Darío Facal firma una comedia generacional que pretende dar cuenta de cómo unos personajes llenos de ignorancia y sin desarrollo vital posible ocupan su tiempo con distintas ocurrencias

Afirmar que esta obra se inspira en Bouvard y Pécuchet es mucho decir. Porque sí, aquellos personajes flaubertianos se conocieron de improviso y tuvieron el enamoramiento de la amistad. Eran unos ignorantes en multitud de materias y, movidos por una fuerza sobrevenida, se pusieron a investigar con afán de dominio; pero abocados al fracaso. Querían saber. No así nuestros Agustín y Mario, que Darío Facal los ha dibujado como a otros perdedores más que se suman a la lista de nuestra España. ¿Y de Erasmo de Rotterdam y su célebre ensayo? Pues únicamente el título; puesto que la ironía que se destila en este montaje va por vía naíf y no aspira a la crítica política.
Elogio de la estupidez es como esas comedias de situación que encapsulan a sus protagonistas en una especie de mundo aparte. Véase Friends —¿cómo pudimos admirar esa serie?—. Ahora que hemos vuelto a la ingenuidad, y muchos jóvenes prefieren quedarse en casa los fines de semana y renunciar al botellón, y se encierra uno muchísimo en la red social favorita hasta quedar ahíto, la función esta, al menos, sirve como ejemplo de la nadería contemporánea. Llamarla nihilista me parecería un piropo. Esto, definitivamente, no es Beavis and Butt-Head.
Creo que esta obra tiene un rival de gran importancia que, quizás, no se ha valorado como verdaderamente merece, y es la serie Vergüenza. Él representa al estúpido que, por desparpajo e ignorancia absoluta es capaz de lograr que los demás, a su vez, parezcan también necios. Él se sí inmiscuye en el mundo, mientras que nuestros protagonistas se esconden en un piso de abuela cochambroso para fumar porros.
Una concatenación de sketches (algunos redundantes), una frikada tras otras, un costumbrismo reconocible y pergeñado con los estereotipos del macho solterón guarrete, más esas contaminaciones lingüísticas del feminismo chachipiruli («heterobásicos»). Aficionados del Atlético de Madrid (ya he dicho que tienen alma de perdedores), amigos instantáneos como dos borrachos desamparados que se agarran a cualquiera para seguir con la música. Agus Ruiz es una bestia, entregado físicamente al máximo, con artes marciales poéticas, henchido de testosterona y con decaimientos de niñato; chuleta y trapero en los ratos libres. De hecho, su trap frente a un micrófono gigantesco viene a ser una de las mejores escenas, dentro de una comedia que, sobre todo, no desborda humorísticamente. O sea, se autolimita y termina por circunscribirse a lo políticamente correcto, por mucha sátira que se le quiera imprimir. El sexo lo practican con ropa color carne, introducen debates sobre las relaciones entre hombres y mujeres que son de lo más corriente, y los posicionamientos ante la vida adulta apenas rascan en algo que intelectualmente haga esta obra valiosa más allá de echarse unas risas con los colegas.
Bien es cierto que el elenco marcha con grandiosidad actoral. Así, Mario Alonso, es el pánfilo, el apocado, el que se va convirtiendo en aliadito, y que se ve torpe y poco atractivo ante una Ana Janer que, para mí, es toda una revelación, tan espontánea, graciosa, pizpireta y cachonda (bastante). Luego, Bárbara Santa-Cruz, quien se encarga de un ridículo prólogo, que ya nos avisa cínicamente de que el espectáculo va a ser ofensivo —ojalá lo hubiera sido—, luego acaba siendo la escritora de la obra que estamos viendo —otra vez el metateatro—. Ella es la novia supuestamente empoderada que se rinde ante ese hombretón espídico que lee libros de autoayuda y que compra criptomonedas.
No hay más. Muy largo, pocas ideas y decepcionante para provenir de un dramaturgo inteligente que, en otras ocasiones, ha ofrecido propuestas más provocadoras. ¿Ha muerto el humor subversivo?
Texto y dirección: Darío Facal
Con: Agus Ruiz, Bárbara Santa-Cruz, Mario Alonso y Ana Janer
Diseño de espacio escénico: Darío Facal
Diseño de iluminación y audiovisuales: Raquel Rodríguez
Diseño de vestuario: Gadea Barceló
Diseño de espacio sonoro y música: Álvaro Delgado
Ayudante de dirección: Andrea Casamitjana
Una producción de Teatro Español y Metatarso Producciones
En colaboración con Comunidad de Madrid
Naves del Español en Matadero (Madrid)
Hasta el 27 de noviembre de 2022
Calificación: ♦♦
Texto publicado originalmente en La Lectura de El Mundo.
Esta obra teatral no la he visto, pero qué grande «Bouvard y Pécuchet», qué infinita, ¡y ese diccionario!
Justo acabo de concluir «Salambó», qué magnanimidad la de Flaubert.
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Así es. Por me pareció que no le hacía justicia, aunque sea una alejada adaptación.
Un saludo.
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