Un interrogatorio fatídico que nos remite al contexto de las dictaduras en el Cono sur
Comentaba Mario Benedetti cuando escribió esta obra que se preguntaba cómo alguien normal podía convertirse en un torturador. Aquí contamos con el susodicho torturador y con el torturado, con el militar y el militante comunista; aunque no se contextualice de forma expresa, nadie puede escapar al imaginario de las dictaduras argentina y uruguaya. Ambos actores se han esforzado en emular un acento que nos aproxime a esas latitudes. Pero volviendo a lo que apuntaba el poeta, no creo, primero, que ese tipo de individuos capaces de fustigar a un compatriota de tal manera sean, a priori, tipos normales, sino más bien seres predispuestos a ahondar en sus más viles instintos y con una amplia capacidad para aplacar su empatía. Mucho más interesante me parece indagar sobre la actitud de Pedro.
Al principio lo encontramos cubierto por una capucha de arpillera, murmurando en su inquietud. En un hecho casi insólito, aparece el capitán, José Emilio Vera con su bigote afilado y repeinado como aquellos que aspiran a la higiene moral, y se salta la fila de espectadores que aún aguardan a tomar asiento, pega un par de gritos secos, cesa la música, se apaga la luz y comienza su soliloquio remallado con el cinismo que atesoran los pobres empoderados. En ese primer acto, el intérprete (con ciertas similitudes a su papel en Addio del passato) establece un tono que le favorece y con el que consigue desplegar su chulería, su verborrea porteña, su argumentario falaz ante la sombra de la tortura que le espera a su víctima. Es un discurso que te mantiene en alerta, uno sospecha que en cualquier momento perderá la calma. Una representación notable que en su modulación apenas decae levemente al final. Luego, ya sí, el pobre muchacho, Antonio Aguilar, rompe con su estrategia del silencio y acepta que no hay salida si no confiesa: «Estoy muerto y hablo como un loro». Todo gira en torno a la idea de su muerte en ciernes, a él ya no le debe importar nada. Cada uno de los cuatro actos lleva implícitas sesiones de tortura que atestiguamos cuando su cuerpo reaparece mutilado por el efecto de la picana. Según avanza la función se echa en falta mayor intromisión en las verdaderas motivaciones, tan consistentes para que alguien soporte ese dolor y hasta acepte dejar la vida. Cómo su ideología lo arrastra en pos de un futuro utópico, cómo la pertenencia a un grupo que lucha por la causa más noble contra esa barbarie inmovilista, dictatorial y déspota puede anular sus deseos personales. Un punto a favor del texto es la inclusión de un flashback en el que los recuerdos de cada uno humanizan la escena, el diálogo se vuelve honorable y eso nos permite atesorar aún alguna expectativa. En definitiva, solo esa postura tan radical, la del mártir, desbarata los planes de cualquier ser humano. Si uno deja de temer al dolor y a la muerte, nada hay que hacer. Es una derrota para las fuerzas del orden; pero, desde luego, si Pedro gana, su victoria no llega ni a pírrica. ¿De qué vale, entonces, la dignidad, el compromiso y la solidaridad? Pedro y el capitán nos muestra ese tímido hálito de esperanza, sí, lo humano, hasta en los hombres más infames y manipulados, permanece latentemente. Gracias a la dirección de Blanca Vega y Tomás Sznaiderman somos atrapados por ese magma psicológico en el que las sensibilidades se entremezclan con un ritmo, a veces incómodo, que nos lleva a descubrir la angustia, aunque se precipita de una forma un tanto repentina e inverosímil. También nos ayuda a comprobar, por contraste, de qué manera los argentinos, los chilenos o los uruguayos han escrito o filmado (muy destacable en los últimos años Garage Olimpo (1999)) sobre las tropelías que sufrieron durante sus dictaduras militares; sin embargo, en España, es una asignatura pendiente. Parece que la cartelera teatral, con muy diferentes resultados, nos brinda hasta tres dramas con un esquema similar; además de esta, contamos con Idiota y La piedra oscura. Cada uno tendrá que juzgar la credibilidad de tan demoníacas actitudes y de si verdaderamente llevamos un torturador en nuestro interior.
Autoría: Mario Benedetti
Dirección: Tomás Sznaiderman y Blanca Vega
Reparto: José Emilio Vera y Antonio Aguilar
Iluminación: Francisco Dávila
Producción audiovisual: Félix Espejo
Fotografía y diseño: Daniel Garrido
Producción: El Hangar, Círculo Teatro
Teatro Lara (Madrid)
Miércoles de septiembre y octubre de 2016
Calificación: ♦♦♦
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Un comentario en “Pedro y el capitán”