El encanto de una hora

Carlos Tuñón se empeña en exprimir una obra inane de Jacinto Benavente perteneciente a su Teatro fantástico

El encanto de una hora - FotoSi quitamos de nuestra cabeza el nombre de Jacinto Benavente y su Nobel, y la ínfima aura que aún le quede en nuestra sociedad, díganme qué sacan de un espectáculo como este. No pasa de mero ejercicio dadaísta. No es que sea nihilista o se escuche hablar del aburrimiento, es que es una nada y un aburrimiento. Me parece una pieza estúpida que se alarga en media hora de vacío, que no valdría ni como gag de humor absurdo firmado por Tricicle.

Aducir, como ha llegado a hacer, Carlos Tuñón que aquí está lo que después firmaron Lorca o Beckett, es una falacia esperpéntica. Del teatro modernista y de una conjunción de factores surgieron las vanguardias y sus continuaciones de postguerra; pero El encanto de una hora no deja de ser un simple esbozo estilístico que, fuera del papel, no tiene recorrido posible. Quizás, si observáramos el conjunto de las piezas que configuran el Teatro fantástico de Benavente, podríamos atar cabos, coger de aquí y de allí, entender una tradición, la del Arlequín, los efluvios románticos y simbolistas o el mundo infantil al que, por fin, se le quería dar cabida —véase el proyecto de Benavente del Teatro de los Niños, en el que se incluiría La cabeza del dragón, de Valle-Inclán, que ahora se representa en el María Guerrero—.

Cuesta mucho no considerar este montaje como una extravagancia fútil, como una cursilería de arte rococó, como una bagatela sin fundamento. Las ocho páginas de las que está compuesta esta obra apenas pueden señalarnos algo hoy trasciendo el mero efecto mágico de humanizar unas figuritas de porcelana, como si esto fuera una película de Disney enteramente naíf. Ni siquiera se aspira a que los personajes mantengan en su apariencia una pulsión cosificadora que supere su congelación inicial.

Nos situamos en una sala de baile en el que suenan temas musicales irrumpen y que se evaporan al poco tiempo, como si fueran ecos perdidos en el espacio. La fiesta ha terminado. Quedan por recoger los vasos. Unos globos están suspendidos y un camarero silencioso entra en varias ocasiones, hasta alcanzar los quince minutos aproximadamente para llenar su bandeja. Esboza algún gesto, abre una botella de champán, si algo produce gracia es más por la estupefacción de vernos ahí mientras pasa el tiempo sin que ocurra nada reseñable. La metáfora, si es que esto la conlleva, es harto ineficaz después de ciento treinta años.

Cuando las supuestas figuritas cobran vida de improviso, uno se queda como está. Este remedo postromántico, como extraído de una cajita de música con bailarina imparable, posee una finura que me produce indiferencia máxima. Esto de Benavente es un juego de evasión, una búsqueda esteticista y hueca deudora de los más nefastos valores del modernismo con sus jeribeques hacia ningún sitio. Ensoñaciones de Las mil y una noches, perfumes cargados de almizcle y con ropajes para viajeros que no despegarán sus ojos en alguna aventura leída en el cómodo diván de su gabinete.

Por su parte, Jesús Barranco y Patricia Ruz, cuando son insuflados de vida por no se sabe qué arte, entre que descubren su movimiento y comparten algo de su extrañeza, llegan a la conclusión de que «acaso este amor que ha sido en nuestra vida encanto de una hora, será el eterno encanto en otra vida». Para llegar a tal cursilada no sostienen ni un diálogo mínimamente profundo o sugerente que pudiera hacernos empatizar con esos seres. Ni sienten, ni padecen; y vuelven a su estado originario. Ocho páginas en total, o una sarta de frases, para estos Incroyable y Merveilleuse, que de tanta delicadeza en ella y de tal sorpresa en él cuando se aparta para atrapar un libro, no escuchamos algo solvente. Un poco de baile y mucho decadentismo, pues todo resulta demasiado efímero. Sus posibilidades interpretativas son exiguas.

Al menos, Antiel Jiménez ofrece una ambientación tentadora tanto con su vestuario demodé y como en el detallismo que encontramos en los rastros de la fiesta terminada, con sus desperdicios, el desorden de las copas…

Es una de las piezas más inanes e insulsas que he podido contemplar en el Teatro Español, casi prefiero alguna obra políticamente correcta, al menos me produciría irritación. Esta, ni eso.

El encanto de una hora

De: Jacinto Benavente

Dirección: Carlos Tuñón

Con: Jesús Barranco y Patricia Ruz

Diseño de espacio escénico y vestuario: Antiel Jiménez

Diseño de iluminación: Miguel Ruz Velasco

Diseño de sonido y gráficos: JUMI

Una producción de [los números imaginarios] con la participación de Bella Batalla y Teatro de La Abadía

Teatro Español (Madrid)

Hasta el 13 de noviembre de 2022

Calificación:

Puedes apoyar el proyecto de Kritilo.com en:

donar-con-paypal
Patreon - Logo

Anuncio publicitario

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.