La estrella de la dramaturgia francesa, Alexis Michalik, irrumpe en los Teatros del Canal con una obra cargada de inverosímil sensiblería

Supongo que este es el tipo de teatro que haría las delicias de Albert Boadella. Blanca Li ha sabido abrir la mirada para llegar a todos los públicos, y dar cabida a un montaje que, después, en buena lid, será explotado por un teatro comercial, como ya se anuncia. Una historia de amor es la peor obra que he podido contemplar en los Teatros del Canal. Yo entiendo que afirmar esto de un espectáculo que es firmado y dirigido por un «niño maravilla», pues supone un gran atrevimiento y, seguramente, sea un gesto de soberbia elitista. Lo reconozco. Y que meterse con la compunción del respetable, con sus mascarillas ahítas de mucosidad, es poco menos que una desconsideración. Se entenderá que no es de recibo criticar a los (y las, sobre todo, las) adolescentes pirrados por novelas tipo Blue Jeans o Moccia, y a los fans de la filmoteca vespertina de Antena 3 los sábados. ¿Pero qué es lo que ha escrito nuestro terrible enfant terrible Alexis Michalik? El argumento (y aquí va el argumento) es ya en sí mismo una definición de lo que considero un epítome de la vergüenza ajena. A saber: Katia (una Loreto Mauleón consistente) se ha enamorado de una chica, Inés (Silma López se maneja igualmente con seguridad) que, sin ser lesbiana, dar rienda suelta a sus nuevos sentimientos. Se casan —porque somos un país muy avanzado y tenemos leyes muy progresistas (este es un paréntesis dentro de la obra muy útil para los que viven en otro planeta)— con alegría hippie y luego, Inés, propone tener un hijo. Primero lo intenta ella; no obstante, después, aunque con reticencias, también se presta Katia (una adulta infantilizada por sus traumas). Pero resulta que esta, que se quedó huérfana de madre muy pronto, debido a una enfermedad congénita, y que tuvo un padre depresivo, alcohólico y violento (su infancia fue un verdadero infierno, como se nos explica claramente. No se preocupen que aquí nadie se pierde), también, probablemente, acabará padeciendo un cáncer terminal no más tarde de los cuarenta. Nada importa; puesto que esto es una historia de amor. Y vale para enamorarse, para casarse, para tener una hija. Ahí está la hija, Sol, como el rey de Francia (con su Moliére, como los premios que ha ganado Michalik, todo un récord, 10), que interpreta una muchacha, que actúa, como actúan las muchachas que frisan los 12 años y se tienen que subir a un escenario. A Inés se le acaba en pleno embarazo de su pareja la chispilla, y decide volverse a la otra acera. Katia, que es periodista, pero que podría ser astronauta, ya que aquí la creación de personajes es un cansancio y hay que ir al grano y contar mucho y contar lo incontable hasta el ridículo, se queda descompuesta y con un bebé. Más adelante, lo esperable llega: la enfermedad. La pobre chica de doce años se va a quedar sin madre y muy sola; porque únicamente cuenta con un tío. ¿No les he hablado del tío? Pues es el hermano de Katia, William Markovich, un exitoso escritor que, pasado el tiempo, atraviesa horas bajas. ¿Y saben el porqué? Resulta que tuvo un accidente de tráfico —hay familias que se abrazan a un tuerto— y murió su hijo y su mujer. «Afortunadamente» le quedó un coágulo en el lóbulo prefrontal y, gracias a él, consigue ver a su amada esposa muerta entre ensoñaciones diarias. ¿Y quién es ella? Pues Almudena Cid —o piensan que se puede hacer un obrón de este calibre sin rostros conocidos— bailotea como una danzarina en una caja de música. Esto lo hace en demasiadas ocasiones y como una especie de gesto ya forzado. La actriz va resolviendo con gracia los pequeños papeles que debe interpretar a lo largo de la función, y se observa que va ganando soltura sobre las tablas. ¿Qué puede hacer este desdichado y aficionado a la bebida y seco de ideas novelísticas con una sobrina en casa? No nos alarmemos; porque la preadolescente lee la Crítica de la razón pura y conoce a lo más granado de la literatura universal, y es hiperresponsable. Pero esperemos, que queda algo más, antes de llegar al muchísimo más. ¿Por qué no hacer que antes de morir definitivamente Katia se haga un viaje con Inés a Santillana del Mar y se vuelvan a acostar con Adele de fondo mientras sucumbe al coma? No se angustien los padres y las madres de los jovencérrimos que vayan al espectáculo, puesto que los encuentros sexuales están eclipsados. Que ya se sabe que todos somos muy gayfriendly, aunque las escenas de sexo homosexual le inquietan todavía un poco al personal. Si se quitaran las referencias a los porros, yo creo que podrían acudir incluso niños de diez años. Rematemos volviendo al tío y afirmemos que Félix Gómez está fresco y que, al menos, su personaje tiene una pujanza humorística (el humor negro y sarcástico nos hacen deglutir tamaña edulcoración) que el actor expresa con apostura. Convencido por sus valores judeocristianos y jacobinos como buen europeo, acepta quedarse con la sobrina. Pero hete aquí —redoble de tambores—, que la jueza no se fía y le obliga a operarse el coágulo. Y hete aquí plus, que la cirujana está presente y le dice —hete aquí plus plus— que mañana mismo lo puede intervenir: a las ocho de la mañana (cirugía exprés de mollera. Qué nivel). Dilema: operarse y dejar de admirar fantasiosamente a su mujer o no hacerlo y perder a Sol. Esto es Una historia de amor y ya saben la respuesta. Añádanle a lo anterior una banda sonora como no encontrarán en Kiss FM (sinceramente maravillosa): Ella Fitzgerald, con «Every Time We Say Goodbye», Elvis Prestley, Elton John con Kiki Dee y su «Don´t Go Breakin My Heart» y Adele en el momento cumbre (directamente desde el Griffith Observatory, quiero imaginar viendo las estrellas). Y me olvidaba. Como prólogo, el elenco, que no sabe cantar ni por asomo, salvo Félix Gómez, que tiene voz de galán de antaño, nos «deleita» con una cursilada premonitoria. En fin, ¿qué hacer con todo esto desde la adultez y el pundonor estético? No me hagan caso, que soy un insensible, o todo lo contrario.
Dirección y texto: Alexis Michalik
Reparto: Félix Gómez/Nacho López, Loreto Mauleón, Aura Garrido/ Silma López, Almudena Cid y Alba Bersabé/Teresa Cordero/Alicia Chojnowski/Berta Sánchez
Adjunta a la dirección: Ysmahane Yaqini
Ayudante de dirección: Andreína Salazar
Traducción: Benjamín Peñamaría
Directora de casting: Rosa Estévez
Escenografía: Juliette Azzopardi
Vestuario: Marión Rebmann y Almudena Bautista
Vídeo: Mathias Delfau
Iluminación: Arnaud Jung
Sonido: Pierre Antoine Durand
Peluquería: Chema Noci
Comunicación: Ángel Galán
Fotografías y diseño gráfico: Javier Naval
Fotografías de función: Elena C. Graiño
Dirección técnica: Emilio Valenzuela
Coordinación de producción: Carlos Montalvo
Adaptación coreográfica: Carolina Blutrach
Producción ejecutiva: Olvido Orovio
Dirección de producción: Ana Jelin
Gerente: Sagrario Sánchez
Regidora: Rosa Ana García Lara
Maquinista / técnico de sonido y vídeo: David Vizcaíno
Técnico iluminación: Ion Aníbal López
Construcción de escenografía: Mambo Decorados
Transporte: Taicher
Una coproducción de Producciones Teatrales Contemporáneas, ACME, Tanttaka Teatroa, Gosua, Teatro Picadero, Iria Producciones y T4
Colabora: Teatros del Canal de la Comunidad de Madrid
En acuerdo con ACME
Agradecimientos: Teatro José María Rodero de Torrejón de Ardoz, Teatros del Canal, Estudio Juan Codina, Barco Pirata Producciones y Colette Nucci
Teatros del Canal (Madrid)
Hasta el 19 de diciembre de 2021
Calificación: ♦
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He descubierto al Boyero (Carlos, aclaro para ofendidites) del Teatro. ¡¡albricias!!. La verdad es que me ha gustado la crítica (como casi todas las suyas, razonada y con capas), aunque a mí la obra si me gustó, con sus cursiladas anejas; si la hubiera visto con los ojos de la lógica algebraica acaso no me hubiera complacido, pero en punto a la Belleza hay que mirar con otros ojos.
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Muchas gracias por su comentario, espero utilizar más la mollera y no tanto la víscera, como el señor Carlos, el Boyero.
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