Lucía Carballal escribe y dirige un texto donde, a través de los avatares de unos guionistas de series, refleja el enfrentamiento generacional con todas las nuevas proclamas puestas sobre la mesa

El historiador griego Polibio puso en marcha el nuevo concepto de oclocracia, es decir, el gobierno de la muchedumbre, de esas masas desinformadas que se dejan llevar únicamente por las emociones. Esa falta de prudencia y de raciocinio mesurado que tanto faltan hoy en día se ven reflejados con astucia en esta obra de Lucía Carballal, quien, por primera, vez se pone a dirigir. Y en ambas facetas diré que sale muy bien parada; incluso con momentos brillantes e inteligentes; aunque solo durante cincuenta minutos. Después el asunto decae, ya no hace tanta gracia, se encuentra en tierra de nadie, lo importante ya se ha dicho y se busca alargar un espectáculo que se siente obligada a que dure más con alguna escena de relleno.
La cita del malhadado crítico Mark Fischer —por ahí pulula su célebre Realismo capitalista— con la que se inicia el marco metateatral, no es baladí. Porque nuestro supremo héroe es un gran guionista —pensé mucho en el Don Draper, de Mad Men—, que no da puntada sin hilo, que tiene gran experiencia, que domina los mecanismos de la ficción y, principalmente, que posee la intuición que lo aproxima al público. Un provocador, un tipo chulesco, soberbio. Israel Elejalde encaja en el papel idóneamente. Esta apostura se le da fetén, pues es un tipo de personaje que tiene resabios de otros caracteres por los que él ha deambulado. Su sátira de pjioprogre es descomunal. Las exigencias de la nueva masculinidad serán crueles.
Y es que ha decidido que la prota de su serie de éxito —Hijas del voleibol— se quede embarazada con sus veintiún años, y que vaya a renunciar a participar en el mundial por el que ha estado luchando imparablemente. Por eso el público ha dictado sentencia en las redes y pide la cabeza de ese insensato equipo de guionistas. Así que la paradoja es maravillosa, las adolescentes no pueden soportar que su referente se ancle a un bebé y deje su destino de supermujer; porque dejarían de tener una mesías.
María, una dramaturga treintañera y librera, y lesbiana (y etcétera) será el nuevo fichaje; porque ella tiene los ideales de pureza que más cotizan hoy en la moral de esta religión que nos tiene acogotados. Y porque ha sido la profesora de clases particulares de la hija de Jacobo. Natalia Huarte posee esa frescura innata, de buena chica que ejecuta con profesionalidad su cometido; aunque en algún momento del final se eche en falta algo más de bravura.
La guionista me resulta, en un primer instante, inverosímil; porque pensarla con esa capacidad técnica para apoderarse de la atmósfera de las siguientes temporadas, cuando nunca ha trabajado en ese ámbito, suena raro. Pero cuando me pongo maquiavélico la contemplo como un títere que debe crear el discurso que las jovencérrimas generaciones quieren escuchar. Nuestra protagonista piensa que las va a educar; porque en sus textos estará impresa la única dignidad posible. Sobre ella, la fauna que maneja los hilos —nada nuevo bajo el sol—, ahora que tiene a una sociedad nihilista capaz de adoptar cualquier discurso según se imponga una moda, le valdrá cualquier argumentario con tal de embolsarse otra bonita cifra para encumbrarse más en el verdadero poder.
Luego, otros tres personajes dan cobertura a los contendientes. La hija de Jacobo deja a una Alba Planas muy pertinente en el estereotipo de universitaria que ansía recitar poesía en bares; mientras que el hermano de nuestro ángel caído, es un Miki Esparbé que cumple con mucha concreción ese rol de tipo en deuda. Finalmente, la Gloria de Manuela Paso es una extensión del líder; aunque sin tanta soberbia. Es ella quien aporta con gran retranca bastantes de las frases más satíricas de la obra para que nos carcajeemos en diferentes momentos: «…estoy en un proyecto… pornografía ética… se basa en la igualdad».
La autora regresa a los mimbres del análisis sociocultural que exprimió en Los temporales. Ahora, aunque el asunto no termine de redondearse, se inmiscuye con sofisticación en esta sustancia aviesa de nuestra contemporaneidad.
Texto y dirección: Lucía Carballal
Reparto: Israel Elejalde, Miki Esparbé, Natalia Huarte, Manuela Paso y Alba Planas
Escenografía: Alessio Meloni (AAPEE)
Iluminación: Paloma Parra
Vestuario: Sandra Espinosa
Sonido: Sandra Vicente
Ayudante de dirección: Raquel Alarcón
Ayudante de escenografía y vestuario: Igone Teso (AAPEE)
Vídeoescena y fotografía: Bárbara Sánchez Palomero
Fotos: Luz Soria
Maquillaje y peluquería vídeo: Milena Bono
Tráiler y fotos de cartel: Bárbara Sánchez Palomero
Diseño de cartel: Equipo Sopa
Prácticas de dramaturgia y dirección: Giulia de Creszenzo (RESAD)
Prácticas de interpretación: Marina Cruz (ESAD de Sevilla)
Prácticas de escenografía: Juan Donado (TAI)
Prácticas de interpretación: Sara Poderoso (TAI)
Agradecimientos: Alejandra Sabá, Eva Rufo, Luis Sorolla, Vicky Luengo, Jelen Morales, Eloy Azorín, Carlos Cortés e Irene Novoa
Producción: Centro Dramático Nacional
Teatro Valle-Inclán (Madrid)
Hasta el 26 de marzo de 2023
Calificación: ♦♦♦
Texto publicado originalmente en La Lectura de El Mundo
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