Fran Perea dirige esta historia sobre Solomon Shereshevsky, un hombre con una memoria casi ilimitada
Hoy en día el tema de la memoria continúa siendo un quebradero de cabeza para los neurocientíficos; les cuesta desentrañar de qué manera nuestras percepciones se asientan en nuestro cerebro y de qué forma luego podemos recuperarlas. Uno de los pioneros en este campo —también en otros muchos, como el lenguaje— fue el psicólogo ruso Alexander Luria (1902-1977), el gran heredero de Vygotsky. Pablo Díaz Morilla se ha fijado en la historia del más célebre de sus pacientes, Solomon Shereshevsky, el primer diagnosticado de hipermnesia, es decir, algo así como poseer una memoria tan inmensa que uno se siente abarrotado de pensamientos, de datos, de relaciones. Además, sufría sinestesia, consistente en atribuir a las palabras, a los recuerdos y a sus experiencias, cualidades de varios sentidos, ya fuera del gusto, del tacto, etc. Desde luego, a priori, la biografía de este hombre parece interesante; aunque el montaje posea las carencias propias de las funciones que tratan de llegar a un público amplio. Primeramente, debemos reconocer que la estructura es clásica, lineal y que rápidamente adopta un tono algo naíf, dickensiano, como si el contexto histórico de aquellos años 20 en la Unión Soviética no terminara de permear en un relato que se encierra sobre sí mismo. Se lanzan pinceladas sobre ciertas presiones políticas, escapar del país, la libertad de prensa, etc.; pero el texto quiere ir al grano. Y este sería otro punto a corregir. Se quieren introducir demasiadas escenas en poco tiempo y el teatro no es cine —cierto aire a Capra, también se percibe—. Se confunde el dinamismo, con el ensamblaje abrupto de unas situaciones con otras. Por lo tanto, falta pausa, desarrollo del conflicto en cada diálogo y, también, algo de silencio que nos permita acceder al sufrimiento del protagonista; por ejemplo, vemos cómo el Solomon se convierte en una atracción de circo —en una escena muy repetitiva con petición de aplausos en cuatro ocasiones— y enseguida se cambia de tercio. Estos hechos son los que encapsulan a los personajes, que no terminan de redondearse. Así le ocurre Esther Lara, quien se encarga de la esposa; hasta bien avanzada la función no adquiere suficientes matices, es un tanto pasiva vitalmente. Luego, ya nos demuestra que se pueden ofrecer alternativas y que su padecimiento es igualmente intenso. Luria es encarnado por Steven Lance, un personaje caricaturesco, muy poco creíble, llevado hacia el estereotipo del científico ensimismado en sus cosas, muy sabio; aunque tan descuidado como para olvidar el cumpleaños de su mujer. El actor cumple activamente con su cometido, pero su papel debería mostrar mucha más profesionalidad. Ángel Velasco se mete en la piel de Shereshevsky y logra transmitirnos su desgarro interior, esa desesperación por encontrar la solución. Evidentemente es quien carga con todo el peso argumental de la obra y quien es sometido por sus extrañas capacidades. Digamos, en definitiva, que las escenas donde el protagonista se aproxima a los límites nos parecen verosímiles, mientras que el resto caen en un envoltorio fabulístico sin consistencia dramatúrgica y profundidad sobre los hechos. No hay más que contemplar el epílogo, tan edulcorado y efectista que uno se pregunta si de verdad esta historia merecía la pena. Por lo visto, en la realidad, el tipo terminó trabajando de taxista, cuando podría haber sido un gran reportero. En cuanto a la escenografía, es palpable que entorpece el movimiento de los actores y Fran Perea, en su primer montaje como director, lo debiera haber advertido. Dita Segura y Juan Heras han querido mezclar dos estilos antagónicos y simbolizar el caos cerebral de Solomon con una ocupación excesiva del escenario. Por una parte, tres enormes puertas irregulares, aunque sencillas, que se van iluminando, se pretenden combinar con un despacho, una habitación con su cama y, por el aire, una enredadera formada por cuerdas con marcos colgando. Visualmente no me convence, me despista y deja a los intérpretes sin sitio para desplazarse con soltura, no caminando de lado. Sin embargo, sí que Michael Collis realiza un notable trabajo con la iluminación y atisba con el domino de colores y tonos, lo que podría haber sido un espectáculo más sutil. En conclusión, Souvenir es un espectáculo entretenido, que hará pasar una tarde agradable a los espectadores; pero requiere pulirse. Para ser la primera dirección de Fran Perea, podemos tomarlo como un impulso inicial del que aprender para mejorar en futuras oportunidades.
Autor: Pablo Díaz Morilla
Director: Fran Perea
Reparto: Steven Lance, Ángel Velasco y Esther Lara
Producción: Factoría Echegaray
Producción en gira: Feelgood Teatro
Ayudante de dirección y gerente en gira: Rocío Vidal
Iluminación: Michael Collis
Escenografía: Dita Segura / Juan Heras (Dinamita Producciones)
Construcción de decorados: Factoría Echegaray / Dinamita Producciones
Vestuario: Tatiana de Sarabia
Maquillaje y peluquería: Katy Navarro
Coordinación técnica: Alejandro Gallo
Música original y espacio sonoro: Fran Perea
Producción musical: Alfonso Samos
Técnico de sonido: Ignacio Román (Crislama)
Voces en off: Mar Godoy, Javier Márquez, Alberto Martín, Fran Perea, Luz Valdenebro y Rocío Vidal
Fotografía: Daniel Pérez y Álvaro Cabrera
Vídeo: Factoría Echegaray
Comunicación en gira: Marea GlobalCOM
Diseño gráfico: Factoría Echegaray y Aryutolkintumi.com
Distribución: Charo Fernández (Traspasos Kultur)
Teatros Luchana (Madrid)
Calificación: ♦♦♦
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