José K, torturado

Iván Hermes interpreta este texto de Javier Ortiz, cargado de dilemas morales sobre el derecho y la dignidad humana

¿Vale realmente algo la vida de un terrorista confeso? Reconoceremos que no, y que no nos importará si mediante el suicidio desapareciera para siempre; si no es así, mientras siga vivo, al menos, no tendremos que hacernos cargo en nuestra conciencia de su muerte, en caso de que estuviera contemplada la pena capital. ¿Existe algún momento en la historia en la que un terrorista pudiera causar más daño que ahora? Evidentemente el número de víctimas siempre es importante, de ahí sus diferentes denominaciones (catástrofe, matanza, holocausto), máxime cuando esos fallecidos lo son individualmente. Que cada uno esboce una cifra. El texto de Javier Ortiz (1948-2009) está lleno de trampas y la primera que debemos sortear es la voz única del terrorista (aunque utilice en su monólogo de manera muy certera la primera, la segunda y la tercera persona); es decir, nunca olvidar a todos los otros, muchos de los cuales terminarán con el rostro más desfigurado que el de este. Es un balanceo utilitarista y un dilema moral que se resuelve rápidamente en los países más desarrollados en la garantía de los derechos humanos; sin embargo, para ello tengamos que fingir que no sabemos. El terrorista tiene una información valiosísima (dónde está colocada una bomba que acabará con cientos de ciudadanos, por ejemplo), solo él la tiene y no hay otra forma para salvar a esas posibles víctimas que torturarlo. Debemos hacerlo, no queda más remedio. Tan duro será hacerse cargo de tan vil procedimiento como de atender a las familias devastadas. Llegado el instante no se concibe escapatoria, una opción u otra. Y la excepción, el caso concreto y tipificado, es un hecho incontrovertible. Afirmó en su momento Javier Ortiz: «La tortura es un viaje moral sin retorno. No cabe atravesar esa frontera con pretensiones de excepcionalidad. Aceptar la tortura en el caso extremo […] es, de hecho, admitirla siempre. Porque, ¿en función de qué criterio se acepta?». Hay que negar la mayor, porque sabemos que esas excepciones están previstas; aunque sean altamente controvertidas. Por eso me parece inmejorable para discurrir ficcionalmente sobre estas cuestiones el ejemplo de Espías desde el cielo (2015), la película de Gavin Hood. Este espectáculo, presentado allá por 2011, se retoma ahora en el Teatro de La Abadía. Moma Teatre, de la mano de Carles Alfaro, incide en la negritud, en la sombra, en el claroscuro y en el encerramiento que pudimos atestiguar en su magnífico La vida es sueño [vv. 105-106] de hace un par de temporadas. Iván Hermes se mete en la piel de José K., un terrorista con más de veinte años de servicio. No nos faltan datos sobre su proceder, sobre sus influencias (todo un amasijo de ideas izquierdas que podrían ser de lo más contradictorias si se afinara lo suficiente) y sobre su manera de trabajar. Literalmente como un mercenario que, por un lado, nos hace pensar en «El Chacal» y, por otro, en toda esa caterva de los nihilistas rusos, con el sanguinario Nechayev a la cabeza. El actor se emplea a fondo en la soledad de su cubículo y modula las diversas incongruencias para atenazarnos con el esputo de nuestras propias incoherencias. ¿A qué llamamos concretamente terrorismo? ¿Fue terrorismo lo que se hizo con Grecia durante la crisis? ¿Quién no puso acojonado sus barbas a remojar? Las víctimas de diferente índole se contaron a miles. Es una obra que requiere la implicación intelectual del espectador. Es un ejercicio de ética que posee la virtud de cuestionar tus propios valores. Y que contiene distintas escalas de dificultad; la más compleja, desde mi punto de vista, es el uso de un inocente como medio para sonsacar esos datos tan valiosos. Uno se ve zarandeado ante el nuevo dilema. Si el terrorista es despreciable totalmente, qué ocurre cuando la vida de cientos de personas depende de un tercero al que se le deben respetar íntegramente sus derechos como ciudadano dentro de un estado que tiene indefectiblemente que respetárselos. Ciertos utilitaristas (no de todos los tipos) afirmarían que el fin justifica los medios. Entonces, se podría solventar el caso; pero al día siguiente cada uno de nosotros vería cómo sus propios derechos estarían en tela de juicio. José K, torturado es una propuesta aparentemente sencilla; pero la escenografía favorece que nuestra atención sea firme. Sobre todo, gracias al uso de una gran pantalla en el que se muestra la cara de ese tipo que nos está interpelando. Aunque sea para plantear el arrepentimiento. Decía Spinoza: «El que se arrepiente de lo que ha hecho es doblemente miserable».

José K, torturado

Autor: Javier Ortiz

Dirección, dramaturgia y espacio escénico: Carles Alfaro

Reparto: Iván Hermes

Ayudante de dirección: Vicenta Ndongo

Espacio sonoro: Jose Antonio Gutierrez / Joan Cerveró

Coordinación técnica: Jose Luis Vázquez / Luis Ignacio Arjonilla

Fotografía: Carlos Martín

Asesoramiento y documentación: Jorge Del Cura

Producción ejecutiva: Moma Teatre

Agradecimientos: Raúl Alonso, Adriana Ozores, Andrés Palacio, Montse Calles, Paula Errando, Jorge Culla y Pedro Casablanc

Una producción de Moma Teatre con la colaboración de Hermes Producciones

Teatro de La Abadía (Madrid)

Hasta el 10 de marzo de 2019

Calificación: ♦♦♦♦

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