Una larga y extravagante función que combina la invocación de históricas mujeres luchadoras con el mundo laboral de los londinenses años ochenta

Que esta obra de los años ochenta pase por actual para algunos espectadores es más producto de una propaganda ciega ante la realidad, que parece negar la posición real de las mujeres en la sociedad presente. Por eso, en verdad, el texto se ha quedado viejo en su denuncia. Pero vivimos tiempos en los que todo se pretende explicar a través de un chivo expiatorio, que hace mucho que despareció: el patriarcado ―no confundir con el machismo, que de ese aún queda mucho. Seguramente se ha querido recuperar esta función de Caryl Churchill, porque el feminismo imperante en estos instantes remite a ese de los setenta y ochenta, el marxista, el que niega la biología y solo acepta la influencia social y cultural en nuestro comportamiento. Entender la complejidad del mundo contemporáneo supone tener en cuenta la tecnología, la economía, la inmigración, el ocio, la cultura del espectáculo y muchos etcéteras que nos alejan de una respuesta certera. Top Girls es una propuesta reduccionista y sesgada que, desde el supuesto socialismo de la autora, aparta por omisión la existencia no precisamente fácil de todos esos varones (la mayoría) que deben luchar afanosamente por salir adelante en una sociedad muy exigente. Al menos hay que reconocer que nos enfrentamos a un argumento extraño, puesto que su estructura viene definida por actos verdaderamente distintos. Tanto es así, que el largo primer acto (casi una hora de duración), es una perfomance abierta que podría reducirse mucho o, todo lo contrario, desbordarse hasta lograr una consistencia y una autonomía. No obstante, va aparte. Manuela Paso se encarna en Marlene, una exitosa ejecutiva recién ascendida en una agencia de colocación, y es ella quien se impone como hilo conductor. La actriz, inicialmente, parece desencajada; porque su personaje no está tan marcado como el resto ―algo que cambiará radicalmente en el resto del montaje, donde sus emociones y su pujanza expresiva brotarán con gran energía (tal y como ha demostrado muchas otras veces en las tablas). Extrañamente celebra su ascenso con una cena increíble y fantástica en la que se citan la viajera victoriana, Isabella Bird, a la que da vida Rosa Savoini, con aire entre altivo y alocado; Huichi Chiu hace de Lady Nijô, una cortesana japonesa del siglo XIII que devino monja budista, muy metida expresivamente y con su habitual acento chino (fingimos creernos el nipón); irrumpe la papisa Juana, es decir, Juan VIII (siglo IX), con una Miriam Montilla de gran poso en las meditaciones y de pose elocuente ―la más interesante en su historia de todas―; muy peculiar y extraordinaria se muestra Macarena Sanz, la «bruta» Dull Gret, que resulta ser un personaje de un cuadro pintado por Pieter Brueguel, el Viejo ―está totalmente desubicada en ese ambiente de recuerdos fascinantes, mientras apenas esboza gestos de soldado tímido―; más adelante se une a la cena, Paula Iwasaki, como una Griselda (extraída de un cuento de Chaucer) virginal. Entre ellas se inmiscuye Camila Viyuela como violinista y camarera. Escena de copas al alto y alcohol haciendo efecto, de parlamentos que se pisan unos a otros constantemente como una manera de imponer el discurso. Así los fragmentos se diluyen entre el ruido que provocan. Ellas están magníficas y todas demuestran su experiencia en escena; aunque algunas sean bastante jóvenes todavía (es un elenco ciertamente selecto, pues no faltan buenas actuaciones en su haber en las últimas temporadas). Pero ya de primeras se perciben decisiones artísticas erróneas desde la dirección de Juanfra Rodríguez y la escenografía de Alicia Blas, la cual me ha parecido deslucida, poco vistosa y carente de un estilo que señale, por ejemplo, la posible sofisticación de la agencia (esas seudomesas cuadradas son algo cutres); curiosamente la cocina de una casa residencial de una familia de clase baja tiene mejor aspecto. Para empezar, todo el primer acto implica que las invitadas se sienten en una mesa angular y que nos den la espalda. Además de que las siete actrices se tienen que mover en un espacio reducidísimo, y eso restringe, lógicamente, los movimientos. Asunto muy distinto son los vestidos que portan y que han sido elegidos por Guadalupe Valero; son elegantes (los kimonos y el vestido ceñido de Manuela Paso) y muy detallistas, tanto los antiguos como los ochenteros. Tras el descanso, la función es otra cosa bien distinta y uno debe dejarse imbuir ―digo yo―, por lo visto anteriormente, para hacer una relación de ideas sobre las mujeres luchadoras. De Marlene sabemos que ha sacrificado cuestiones muy importantes de su vida para llegar al puesto que ha ganado. No obstante, la originalidad va desapareciendo y se imponen los tópicos sobre ciertas dificultades de las féminas en el ámbito laboral (reivindicaciones muchas de ellas razonables). Asistimos a demasiadas escenas carentes de tensión dramática o tremendamente anodinas (véanse algunas de las entrevistas de trabajo) o demasiado extensas como el diálogo algo naíf e idealista entre las adolescentes juguetonas Kit (Viyuela) y Angie (Sanz). Esta última vive con su madre e intenta escapar de su ambiente gracias a la ayuda de su exitosa tía Marlene. Es justo valorar entre el argumento algo anodino y sin ritmo, la coda final, toda una discusión entre dos formas diferentes de comprender el mundo (o aceptarlo) entre Manuela Paso y Rosa Savoini, las cuales llevan su interpretación a un punto excelente. Muy paradójica e irónica es la ristra de políticas femeninas de renombre que aparecen en la pantalla para cerrar la propuesta. Tenemos para todo los gustos y disgustos: la Thatcher, Esperanza Aguirre, Manuela Carmena, Cristina Cifuentes, Carme Chacón, Hilary Clinton, Michelle Bachelet, etc. Las variedades del bien y del mal que el sexo no repara. La lección de verlas desfilar en nuestra memoria no da más sofisticación a una obra un tanto desgastada.
Texto: Caryl Churchill
Traducción: Ana Riera
Dirección: Juanfra Rodríguez
Reparto: Huichi Chiu, Paula Iwasaki, Miriam Montilla, Manuela Paso, Macarena Sanz, Rosa Savoini y Camila Viyuela
Escenografía: Alicia Blas
Iluminación: Valentín Álvarez
Vestuario: Guadalupe Valero
Vídeo: Emilio Valenzuela
Asesor musical: Ángel Ruiz
Ayudante de dirección: Moisés Crespo
Diseño de cartel: Javier Jaén
Producción: Centro Dramático Nacional
Teatro Valle-Inclán (Madrid)
Hasta el 21 de abril de 2019
Calificación: ♦♦
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Un comentario en “Top Girls”