Iria Márquez dirige esta pieza sobre una disputa fratricida en la Cisjordania de los años 90
El conflicto entre los palestinos y los israelíes no para de entregarnos visiones y perspectivas sobre un enfrentamiento que no llega a tener fin. La temporada anterior pudimos contemplar Tierra de fuego, sobre el mismo tema, aunque podríamos llegar a afirmar que la estructura de tensiones que se aborda en Masked se puede relacionar mejor con Los justos de Camus. Porque si el contexto es claramente determinante, lo que a mí me parece que cobra gran trascendencia es la cuestión moral, tensionada por aspectos idealistas como el concepto de hermano, de familia, de honor o de pueblo. Aquí contamos con tres hermanos palestinos representando diversas adaptaciones al medio durante la Primera Intifada. Más bien la obra es un reto para el espectador, este debe descubrir quién miente, quién es el más noble de estos jóvenes consternados por sus propios dilemas. Naím ha bajado de las montañas, donde se resguardaba junto a otros miembros de la resistencia, para reunirse con Khalid en la carnicería donde trabaja. Ambos se ponen al día, manteniendo una conversación que se nos muestra extraña, como inconexa. El hermano menor limpia afanosamente el suelo y las encimeras, mientras el mediano se refresca para aliviar el cansancio. Conocemos detalles de sus vidas, pero hasta que no entra en acción Daoud, el mayor, no comprendemos que las sospechas que se ciernen sobre él son de una gravedad extrema: quizás sea un colaborador israelí. La brevedad de la función, apenas alcanza la hora, viene causada por un ritmo que crece por momentos, con discusiones como una partida de póquer en la que todos los faroles posibles se van exponiendo con algunas cartas sobre la mesa. Y lo que en determinado momento, pasada la primera mitad, nos sume en una bronca monumental que parece concretar la dirección, que no podemos revelar aquí, de la función, de repente, el espectáculo se descalabra en una concatenación irrefrenable de idas y venidas, de afirmaciones tajantes y desmentidos, súplicas y mandatos, apelaciones a la hermandad y proclamas políticas. Cuando todo termina de la manera que lo hace, uno piensa que llegar a esa determinación necesita un poso, que la tensión se debe sorber con los silencios, con el reconcome del enclaustramiento, de la angustia que te inunda cuando se van cerrando las salidas y las escapatorias. Pero no ocurre así, los nombres de personajes que no conocemos se sueltan sin que te puedas hacer una idea y las reconstrucciones de algunos hechos se entreveran de verdad y fingimiento. Tan solo era necesario dedicarle unos minutos más, para que el desenmascaramiento de cada uno de ellos fuera completo. En cuanto al elenco, me ha parecido muy directivo y seguro Mon Ceballos en el papel de Naím, la fuerza con la que expresa sus convicciones y, a la vez, esa condición de subalterno. En cuanto a Daoud, que interpreta Pedro Santos, nos desconcierta en un inicio ese tono algo displicente, aunque marque estupendamente su propia línea de cinismo, rabia y conformismo. Finalmente, Carlos Jiménez Alfaro, se mantiene, como hermano menor, siempre a la espera, en la indeterminación de no saber a quién hacer caso; adopta generosamente el perfil de la precaución. No hay que negarle, desde luego, virtudes a este Masked, ni a su texto, donde Ilan Hatsor presenta esa cantidad de aristas sobre el envilecimiento humano y la incapacidad de este para luchar contra todos los monstruos; ni a la dirección de Iria Márquez, que si bien, como se ha afirmado antes, necesitaría en su parte final mayor templanza, alcanza cotas elevadas de disputa tremebunda. Nos confirma, además, que poca esperanza se puede reclamar ante ciertas actitudes humanas.
Autor: Ilan Hatsor
Dirección: Iria Márquez
Reparto: Pedro Santos, Carlos Jiménez Alfaro y Mon Ceballos
Iluminación: Sergio Balsera
Espacio sonoro: Víctor Abad
Escenografía: Seven Inks
Producción: Seven Inks y Álvaro Vázquez
Teatros Luchana (Madrid)
Sábados y domingos de septiembre y octubre (2016)
Calificación: ♦♦♦
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