simplonas. Este formato abre muchas posibilidades para la profundización.

Ortega

Dramaturgia: Karina Garantivá

Dirección: Ernesto Caballero

Reparto: Ana Ruiz, Álex Gadea y Alberto Fonseca

Iluminación: Francisco Ariza

Escenografía: Mariano Moya, Eduardo Manso y Ernesto Caballero

Ayudantía de dirección: Natalia Vellón

Gerencia de producción: Ana Caballero

Diseño de imagen: Agencia Cráter

Creación de video y coordinación técnica: Miguel Agramonte

Un espectáculo de Teatro Urgente creado en Residencia en el Teatro Quique San Francisco.

Teatro Quique San Francisco (Madrid)

Hasta el 15 de octubre de 2023

Calificación: ♦♦♦

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2 comentarios en “Ortega

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