¡Ay, Carmela!

José Carlos Plaza ha elegido unos intérpretes que no llegan a compenetrarse totalmente en este clásico contemporáneo de Sanchis Sinisterra

Ay Carmela - Foto
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Volver una vez más sobre este clásico del teatro contemporáneo implica poner en marcha a una pareja de intérpretes que nos atraiga por su simbiosis. Puesto que en nuestro imaginario rápidamente nos vienen a la cabeza Verónica Forqué y José Luis Gómez, también Santiago Ramos. O Elisa Matilla, quien hace pocos años remarcó muy bien el salero idóneo, más apegado al folclore andaluz, y Jacobo Dicenta, que tiene su porte. Aunque la mayoría de espectadores se fijará en la película, con Carmen Maura —quien la recordaba con fervor durante los últimos Premios Goya— y Andrés Pajares. Carlos Saura realmente hizo una versión de la obra de Sanchis Sinisterra tan personal como ágil, aspecto que mejoraba el texto teatral. Porque reconozcamos que el drama posee una estructura difícil como para que el público no llegue a cierta inquietud e, incluso, aburrimiento; cuando inicialmente, por ejemplo, observamos que la trama no despega entre las cuitas y pesadumbres de Paulino. Es decir, ese decaimiento se repite y bien merecería un recorte a lo escrito por el autor.

Creo que en esta ocasión José Carlos Plaza no ha acertado a la hora de elegir a sus actores. Uno entiende que sienta cercanía con María Adánez, pues ya protagonizó, bajo su tutela, Divinas palabras hace unas temporadas; pero creo que le falta un punto de soltura, de jaleo. Y que unas veces parece que tiene acento granaíno y otras de Valladolid. Sí que me resulta más entrañable cuando intenta animar a su compañero; aunque sea a costa de parecer una madre, más que una amante. Y es que Pepón Nieto no me acaba de convencer como Paulino; puesto que se le ve demasiado acobardado —en los primeros embates es normal, pues debe sobrevivir con los nacionales él solo, y de carácter «cagón»—, algo gritón y sin compenetración posible con Carmela. No se percibe un requiebro seductor entre ellos. Porque también esta obra, en algún momento, requiere algo de erotismo, de ese que los mantiene vivos en el campo enemigo. Ya que no podemos olvidar que ellos vienen del bando republicano y que por ir a por morcillas han caído en Belchite, donde tuvo lugar la célebre batalla en 1937; no obstante, el dramaturgo se permite la licencia de situarnos en 1938.

Algo que sí que destaca en esta propuesta es la escenografía de Javier Ruiz de Alegría, quien ha configurado con mucho detalle el caos de un teatro repleto de cachivaches, con objetos que nos remiten a una época y algún cartel publicitario que se cuela por atrás. Un desorden muy verosímil que hace que te sientas dentro de la escena, cuando la iluminación, tan ensombrecida en el preámbulo, pasa a esa brillantez tan propia de los cafés-teatro. Igualmente funciona el vestuario de Gabriela Salaverri, quien ha diseñado un traje echo de cortinas para nuestra protagonista de lo más improvisado y genuino. Esto aspectos más técnicos completan una factura verdaderamente apreciable.

Por otra parte, que no encuentre sintonía en esta pareja concreta, no quiere decir que no se halle frecuentes momentos de pujanza. No hay más que ver cómo Adánez, cuando ya se ven inmersos en la representación frente a las tropas, que tienen a su lado a esa cantidad de malhadados de las brigadas internacionales a los que van a dar el «paseo» en breve, prentede reflotar su función hasta que le brota ese pundonor y esa valentía que la termina por convertir más en mártir que en revolucionaria. También en Nieto se perciben instantes de candor, de pena y hasta de pavor muy bien elaborados, pues toparse con el fantasma de su querida compañera tiene su aquel. Otro asunto es la insistencia con su «don divino» flatulento, que hoy es bastante chabacano. O sea, por separado resultan sugerentes, no obstante, en su interrelación uno tiene la sensación de que se debería haber favorecido más la comicidad, con una chispa que no se llega a percibir y que aplatana la atmósfera. Tengamos en cuenta que es una obra bastante larga, que llega casi a las dos horas. Además de que no se encuentra demasiado lucimiento en el ámbito musical en tanto popurrí folclórico.

En cualquier caso, ¡Ay, Carmela! sigue teniendo la misión de conectar con el público más joven, el que está en la inopia más profunda; ya que se sigue dando el empeño de no enfangarse con la historia de España para que atisben alguna sustancia. Y me refiero a ellos; porque podrían aproximarse con una mirada más prístina.

¡Ay, Carmela!

Autor: José Sanchis Sinisterra

Dirección: José Carlos Plaza

Reparto: María Adánez y Pepón Nieto

Asistentes de dirección: Steven Lance Ernst, Álvaro Pérez y Bruno López-Linares

Ayudante de dirección: Rocío Vidal

Fotografía: Marcos GPunto

Coreografía y voz: Ana Cristina Mata

Música: Víctor Elías y Javier Vaquero

Diseño vestuario: Gabriela Salaverri

Escenografía e iluminación: Javier Ruiz de Alegría

Imprenta y diseño gráfico: Gráficas Isasa

Transporte: Transportes Castillo

Peluquería: Marta García

Realización vestuario: Paloma de Alba

Tinte y ambientación: Taller María Calderón

Realización decorados: Zvonimir Ostoic

Sastrería: Luis Delgado

Sonido: Juanjo Cañadas

Maquinaria y regiduría: Kike Hernando

Iluminación: Eva Sáez

Dirección técnica: Celso José Hernando

Gerencia: José Casero

Productores: Celestino Aranda y Jesús Cimarro

Una producción de Producciones Faraute y Pentación Espectáculos

Teatro Bellas Artes (Madrid)

Hasta el 11 de junio de 2023

Calificación: ♦♦

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