La autodestrucción de una mujer comida por los celos en un drama que aúna teatro y danza
Por mucho que se insista, es muy complicado considerar la novelita epistolar de Constance de Salm, Veinticuatro horas en la vida de una mujer sensible, publicada en 1824 —aunque la hubiera estado escribiendo diez años antes—, como una cumbre literaria del Romanticismo. Primero porque la explosión de emotivismo y sufrimiento agónico de una aristócrata devorada por los celos, se consume en la reiteración de unas cartas, muchas de ellas, exageradas, pueriles y hasta insensatas —muy propias de ese movimiento estético. Segundo, porque posee un final de cuento de hadas estomagante. Entonces, ¿qué ha visto Juan Carlos Rubio en esta colección de textos para lanzarse a crear un espectáculo como Sensible? Pues seguramente el desgarro, el impulso y lo abisal. Que no es poco como motor, aunque puede ser, por lo comentado, insuficiente encima de un escenario. Pero hay que felicitar al director por las decisiones que ha tomado en su versión; puesto que ha mejorado la obra original y su persuasión con creces. Para ello ha intervenido en dos aspectos esenciales. Por una parte, ha buscado una estetización de la propuesta a través de la danza, buscando una motivación simbólica que abriera remisiones conceptuales que nos permitieran darle mayor bagaje a lo expuesto. Y, por otro lado, cambiando el desenlace. Sobre esta última cuestión, uno debe guardar precavido silencio para no destripar la sorpresa, únicamente puedo acentuar que es muchísimo más coherente con los presupuestos románticos y que favorece su credibilidad. Su angustia y sus fantasmas no son una pose. En cuanto al trabajo que ejerce Chevi Muraday como coreógrafo y como bailarín (como actor, siento decir que parece olvidarse de sus capacidades corporales cuando utiliza la voz), me parece que funciona en una especie de envolvimiento, que se apodera alegóricamente del discurso cuando sus movimientos son más flotantes o estáticos —es una maravilla verlo boca abajo girando sobre la plataforma—; porque en algunos gestos se ve atrapado en un espacio exiguo. Vamos del feísmo de contemplarlo en gayumbos como si fuera un gigoló que acaba de finiquitar su contrato, hasta sus desplazamientos en sintonía con su partenaire, sensuales algunos, otros rozando lo macabro; pero que nos dan buena cuenta de un mundo repleto de emociones incontenibles. Él es espectro de Amor, Celos, Dolor y, también, Alfred, un pretendiente rechazado que, en esta versión, cobra un nuevo sentido bastante más determinante, lo cual beneficia, como he dicho, la potencia del epílogo. Tengamos en cuenta que Juan Carlos Rubio ha decidido acercar la acción a un tiempo indeterminado, aunque podemos situarlo en los años cincuenta, por ejemplo, del siglo XX (la referencia es un teléfono de rosca y el vestuario) y que se ha trasladado a Nueva York. Kiti Mánver interpreta a esta malhadada mujer madura que se desespera al comprobar que su joven amante se ha marchado con otra aquella noche; cuando todos regresaban de la ópera. Un equívoco, puesto que el muchacho va a ser testigo de la boda de su acaudalado tío que, además, va a desistir de sus pretensiones amatorias con nuestra protagonista y va a dejar una generosa herencia a su sobrino. El enredo aumenta por el desnorte propio de una imaginación celosa; pero cuesta empatizar con el vacío de esa burguesa y su vida aparentemente anodina. Termina por ser demasiado lineal, con pocas interacciones externas como para romper la dinámica autodestructiva. La actriz compone su personaje con apostura y con una delicadeza que lentamente la va derrotando. Pienso que las voces pregrabadas que se escuchan funcionarían mejor emitidas por los propios actores en directo, como apartes que no suenen tan artificiales. Es, además, incuestionable que la plataforma giratoria con esa cama como un ataúd petrificado, que Curt Allen Wilmer ha situado enmarcada por una especie de atrio repleta de espejos, es enormemente atrayente y ofrece una plasticidad muy acorde con el tema. La iluminación de Juanjo Llorens destaca en la creación de sombras en los momentos más dramáticos. Contemplamos el espectáculo como el camino sinuoso de una mujer hacia su ara sacrificial del amor. En definitiva, Sensible es un montaje que visualmente concita elementos que nos llegan a satisfacer y que se sobrepone a una novela corriente dentro del panorama de la literatura epistolar francesa y británica del XVIII que había dejado novelas tan significativas como Las amistades peligrosas o Pamela. Debemos reconocer que Juan Carlos Rubio ha sido lo suficientemente creativo como para sacarle partido.
Autora: Constance de Salm
Versión y dirección: Juan Carlos Rubio
Reparto: Kiti Mánver y Chevi Muraday
Ayudante de dirección: Isabel Romero (COART+E)
Coreógrafo: Chevi Muraday
Compositor: Julio Awad
Diseño de iluminación: Juanjo Llorens
Escenografía: Curt Allen Wilmer
Figurinista: María Luisa Engel
Diseño sonido: Sandra Vicente
Fotografías y diseño cartel: Sergio Parra
Diseño y dirección de producción: Concha Busto
Producción ejecutiva: Sandra Avella
Ayudante de producción: Miguel García de Oteyza
Jefa de prensa: María Díaz
Teatros del Canal (Madrid)
Hasta el 22 de octubre de 2017
Calificación: ♦♦♦
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