Álex Rojo se ha puesto al frente de la adaptación de este famoso poema épico de la cultura mesopotámica
Hasta ahora lo habitual era encontrarse sobre las tablas los relatos epopéyicos griegos que tanto reconocemos en la tradición occidental. Aunque lo sensato sería descubrir en esa misma tradición, las mitologías y las cosmologías más antiguas de las cuales beben esas. Por otro lado, estaría la cuestión bíblica, aunque mucho más centrada en el Antiguo Testamento y ahí lo teatral tiene menos cabida en la historia dramatúrgica. Lo cierto es que ha sido Peter Brook quien más ha incidido en aspectos épicos más alejados de nuestros lares y ha elaborado unos espectáculos donde ha dado rienda suelta a su teoría del «espacio vacío». Recordemos, por ejemplo, Battlefield, el montaje que presentó en los Teatros del Canal hace un par de años, sobre el Mahabharata ―texto con amplias relaciones con el que ahora presenciamos. Una versión del Gilgamesh fue presentada el verano pasado por Oriol Broggi con los mimbres a los que me estoy refiriendo. Mutatis mutandis, Álex Rojo se lanza con su particular visión, tan intimista como esencial; sin grandes medios a su alcance, pero con oficio suficiente como para lograr un impacto importante en el espectador. Lo último que conocíamos del dramaturgo fue la adaptación del cuento chejoviano El pabellón número 6. Que se atreva con esta epopeya que data del segundo milenio a.n.e., es verdaderamente loable; pues el poema está compuesto por los fragmentos que se reparten a través de doce tablillas (algunas muy mal conservadas). Versos desiguales que nos sirven para afrontar la leyenda del rey de Uruk, un déspota (ya en el inicio se nos detallan sus excelsas características) que debe enfrentarse a una especie de híbrido, mitad hombre, mitad bestia, creado por los dioses, llamado Enkidu. Ambos lucharán hasta que este último derrote a Gilgamesh y resuelvan, definitivamente, el choque con una hermosa amistad que saca la mejor faceta del rey. Ángel Mauri encarna al protagonista y hay que reconocer que su presencia física impone, su musculatura propicia un derroche de energía que se enfatiza en cada movimiento. Luego, además, procede con tesón, en la obra se inician otras acciones fascinantes y peligrosas. Por su parte, Alberto Novillo, quien se mete en la piel de Enkidu, ofrece una gestualidad idónea para evidenciar la metamorfosis civilizatoria de aquel ser ―gracias a la labor de la prostituta Shamhat, interpretada por Irene Álvarez, quien tiene la oportunidad de demostrar sus dotes como bailarina― antes de bajar de las montañas. Ambos configuran una pareja peculiar de aventureros. El conjunto de los personajes se ha reducido al mínimo. Macarena Robledo interpreta a la madre y dota a su personaje de sensatez. Mientras que Alfonso Luque acepta el papel de narrador en diferentes momentos de la función y se expresa con contundencia. Desde mi punto, la primera parte, principalmente por su dinamismo, resulta más atractiva, más sorprendente, tanto por las peleas, como por el comienzo de sus aventuras cuando aparece el desafío de Humbaba. O el conflicto con el Toro Celeste, Anu, el padre de Isthar ―rechazada por Gilgamesh. Luego, la segunda parte, tal como ocurre en el poema original ―si aceptamos que las seis primeras tablillas nos hablan de fama y de amistad―, el argumento recae en el tema del dolor, y lo narrativo se desarrolla de una manera excesiva. Quizás no quede más remedio, una vez que se ha optado por esta estética tan austera, con la iluminación ad hoc de Carlos E- Laso. Ciertamente, lo que siempre ha llamado la atención ha sido el relato del diluvio; pues es otro ejemplo más de cómo el sincretismo es la seña de identidad de todas y cada una de las religiones que han existido y existen en el orbe. Este cantar conlleva una muestra primigenia de lo que serán los posteriores héroes que poblarán las historias más célebres, desde Aquiles y Ulises, hasta Lanzarote o Tirant. Álex Rojo, quien también se ha ocupado de la música ―sonidos de cuerda en el arpa de Ur que se toca en los primeros instantes y, después, la percusión tan frecuente en aquellos territorios―, ha realizado un buen trabajo y merece la pena recuperar este conocimiento.
Dirección y dramaturgia: Álex Rojo
Reparto: Ángel Mauri, Alberto Novillo, Alfonso Luque, Macarena Robledo e Irene Álvarez
Asistencia de dirección: Mariana Kmaid Levy
Espacio escénico: Álex Rojo y Alberto Romero
Iluminación: Carlos E. Laso
Música original: Álex Rojo
Diseño de vestuario y ambientación: Alberto Romero
Teatro Fernán Gómez (Madrid)
Hasta el 3 de marzo de 2019
Calificación: ♦♦♦
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