Una comedia vodevilesca en los días previos a la caída del muro de Berlín, dirigida por Gabriel Olivares
Después de que la versión de Ser o no ser, dirigida por Juan Echanove, recorriera exitosamente España en los últimos años, parece que se nos mantiene en la retina cuando la comparamos con esta Berlín, Berlín, de los franceses Patrick Haudecoeur y Gérald Sibleyras. Desde luego, esta última sale peor parada y uno debe situarse en lo que supone el humor francés en general. Es verdad que tenemos a gente como los Chiens de Navarre deambulando por territorios más salvajes (véanse No todo el mundo puede ser huérfano o La vida es una fiesta); pero lo cierto es que nuestros vecinos se manejan con una blancura y un tono naíf que uno apenas tiene ganas de reírse con tanto tópico inofensivo, incluso para las guardias inquisitoriales que hoy asolan nuestra sociedad.
Otro asunto muy distinto es cómo ha enfocado esta obra Gabriel Olivares. Yo creo que se ha equivocado dejando que Juanan Lumbreras, que hace de agente de la Stasi, esté tan pasado de vueltas desde el primer instante. El actor es un cómico fenomenal, como ha demostrado en muchas propuestas de Alfredo Sanzol. Sin ir más lejos, quien haya visto Fundamentalmente fantasías para la resistencia, donde hacía de Putin, observará muchos de sus habituales tics histriónicos. Aquí no se concede un respiro, y es agotador. Y pienso que este es un punto esencial; pues, más allá del contexto humorísticos en el que nos encontramos, el grado de inverosimilitud (por ejemplo, un bandejazo que deja al susodicho inconsciente) es excesivo. Este Werner Hofmann, que vive en un piso ubicado a pocos metros del muro con su tenebrosa madre enferma, es un espía baboso en demasía que intenta conquistar ridículamente a la nueva enfermera, una Ariana Bruguera que va ganando fuerza y que, por eso mismo, necesitaría un contrapeso un poco más avieso.
La cuestión es que esta cuidadora, en verdad, quiere escaparse al lado occidental con su novio. Este, David Carrillo, es Ludwig, un chico simplote; no obstante, resulta de los más graciosos y coherentes dentro del plantel. Han hallado un boquete oculto en ese apartamento y ahora el muchacho debe dedicarse a cavar un poco más. Imaginen los enredos, los equívocos que se suceden y las identidades ocultas que se desvelan, como ocurre rápidamente con Hans, un supuesto enfermero que baja a inyectar vitaminas a la vieja a diario. Guillermo Sanjuán ofrece una buena estabilidad al desbarajuste, pues no desborda las situaciones. Como sí vuelve a ocurrir con el personaje de Javi Martín, el violinista que, en realidad, es el espía Neptuno, un experto desencriptador. Escena hilarante ─de las mejores─ la que monta y que nos destina directamente a la segunda parte.
Desde luego, el punto fuerte es la escenografía de Marta Guedán. Toda una configuración de estructuras móviles, trampillas y puertas giratorias que se transforman con habilidad en las oficinas centrales del famoso servicio secreto. Ahí está la buena mano en la dirección de Gabriel Olivares, cuando ingenia una serie de cambios escenográficos aprovechando el movimiento del reparto, en un sentido marcial, que propicia un dinamismo muy significativo. Gracias al detallismo propuesto se logra una ambientación estupenda que, desgraciadamente, no se aprovecha para plasmar un gran texto, sino una simple historieta, cargada de tópicos y con un cariz satírico muy leve.
Imagínese el lector que nuestros protagonistas deben escapar de aquel atolladero. Allí se encuentra el general Munz, un anciano macabro y demente que juega con un tanque de miniatura, mientras se divierte con las torturas. Eloy Arenas inicia ese acto final con una canción en playback (poco esforzado) que bien podría sobrar; aunque valga para entretenernos a la vez que se distribuye el atrezo. Después, Esperanza Elipe, quien anteriormente había hecho de esa matriarca guerrillera e insolente, también se queda ahora con un buen personaje, una agente impetuosa, y, además, mujer de nuestro Werner. Verla sostener tres faldas idénticas y pedir ayuda en la elección para acudir a un concierto; pues tiene su gracia. También, Dani Luque, como militar, se queda hacia el desenlace con algunos puntos chispeantes que valen para retorcer algo más una función que se alarga más de lo pertinente.
Pocas risotadas provoca una obra que parece recoger el humor ochentero de Top Secret! (¿se han inspirado en el teléfono gigante de esta?), Aterriza como puedas o Loca academia de policía; pero bastante edulcorada. O, si se quiere, en la estela de Louis de Funes en La gran juerga (1966). Se echa en falta chispa y un poco de socarronería, por no decir mala intención, esa que podría suponer algo de crítica solvente al asunto de fondo. O acaso situarse en ese célebre 9 de noviembre de 1989 no merecía algo más de inquina política.
Mucha «Kalinka», mucho golpe de efecto vodevilesco y consabido, y una retahíla de gags destinados únicamente al entretenimiento.
Autor: Patrick Haudecoeur y Gérald Sibleyras.
Dirección: Gabriel Olivares.
Intérpretes: Juanan Lumbreras, Ariana Bruguera, David Carrillo, Esperanza Elipe, Guillermo Sanjuán, Javi Martín y Dani Luque, con la colaboración especial de Eloy Arenas.
Diseño de escenografía: Marta Guedán.
Diseño de iluminación: Carlos Alzueta.
Diseño de vestuario: Mario Pinilla.
Música y sonido: Tuti Fernández.
Diseño gráfico: Hawork Studio.
Audiovisuales: Sergio Avargues y Dani Estevan.
Ayudante de dirección: Jesús Redondo.
Ayudante de producción: Beatriz Díaz.
Asesor de movimientos: Andrés Acevedo.
Asesora vocal: Yolanda Ulloa.
Director técnico: David González.
Construcción de escenografía: Espacio Odeon.
Regiduría y gerencia: Sabela Alvarado.
Producción: Carlos Larrañaga.
Prensa: Ángel Galán Comunicación.
Teatro Alcázar (Madrid)
Hasta el 11 de febrero de 2023
Calificación: ♦♦
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