Luz Arcas dirige el célebre texto de Sarah Kane para depurar la visión cruenta del suicidio

Quedarse a la mitad y no alcanzar ese punto tan significativo que se halla al atravesar el abismo (o las «cortinas»). Si un texto sobre el suicidio se ha convertido en referencia ineludible en el siglo XXI es este de Sarah Kane. Ahora que van ocupando los teatros con el tema de marras (véase Harakiri, en el Teatro Valle-Inclán o Nuestra necesidad de consuelo es insaciable, en el Quique San Francisco) y que parece que el tabú se está derribando a pasos agigantados y con el riesgo a la exageración. Psicosis 4.48 (esta inversión de los términos daría desde luego para mucho más de lo observado) ante todo, implica un discurso ahormado por la literatura y la desesperación a partes iguales. La obra póstuma que anticipó el inevitable desenlace de esta dramaturga de tan solo veintiocho años es una de esas incursiones en teatro «in-yer-face», que tanta agresividad mostraba en escena principalmente en los años 90.
¿Es la propuesta de Luz Arcas algo que se puede denominar «in-yer-face»? Yo creo que al final no. Primero porque ya estamos demasiado acostumbrados a ciertos procedimientos provocadores en la escena contemporánea (quizás el público del Teatro Español, no tanto). Y, segundo, ya que es evidente que, a pesar del lenguaje soez, escatológico y mortuorio de Kane, la función se depura en exceso y nos ofrece, a la postre, una estética fría.
Podría concretar que, insistiendo en esa sensación de que se logra el cometido a medias, el primer flujo de conciencia es opresivo. Se juega con nuestra imaginación de manera alentadora. Casi no escuchamos la voz de una joven en su habitación, apenas atraviesa una línea de luz, como un hálito de esperanza muy simbólico, que nos deja adentrarnos en su alegato. Angustia y celos, dudas indelebles que la corroen, suciedad (después todo resultará demasiado limpio), drogas. Nuestra protagonista, envuelta por el sueño, aún ansía agarrarse a su inveterado momento de lucidez. Pero su descenso es una bola de nieve que no podrá frenar en esa retahíla de negatividad, donde cada elemento vital es repudiado. Sus negaciones son tajos ahí sobre una cama que intuimos, rodeada de envases de pastillas y de una basura que luego será retirada en busca de una pulcritud, que nos debe parecer una ablución antes de entregarse a la nada.
Natalia Huarte se desnuda y nos entrega un cuerpo delgado, y un pañal la convierte en una enferma que gatea y que se incomoda con espasmos en un espacio —ideado por Pablo Chaves— que ahora resulta muy anodino. La intérprete es infalible —siempre lo es en sus actuaciones—, tan metódica, tan ejecutora; pero su aspecto sigue expeliendo juventud y belleza. No posee esa insolencia de la vesania y del quebranto. Cuando habla desde la clínica en la que ha sido ingresada, su alocución parece buscar el enfrentamiento con todo el equipo de médicos. Es directa, tajante. No obstante, sabemos que debe suicidarse, que todos reconocemos que lo hará, que ese 4.48 es una hora del lobo, y uno se pregunta hasta qué punto debe contemplar el fin, la muerte de esa mujer, cómo los espectadores debemos ser testigos de lo que conlleva un cuerpo balanceándose delante de nosotros. Y esto es lo que no ocurre; porque recurrir a que ella se sujete como una gimnasta de unos agarres es exprimir ese embellecimiento, esa limpieza de la que hablaba, que se va dando en la segunda parte. Y no sé hasta dónde se nos está protegiendo de observar el horror o la liberación o la crudeza de tal (in)decisión de alguien que había perdido suelo, cordura. Cuando hace un año Milo Rau nos mostró cómo una familia de cuatro miembros se colgaba y se balanceaba delante de nosotros después de una jornada de lo más corriente, uno quedaba apabullado. Luz Arcas se aleja, insisto, de la visión más subyugante de esa realidad tan límite. Creo que, precisamente, esa sala concreta del Español merecería tal contemplación. En cualquier caso, el aullido de Sarah Kane sigue deambulando por vericuetos de la conciencia tan luminosos como definitivamente sombríos.
Autora: Sarah Kane
Traducción: Eva Varela Lasheras
Dirección: Luz Arcas – La Phármaco
Con: Natalia Huarte
Diseño de iluminación: Jorge Colomer
Diseño de escenografía: Pablo Chaves
Diseño de vestuario: Luz Arcas
Composición música original: Adrián Foulkes
Diseño de espacio sonoro: Pablo Contreras
Asistencia artística: Victoria Aime
Colaboración artística: Sebastián Vogler
Mirada externa: Teresa Casas
Ayudante de dirección: Javier L. Patiño
Residente de ayudantía de dirección: Cristina Hermida
Una coproducción del Teatro Español y La Phármaco
Teatro Español (Madrid)
Hasta el 2 de julio de 2023
Calificación: ♦♦♦
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