La obra de Albert Camus se adapta en clave etarra en el Matadero
La acción se sitúa en 1979, año en el que ETAm (militar) asesinó a 65 personas; el año anterior había terminado con la vida de 60 ciudadanos, para completar en 1980 con las 204 víctimas que sumaron en aquel trienio terrorífico. Un largo preámbulo dispone a los cinco gudaris a ritmo de txalaparta sobre un cajón de tierra que parece alimentarlos. Después, escarban para encontrar unos cabos que los mantendrán anclados durante la primera parte. A partir de ahí, bajo esa propuesta, se irán desplazando en una danza macabra mientras las ideas se contraponen en la preparación de la ekintza. La obra funciona muy bien hasta el atentado. El ritmo pausado es inmejorable para componer la dialéctica, para construir esos hilos donde aún late la humanidad y que están a punto de romperse, y que propiciarán una frontera donde no habrá vuelta atrás. Después, cuando el poeta es encarcelado, la velocidad de los diálogos aumenta. El tono se vuelve algo moralista con la aparición de tres personajes un tanto planos: un inspector mostrando enseguida su estrategia, la viuda vestida de blanco y un preso común que rompe con una dinámica en la que cada intervención parecía medida. Los diversos desenlaces se suceden atropelladamente transgrediendo el ritmo de la primera parte. Aún así, el conflicto moral que, en definitiva, es lo que cuenta en este texto, queda espléndidamente dispuesto. ¿Se debe, incluso, matar a niños en pos de la causa? ¿Se debe anteponer la libertad a la justicia? ¿Qué es la valentía? ¿El fin justifica los medios? El reparto ofrece diversos caracteres que completan, en conjunto, una compacta dramaturgia. En esta versión, José A. Pérez y Javier Hernández-Simón han configurado un juego de compensaciones y fuerzas entre etarras duros y blandos. El duro, desde luego, es José Luis Patiño, experimentado actor (lo pudimos disfrutar la temporada anterior en El triángulo azul) que se carga con la responsabilidad de argumentar zafiamente desde la postura más sectaria e infame; también en este bando habita Pablo Rivero, jefe del comando, y uno de los personajes más complejos de la obra y más difíciles por el cruento equilibrio que debe trenzar en su defensa de los intereses. En el lado blando, destaca Lola Baldrich, magnífica, muy entregada en sus intervenciones y sentida en la gesticulación. La siguen Rafael Ortiz y Álex Gadea que con sus papeles favorecen el contrapeso necesario en un debate tan tramposo. Finalmente, el inspector es Ramón Ibarra, quien a pesar de tener bastantes líneas, quizás le hubieran hecho falta más para redondear su intervención. Algunos profesores de filosofía recomiendan la lectura de esta obra de Camus en los institutos. Con la introducción del mundo etarra de aquella época es una inmejorable ocasión para recordar que una vez uno se adentra en el mundo tenebroso de las fábulas los parámetros de la justicia pierden todo el sentido de la medida.
Los justos
Basada en la obra de Albert Camus
Dramaturgia: José A. Pérez y Javier Hernández-Simón
Dirección: Javier Hernández-Simón
Reparto: Lola Baldrich, Álex Gadea, Ramón Ibarra, Rafael Ortiz, José Luis Patiño y Pablo Rivero Madriñán
Iluminación: Juan Gómez Cornejo
Escenografía y vestuario: Bengoa Vázquez
Espacio sonoro: Álvaro Renedo Cabeza
Asesora de movimiento: Marta Gómez
Naves del Español – Matadero (Madrid)
Hasta el 29 de octubre de 2014
Calificación: ♦♦♦
Texto publicado originalmente en El Pulso.
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