La lengua en pedazos

La Compañía Nacional de Teatro de México ambienta con tintes folclóricos el texto sobre Teresa de Jesús escrito por Juan Mayorga

La lengua en pedazosNo fueron pocos los eventos en 2015 destinados a rememorar el nacimiento de la santa cinco siglos después. Tiempo antes, Juan Mayorga había escrito La lengua en pedazos, un texto que se inspiraba en el Libro de la vida, de Teresa de Ávila. Luego, se pondría al frente del propio montaje, primero con Clara Sanchis y Pedro Miguel Martínez, y años después, sustituyendo a este último por Daniel Albadalejo, como pudimos comprobar en la propuesta que por aquí reseñé. Ahora es la Compañía Nacional de Teatro de México la que quiera dejar su impronta. Así que podremos realizar las comparaciones tan pertinentes como impertinentes que sean necesarias. Y si en el imaginario colectivo español lo castellano, como sinónimo de austero, de recio y hasta de seco, aparece con coherencia en los diálogos del dramaturgo madrileño; en la versión mejicana, se da un salto hacia el tono más bronco, hiperbólico y hasta folclórico, que al escucharlo puede generar un inicial distanciamiento. Creo que lo interesante de este espectáculo sería tomárselo con cierta descontextualización, como si fuera otra la protagonista —una santa, una mártir o una devota mejicana—; donde la ambientación y la dramaturgia se perfuman con una atmósfera que nos hace pensar más en los comienzos de la época colonial. En alguna medida, podría recordar a El rufián dichoso, de Cervantes. Todo esto que comento se puede justificar fácilmente por la inclusión de una música original de Edwin Tovar, quien la interpreta en la propia escena —luego, también intervendrá en el desenlace con una alusión seráfica—, que pretende y consigue evocar, a través de percusiones fundamentalmente, las cuitas, los tormentos y las zozobras de la mística abulense. Pero, sobre todo, lo que más nos puede sorprender son las interpretaciones de los dos protagonistas. Es evidente que se adopta un color y un cariz que nos trasladan a otros lares. Rodrigo Vázquez encarna a un inquisidor que ha llegado al monasterio de San José donde la santa ha fundado la Orden de las Carmelitas Descalzas. Si al principio la ironía con la que se procede, con esas referencias a alguna de las frases célebres («Entre pucheros anda Dios»); a continuación, se avanza con la bronca, con la hipérbole, con el discurso que reverbera atronador en el aire, con una gestualidad enérgica en ocasiones. Es cierto que ha acudido a cuestionar la labor de esa rebelde que se ha marchado del Convento de la Encarnación, donde las normas de recogimiento se habían disuelto en la laxitud; pero la expresividad parece excesiva. Por su parte, Mariana Giménez, quien comienza con un actitud defensiva y tímida, va adentrándose en el relato, en su monólogo de ascenso extático, para aproximarse peligrosamente al trance demoniaco, aunque de corte más chamánico, por momentos más embebida por la ayahuasca que por atravesar la vía iluminativa. Su ardor es incuestionable y su entrega nos introduce en el quebranto telúrico de su espíritu. Lo religioso en su perspectiva más inefable permea la escena. Cuesta observar ahí a Teresa de Jesús; no obstante, como decía más arriba, merece la pena contemplar la acción como una experiencia universal de todos aquellos que se han subsumido en la divinidad. Es en este sentido en el que pienso que marcha mejor toda la obra. Pues el inquisidor, quien primeramente cumple su función política tomando el dictamen de la iglesia; enseguida cae en el impulso de la curiosidad y de la envidia. Por eso quiere indagar en la vida de esa mujer, en los libros que leyó, en la relación con sus padres, en los escarceos amorosos de su adolescencia, en su vocación algo tardía y luego en su precario estado de salud («Mi enfermedad fue tal que el cuerpo teme que el alma haga memoria […] La lengua hecha pedazos»). Para después acometer las preguntas auténticamente trascendentales: «No entiendo que podáis verlo a vuestro lado si no veis la forma en que está». «¿Cómo sabéis que es Cristo?». Lo humano y lo espiritual se entremezclan en un diálogo repleto de impresiones y de tensiones que engrosan el misterio. Por otra parte, que el tono pueda distanciarnos no quita para que la propuesta tenga un gran interés y una factura muy persuasiva. Así, Diego Álvarez Robledo, responsable tanto de la dirección como del dispositivo escénico, ha sabido dar consistencia a los distintos altibajos con dos personajes que se desplazan por una cocina llena de alimentos que van cayendo a las ollas en ebullición. Además de que el epílogo es uno de los puntos más sugestivos, pues un coro de voces irrumpe para dar mayor enjundia estética a una pasión tan solo expresable en la poesía. En conclusión, La lengua en pedazos a la mejicana discurre por vericuetos que motivan más desde una abstracción de lo esencialmente religioso, que desde la verosimilitud realista que aborde la vida de Teresa de Jesús.

La lengua en pedazos

Autor: Juan Mayorga

Dirección y dispositivo escénico: Diego Álvarez Robledo

Concepto artístico: Mariana Giménez y Diego Álvarez Robledo

Reparto: Mariana Giménez, Rodrigo Vázquez y Edwin Tovar

Dirección artística: Enrique Singer

Diseño de iluminación: Patricia Gutiérrez

Diseño de vestuario: María y Tolita Figueroa

Música original: Edwin Tovar

Movimiento escénico: Alan Uribe Villarruel

Producción residente: Paloma de la Riva

Producción ejecutiva: Trama & Drama, Vestuario y Producción, S. A. de C. V.

Asistente de dirección: Daniela Luque

Compañía Nacional de Teatro de México

Corral Cervantes (Madrid)

30 de julio de 2019

Calificación: ♦♦♦

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