Ignasi Vidal firma este enredo coral y algo naíf sobre las relaciones de individuos en crisis

El buen sabor de boca que nos dejó El plan era razón suficiente para esperar un texto bien trabado en la nueva obra de Ignasi Vidal. Pero la decepción llega enseguida, porque el lenguaje que emplean sus personajes es, por una parte, manido y, por otra, inverosímil. Se le quiere dar a la función ese aire cinematográfico propio de las comedias románticas americanas que nos llevan atufando durante todas estas décadas, y que juega al encaje de diversas historias en un panorama coral. Ya se sabe, hay que hacer coincidir a unos con otros para que dé la impresión de que el mundo es un pañuelo, un microcosmos lleno de magia y encanto. Así nos encontramos con una decena de piezas, de situaciones concretas que se van cerrando para dar paso a otras hasta que se configura el tejido circular. Todo ello se vivifica sobre la escenografía ideada por Curt Allen Wilmer, una especie de pizarra gigante sobre la que se dibuja una rayuela sui géneris, sobre tablones que enmarcan cada diálogo con números y un letrero que nos da la indicación del lugar en el que transcurre la acción. Atrás, un enorme espejo nos permite ver lugares ocultos. Si en un primer instante llama la atención, creo que no se termina de aprovechar suficientemente todas sus posibilidades y se vuelve muy repetitivo el engranaje. A esto se le añade la música creada por Marc Álvarez, que resulta idónea y bella para las múltiples transiciones (seguramente lo mejor del espectáculo). Otro aspecto, además, que distorsiona la coherencia escénica es que en unas ocasiones los objetos son evocados, se trabaja con el gesto de agarrar, por ejemplo, un vaso; mientras que otras veces aparece una maleta real o un libro. El capítulo 7 de Rayuela sirve de inspiración: «Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos…»; no ya solo por la imagen que recrea Cortázar, sino por el tono de prosa poética que el dramaturgo pretende introducir de una forma muy cursi en la propia obra. En el primer cuadro, Manuel Baqueiro interpreta a Pedro, un tipo que, debido a su crisis matrimonial, se ve impelido a contactar con una antigua novia, Amanda, encarnada por Celia Vioque. Su conversación en un bar es el típico entre dos personas que han tenido mucha confianza, pero que deben engrasar su compenetración. Lo que choca es el ímpetu de él, con ese lenguaje fuera de lugar, propio de alguien desesperado más por el ansia de encontrar a alguien que sustituya a su mujer (Eva Isanta, madre y empleada de una inmobiliaria), que por su fracaso sentimental. El cuadro segundo me parece una catástrofe dramatúrgica, un sinsentido. La joven Paz (Sara Rivero) es agente inmobiliaria y aquella tarde enseña un piso a Sergio (Daniel Freire), un médico recién divorciado, que encaja exactamente con la ensoñación de amor platónico de ella que, a pesar de sus veinticinco años, no duda en convertirse en una especie de fan enloquecida que le declara sus sentimientos. Enseguida se besan apasionadamente, ella propende todo tipo de gestos, primero avergonzados y luego acalorados. Igual que su compañero en la escena anterior, se expresa con lirismo romanticoide y dulzón. Él se deja querer, encantado con ese regalo que le envían los dioses. Ante este cariz poco ya se puede esperar de un texto que se subtitula: «y otras rarezas de amor». Todavía me pregunto a qué se refiere el autor con «rarezas», pues lo que vemos es bastante convencional. No quiero desvelar el punto más fuerte de la función (o debería ser fuerte); pero digamos que ante una tragedia, nos topamos con reacciones que desmontan cualquier atisbo de consideración madura del amor. Una falta de empatía tan pasmosa, que deja a cada personaje definido únicamente por el egoísmo infantil. Es decir, el hecho en cuestión no trastoca ni veinticuatro horas la «convulsa» vida de estos individuos. No hay más que fijarse en el desenlace, que con tal de enhebrar más los hilos, es capaz de montar una escena donde Sergio, pasa de un sentido dolor a proponer un alegre paseo a una nueva «amiguita». Por otra parte, en general, las interpretaciones se ven muy marcadas por la brevedad, se ven sin espacio para expresarse adecuadamente y dejar respirar a su personaje. Me quedo con Eva Isanta, quien aporta ciertas briznas de humor sarcástico que dan empaque a su Marta, un papel con poco recorrido. El cíclope y otras rarezas de amor es un producto teatral con unos ingredientes muy claros: actores de la televisión, el amor con tintes seudorrománticos y una estructura que permite seguir los entresijos con facilidad, donde hallaremos tópicos propios de nuestra sociedad y su mercado del amor. También parece claro a qué tipo de público se dirige.
El cíclope y otras rarezas de amor
Escrita y dirigida por Ignasi Vidal
Reparto: Manu Baqueiro, Celio Vioque, Sara Rivero, Daniel Freire y Eva Isanta
Escenografía: Curt Allen Wilmer (aapee) con la colaboración de estudioDedos
Música original: Marc Álvarez
Iluminación: Sergio Gracia
Vestuario: Beatriz Carballo
Ayudante de dirección: Antonio Rincón-Cano
Taller objeto imaginario: Carlos Lasartes
Construcción de escenografía: Scnik Móvil, S.A.
Confección vestuario: Petra Porter y sucesores
Equipo técnico: DeGira
Asistentes de dirección y ayudantes de producción: Yahaira Orbegozo y Romeo Urbano
Prensa: Daniel Mejías
Diseño gráfico y vídeos: David Ruiz
Dirección de producción: Emilia Yagüe
Producción ejecutiva y gerencia: Antonio Rincón-Cano
Producción: Olympia Metropolitana S.A., Emilia Yagüe Producciones y Unahoramenos Producciones
Apoyo de: Programa Residencia Teatro del Bosque-Ayuntamiento de Móstoles
Distribuye: Emilia Yagüe Producciones
Teatros del Canal (Madrid)
Hasta el 17 de septiembre de 2017
Calificación: ♦♦
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