Miguel del Arco presenta su particular visión sobre la furibunda misoginia del dramaturgo August Strindberg

Llevar a escena un retazo de la vida de August Strindberg, el célebre dramaturgo sueco, puede resultar a priori apetecible, máxime si la obra es versionada y dirigida por Miguel del Arco, alguien que apuesta fuerte y con ambición en cada una de sus propuestas. Por esta razón, la recepción debe ser también más exigente. Per Olov Enquist comenzó a escribir el texto allá por 1973 bajo los ecos del individualismo nixoniano y el feminismo antimasculino. Nos situamos en marzo de 1889 en el teatro Dagmar de Copenhague, Siri von Essen, la primera esposa de nuestro protagonista y de quien se estaba divorciando, está pasando la escoba sobre el escenario. Una muralla informe de cajas de cerveza, diseñada por el escenógrafo Alessio Meloni, una especie de sugerente frontera entre el abismo y la disolución, invade las tablas. No queda más remedio que emplear aquel espacio como almacén, no son tiempos boyantes. Creo que el punto de arranque por el que ha optado Miguel del Arco es determinante para el devenir de la función. En el libreto original, donde Siri jura en finlandés unas breves palabras ininteligibles para el supuesto público (la obra, recordemos, está en sueco), nuestro director ha puesto a Manuela Paso a berrear una ristra infame de improperios dignos de una poligonera bajo los acordes de una guitarra eléctrica. Un preludio muy heavy. ¿Y ahora qué hacemos con esta individua? ¿Por qué se nos entrega esta reconstrucción así del personaje? Se sitúa el tono muy arriba y luego se pretende mantener en tal situación. Desde luego la labor de la actriz, nuevamente, es extraordinaria, su toque de ironía sensacional y su expresividad, más allá de la nasalidad de su voz, posee gran entereza. Enseguida aparece el señor Strindberg que, con mayor credibilidad, tampoco se corta a la hora sacar sapos y culebras de su boca. Su enfrentamiento no tarda ni un ápice en dar comienzo. Sus registros van desde la bronca rastrera propia de un chulo y su meretriz, hasta la sofisticación sarcástica al estilo de los Taylor-Burton en ¿Quién teme a Virginia Woolf?, pasando por La guerra de los Rose o cayendo en la vulgar disputa tipo negratas en el Bronx ochentero. Para encarnar al autor de La señorita Julia contamos con Jesús Noguero, intérprete repleto de una seguridad penetrante y una mirada tan sólida como su dicción experimentada. Me parece inmenso. La pareja está dirigida con primor, con detallismo; su visceralidad y su entrega actoral es lo más sobresaliente, sin duda, de todo el espectáculo. El meollo de la trama consiste en el montaje de una obra de teatro ─sí, otra vez más, teatro dentro del teatro─, La más fuerte. Siri desea encauzar su abandonada carrera de actriz y el propio Strindberg, más por cuestiones económicas que por otra cosa, la va a dirigir. Al poco de empezar hace acto de presencia Viggo Schiwe, un actor con cierta proyección, pero que aquí se nos presenta excesivamente complaciente, falto de pundonor, más si pretende dedicarse por entero a esta profesión. Daniel Pérez Prada borda su papel, su apocamiento es verdaderamente creíble, aunque así la derrota es segura y no supone más que un ridículo apoyo en uno de los enfrentamientos hombres vs. mujeres. Dirimir la cuestión irrisoria ─punto álgido en lo humorístico dentro de la función─ sobre el diámetro de sus «pollas» (tema esencial en las falocracias freudianas), nos permite descubrir su vis cómica. Rápidamente, también, entra Marie Caroline David, una escritora danesa y alcohólica, dispuesta para aportar su granito de arena entre botellín y botellín (nunca los tuvo tan a mano) interpretando a la Muda y, además, para decantar definitivamente la balanza en la disputa. Miriam Montilla, al igual que en La función por hacer, sostiene su personaje con apostura, reteniéndolo vitriólicamente para no caer en las provocaciones de Strindberg. La furia de este proviene del auténtico leit motiv de la obra: el recuerdo recurrente de una noche casi orgiástica en Grez, donde estuvieron viviendo los tres. Siri y Marie cayeron en las redes de su atracción sexual y el dramaturgo se horrorizó como si hubiera asistido a la mayor de las herejías. Esa es, entonces, la noche donde las tríbadas (del griego, tríbein ‘frotar’) lo subyugaron moralmente y desencadenaron esa misoginia tan feroz que plasma en cada una de sus frases. Miguel del Arco ha recurrido de nuevo al flashback impreso por la ralentización de sus intérpretes bajo una coloración verdosa, procedimiento que ya empleó prácticamente de la misma forma en el Misántropo y en Hamlet. Tan efectivo y atrayente como en aquellas ocasiones, aquí se queda un poco escueto para ser el centro argumental de la función. Por lo demás, se intenta ampliar el espacio de representación llevando a los cuatro actores a recorrer pasillos, puertas de entrada, escalerillas, etc., para contrarrestar el estatismo al que se tiende cuando la obra ya no da más de sí. Hay que reconocer que se regodea en las mismas diatribas sin visos de avance. La obra se hace un poco larga. Un buen aporte es el de Pau Fullana en la iluminación y del equipo técnico en general. La noche de las tríbadas pone en la picota al afamado August Strindberg, su odio hacia las mujeres hoy nos suena más chocante que nunca («Dentro de cien años todos los hombres se habrán suicidado desesperados de tanto gimoteo… así terminará la guerra de los sexos»), y en la Suecia de su época ya debió empezar a chirriar, si tenemos en cuenta que desde 1842 las niñas acudían obligatoriamente a la escuela y que desde 1974 las féminas podían controlar sus propios gastos incluso dentro del matrimonio. Conseguirían el acceso al voto en 1921. Todo ello mejor no compararlo con España. Como afirma Enquist, tendenciosamente marxista, Strindberg, al igual que muchos otros, se vio descolocado por el hundimiento de la familia debido al desarrollo del capitalismo. El individuo se ponía al frente y dejaba atrás la milenaria institución. En fin, fue un hombre muy complejo, con brotes esquizoides, cercano al satanismo, del que es muy difícil sacar una respuesta clara a través de una obra de teatro. Miguel del Arco ha vuelto a dirigir a sus actores con sabiduría, pero creo que ha cargado las tintas en los personajes principales, seguramente buscando la comicidad, queriendo suavizar el posible enrocamiento de las disputas. La conclusión es que en lo caricaturesco funciona, el divertimento es chabacanamente delicioso; pero en la verosimilitud flojea.
Autor: Per Olov Enquist
Versión y dirección: Miguel del Arco
Reparto: Manuel Paso, Jesús Noguero, Daniel Pérez Prada y Miriam Montilla
Escenografía y vestuario: Alessio Meloni
Ambientación de vestuario: María Calderón
Peluquería: Sara Álvarez
Iluminación: Pau Fullana
Diseño de sonido: Sandra Vicente
Diseño gráfico: Patricia Portela
Fotografía: Vanessa Rábade
Realización de escenografía: Mambo Decorados
Ayudante de dirección: Gabriel Fuentes
Producción: El Pavón Teatro Kamikaze
El Pavón Teatro Kamikaze (Madrid)
Hasta el 8 de enero de 2017
Calificación: ♦♦♦
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Un comentario en “La noche de las tríbadas”