Un hombre de paso

Antonio de la Torre se encarna en Maurice Rossell para detallar su experiencia como visitador de la Cruz Roja durante el holocausto en un montaje anodino

Un hombre de paso - Foto de Belén Vargas
Foto de Belén Vargas

No sé qué es peor, sin lanzarse de lleno al teatro verbatim, como, por ejemplo, llevaron a cabo Jordi Casanovas y David Serrano con la obra Port Arthur, o dramatizar imaginariamente un encuentro a partir de una serie de documentos fehacientes, en este caso, una entrevista. La primera opción parece que ha subido a los escenarios franceses en más de una ocasión. Es decir, tomar precisamente la entrevista a Maurice Rossell que grabó Claude Lanzmann en 1979, mientras estaba enfrascado en su monumental Shoah. Concluyó que aquel material merecía una película aparte (esta se publicaría en 1997). Este film dura exactamente una hora y apenas nos ofrece la imagen seria del entrevistado en un despacho con libros. Se entreveran unas pocas imágenes del campo de concentración de Theresienstadt. Entonces, a Felipe Vega se le ha ocurrido que con esa información podía crear un drama. Acertó a pensar, digo yo, que trasladar tal cual el diálogo entre el cineasta y el médico suizo sería de una frialdad pasmosa para el espectador actual español, así que se le ocurrió, con buen tino a priori, que se podía concitar una reunión en el Hotel Roma de Turín, entre Primo Levi y una periodista. La lógica de la oposición parecía inapelable; pero el resultado ha sido anodino en todos los órdenes. El gran atractivo, desde luego, era Antonio de la Torre, y estoy convencido de que el Matadero se está llenando por él. He de pensar, que para que se pudiera lucir o pudiera exprimir su papel de una manera más atractiva, se ha optado por rejuvenecer a Rossell (en la susodicha entrevista tendría unos 63 años). De la Torre acoge este personaje con cierto aire displicente al principio y luego con algún tinte de soberbia, que ciertamente ofrece más dinamismo; aunque resta verosimilitud al acto. Observamos más a un escapista que a alguien que nos pudiera manifestar algún crédito. Desde luego, si se hubiera buscado la imitación total (protagonista sentado en su butacón casi inmutable en su alocución) no sé cómo nos hubiéramos quedado. La cuestión es que no se logra una dialéctica, un enfrentamiento, una dilucidación de la verdad. Esto ocurre porque María Morales se queda con una periodista que no resulta tan incisiva como debiera y que se dedica a apostillar algunas respuestas de su entrevistado para que el público vaya pillando el asunto. El asunto quedó, por supuesto, más claro en la obra de Mayorga, Himmelweg. Acertamos a descubrir cómo el campo de concentración de Theresienstadt se convirtió en un trampantojo ante la visita de la Cruz Roja. El enviado acabó emitiendo un informe favorable; ya que se supone que fue realmente engañado y que no observó mal trato, sino todo lo contrario. Luego, esos judíos que él tildó de acomodados y privilegiados, fueron masacrados. La inclusión en la cita de Primo Levi podría haber propiciado un montaje más incisivo; pero Juan Carlos Villanueva parece estar ahí como referencia moral inequívoca para prologar y epilogar la función desde una postura excesivamente sobria. El escritor italiano, de origen judío, estuvo en Monowice, uno de los campos de concentración del entramado de Auschwitz, como bien sabemos por la novela Si esto es un hombre. Por cierto, que la coda al espectáculo podría insistir en la entereza ejemplar del autor con las citas de su obra; si no fuera porque al espectador se le explica que se terminó suicidando, si es que damos por válida, definitivamente, esta resolución. Que Rossell también visitara el desgraciadamente célebre campo y que no observara nada raro (que no olió a «carne quemada») es bastante insostenible; tanto como su rocambolesca llegada allí. Esto apenas provoca la espantada de Levi, quien se niega a escuchar unos destalles tan descabalados sobre lo que él mismo había vivido. Uno puede pensar en obras como Copenhague; ya que es fácil hallar una estructura de fondo similar; pero aquí no se alcanza un clímax, no se ofrece una pulsión dicotómica sobre el relato o sobre la memoria o sobre las conveniencias de aquellos momentos. Y, es más, escuchándola, se torna algo confusa a pesar de las indicaciones que se nos reparten. Creo que Morales, insisto; aunque cumple con su habitual profesionalidad, no posee un papel que se exprima con la necesaria sagacidad periodística y que le dé viveza a los dos contendientes. Manuel Martín Cuenca dirige con demasiado comedimiento Un hombre de paso. La obra transcurre atisbando temas de calado; no obstante, sin explorar dramatúrgicamente una disposición que termine por concitar al propio público.

Un hombre de paso

basada en la obra Un vivant qui passe de Claude Lanzmann

Dramaturgia: Felipe Vega

Dirección: Manuel Martín Cuenca

Reparto: Antonio de la Torre, María Morales y Juan Carlos Villanueva

Diseño de iluminación: Juanjo Llorens

Diseño de espacio escénico: Laura Ordás y Esmeralda Díaz

Diseño de vestuario: Pedro Moreno y Rafael Garrigós

Diseño de sonido: Miguel Linares

Ayudante de dirección: Sara Illán

Una coproducción de EB Producciones, SEDA, Mansion Clapham producciones, Vania, Producciones OFF y Manuel Martín Cuenca

Naves del Español en Matadero (Madrid)

Hasta el 20 de febrero de 2022

Calificación: ♦♦

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3 comentarios en “Un hombre de paso

    1. El problema del riesgo radica en comprobar a qué publico se quiere concitar, entre ellos, una crítica exigente y dispuesta a contrariar o no a los creadores.
      En las salas independientes también se halla el círculo autocomplaciente entre creadores y un tipo de público.

      Un saludo.

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