Morfeo Teatro se agarra a este díptico de Ionesco, para abordar la desazón de un joven que no quiere procrear

Todo el humor absurdo ha sido integrado de tal manera en nuestra sociedad que, ya se habla de la postironía para definir a aquellos idealistas que creen con fuerza en su activismo, en sus proclamas; pero que se ven incapaces de cumplirlo. Véanse esas pobres gentes que sufren ecoansiedad debido a la impotencia de observar que su labor es insuficiente para salvar el planeta. Quien lleva de forma humorística este extremo son los malhadados de Homo Velamine, quienes han tenido que pagar por su osadía literalista en una sociedad que cada vez entiende peor las metáforas y, sobre todo, la ironía. Por resulta tan interesante volver a Ionesco, porque él sí que se mueve en la conjunción de la susodicha ironía y la crítica social, desde una ridiculización autoasumida de sus propios personajes.
Los de Morfeo Teatro, quienes llevan muchos años adaptando clásico como El coloquio de los perros, han tenido la gran idea de unir dos breves piezas del dramaturgo rumano. Por un lado, tenemos Jacobo o la sumisión y, después, se le sumaría El porvenir está en los huevos o Se necesita de todo para hacer un mundo, que sería su continuación (con una inteligente reducción de los personajes). Y aunque el conjunto funciona, sí que se percibe un decaimiento en la segunda parte, cuando dialogan los dos enamorados; para después recobrar brío en el desenlace. Y es que cuando la mayor parte del elenco está en escena, las frases son originalísimas y descacharrantes, llenas de ingenio; a pesar de que hayamos escuchado rarezas de ese estilo durante las últimas décadas, y hoy, gente como Miguel Noguera, sigan practicando similares procedimientos chocantes.
Y la extrañeza es más retórica que sustancial; porque el argumento es de lo más sencillo, pues no deja de ser la vieja imposición de las familias más tradicionales de exigir a sus vástagos una descendencia que mantenga vivo el apellido. Una pulsión burguesa que se apropia de las necesidades que ha tenido siempre la nobleza de agarrarse a la sangre para eternizar el linaje. Lo que ocurre es que este tipo de actitudes nos han de parecer demasiado anticuadas. Y aunque soterradamente hay un cuestionamiento existencialista de calado; no se redunda en razones de carácter moral, social y, sobre todo, económico que hagan más complejas las vivencias de los jóvenes de la posguerra de los cincuenta y en las distintas crisis de la actualidad.
La función se desarrolla en una lograda estancia de aire decadente; pero que denota tiempos pasados de poderío dinerario. Regue Fernández Mateos ha plasmado con acierto los elementos ruinosos, con paredes que van perdiendo las capas del papel pintado, y con el cuadro de la bisabuela (una oveja) que esconde una ventanilla que favorecerá desde la altura la lluvia de huevos. Las sillas rotas y los libros desencuadernados que se reparten antes de entrar en la Sala Fernando Arrabal del Matadero, ya de por sí descascarillada, favorecen aún más el tono macilento que la iluminación de José Antonio Tirado «Pachi» consigue.
Luego, ese ritmo de éxtasis y permanente decrepitud hasta la desesperación, con esas repeticiones y duplicidades imparables, hacen del montaje un acontecimiento tenso. El lenguaje, adaptado hacia la verosimilitud contemporánea por Francisco Negro con gran cuidado, trabaja en el plano de lo real y de lo ridículo permanentemente. El propio Negro, que dirige con gran conciencia de la amplitud del espacio, para remitirnos con simultaneidad a distintos puntos de interés, se encarna en el padre. Un hombre que expresa ineptitud y que anhela demostrar su hombría en cada ocasión. Para algunos será inevitable que no le venga a la cabeza el Antonio Recio que Jordi Sánchez interpreta con tanto éxito en La que se avecina. Se le suma la madre en el «acoso» hacia ese muchacho postrado en el butacón. Mayte Bona lleva su personaje hacia el histrionismo y, desde su seriedad, posee algunas de las frases más macabras. El aldabonazo inicial no tiene desperdicio. Sin embargo, el punto más cómico y vivaz para el público se lo lleva la abuela. Santiago Nogués es entrañable con todos sus refranes sin sentido, con su receta de las lentejas con chorizo y con la violencia con la que trata al abuelo (un muñeco que potencia las distintas cosificaciones) que termina muerto y apaleado. Realmente muy gracioso. Por su parte, el nihilismo de Jacobo, no es como el del Bazárov de Padres e hijos, de Turguénev. Aquí impera la abulia. Felipe Santiago se va creciendo; aunque por momentos se ve apabullado por la expresividad del resto. Además, creo que los apartes sobran, y son demasiado explicativos. Cuando entra el Roberto y la Roberta (los suegros) en el cuerpo de Mamen Godoy —con un manejo de los caracteres magnífico— se aumenta la compulsión y el desparrame. Por eso, cuando los tortolitos se quedan solos, el ritmo baja mucho. La Roberta (hija) de Carolina Bona tiene candidez y su lengua de «gato» es uno de los recursos más absurdos con el código. Finalmente, la llegada de los huevos y esa proyección tan contemporánea de los familiares sobre lo que serán en el futuro, con profesiones de lo más variopintas, donde el adaptador aprovecha para «zurrar» a diestro y siniestro, nos llevan a epílogo muy festivo. Todo muy irónico, como la inclusión del aria de Vivaldi, Filiae maestrae Jerusalem, y así completar la visión mesiánica que se había emprendido.
La sumisión y el porvenir está en los huevos
Autor: Eugène Ionesco
Adaptación y dirección: Francisco Negro
Reparto: Felipe Santiago, Mayte Bona, Francisco Negro, Santiago Nogués, Mamen Godoy y Carolina Bona
Diseño de vestuario y caracterización: Mayte Bona
Diseño de espacio escénico: Regue Fernández Mateos
Diseño de iluminación: José Antonio Tirado «Pachi»
Ayudante de dirección: Patricia Díez-Labín
Una producción de Morfeo Teatro con colaboración con Teatro Principal de Burgos, Teatro Victoria Eugenia de Donostia y Junta de Castilla y León
Naves del Español en Matadero (Madrid)
Hasta el 15 de enero de 2023
Calificación: ♦♦♦
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Precisamente estaba leyéndome estos textos en una edición de Alianza Editorial de 1985, que también incluye «Víctimas del deber» y «Amadeo o cómo librarse de él». Qué grande Eugène Ionesco y qué arriesgado y valiente montarlo en nuestros días.
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Sí, arriesgado
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