El protagonista de Calderón deviene heroína para alzarse con el trono que pueda salvar el mundo a través de su feminización
La compañía teatral Contando Hormigas lleva bastantes años produciendo obras en las que se cuenta con actores invidentes. Esta circunstancia tan significativa para un arte escénico, nos lleva a plantearnos desde qué punto de vista ha de ser juzgada su propuesta. Ante todo, creo, que sin condescendencia; porque se realiza desde la profesionalidad. Aunque desde la perspectiva diegética (el relato imaginario en sí), si la actriz protagonista, Mariu del Amo (una mujer ciega) se mete en el papel de Segismunda, un personaje que asumimos que ve, ¿qué hacer? Por un lado, podemos aceptarlo como una convención teatral igual que en tantas ocasiones se fingen vestuarios, voces o se acepta que alguien joven interprete a alguien mayor, y todo un etcétera. Seguramente lo suyo sería no darle mucha importancia; pero hay que reconocer que a nuestra actriz el espacio de la Nave 73 se le hace un poco grande y se queda muy sola en la intemperie, sin asideros, en un desequilibrio que repercute en su expresión. Mariu del Amo comienza su alocución nerviosa, en la zozobra de una chica ensayando La vida es sueño, con tanto hipérbaton, reclamando una oportunidad para volver a trabajar. La dramaturgia de Ignacio Calvache y su dirección plasman un ambiente de difusa ensoñación, con una estructura muy marcada en tres partes, con un objetivo conceptual muy definido. Lo cierto es que la obra carece de argumento sólido y solo el destino final resulta ser importante. Segismunda debe prepararse para reinar en Polonia (o en el planeta, dado el caso) y para ello debe recibir un entrenamiento, una preparación. Antes de ello, Eduart Mediterrani, como una Rosaura venida de oriente, embauca a la princesa para que asuma su auténtico papel. Luego, el actor deambula por la escena con la indefinición propia del espectáculo. Es Clotalda, una Rocío Herrera algo bufonesca, con gestos de clown, divertida y ágil, quien controla el ritmo de las escenas que se ocupan de la instrucción de Segismunda. Lo esencial es mostrar ejemplos de reyes en los que fijarse como Ricardo III o Ubú —en el expresionismo de este Gargantúa, Mariu del Amo ya parece inmersa totalmente en su labor fecunda de lograr el trono—. Lo fundamental, también, es plasmar un maniqueísmo torticero eligiendo grotescas majestades para que la lección feminista posea grandilocuencia. No obstante, únicamente desde la ironía se puede comprender la moraleja de este montaje. Puesto que, si todo esto es para demostrar que el mundo necesita lideresas y reconocimientos inapelables a las ínclitas mujeres de hoy y de ayer, la ristra de rostros inspiradores que aparecen en pantalla son, cuando menos, cuestionables (algunos); véase, por ejemplo, a la Premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, presidenta de Birmania. No es extraño ya este discurso que nos quieren vender desde el autoproclamado feminismo hegemónico. Hemos de tragarnos que la mujer, en sí misma es buena, y que si muchas más mujeres —la matria como utopía— llegaran a puestos de altísima responsabilidad, como las presidencias de los gobiernos o de las grandes empresas o de los grandes conglomerados financieros, el mundo sería absolutamente diferente y, sobre todo, mejor. En esta obra, la mujer que parece ser más inspiradora es Angela Merkel. Solo como guiño humorístico se puede entender tamaña tropelía. Aunque todo es posible dadas las circunstancias. El caso es que El sueño de Segismunda, en su conjunto, desde una escenografía falta de concisión (a cargo de Mónika Rühle), con una pantalla en la que se proyectan imágenes sugerentes y con una música que parece trasladarnos a algún cuento de Las mil y una noches, se consume en lo performativo. Cuesta observar un entramado que aunase ideas y conflictos de mayor enjundia, básicamente porque casi se subsume en el monólogo, y este sería emitido por una especie de mujer proveniente de una caverna (platónica) —como así se ha explicado frecuentemente la obra de Calderón—, pero sin otros personajes que contextualicen un espacio político que le dé consistencia. En definitiva, es de esas propuestas que parecen realizadas a medias o tan directas que no se ocupan demasiado de las etapas que maduren y den verosimilitud a la proclama final.
Dramaturgia y dirección: Ignacio Calvache
Intérpretes: Mariu del Amo, Rocío Herrera y Eduart Mediterrani
Escenografía, vestuario y videocreación: Mónika Rühle
Música: Rocío Herrera
Iluminación, diseño gráfico y fotografía: Tomi Osuna
Asesoría de movimiento: Almudena Rubiato
Producción: Contando Hormigas
Sala Nave 73 (Madrid)
Calificación: ♦♦
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