Una versión de El ángel exterminador de Buñuel sube a escena en el Teatro Fernán Gómez, de Madrid
En España, la sombra de Buñuel no es alargada; sin haber sido olvidado, no es, desde luego, un referente del cine patrio. Seguramente pueda considerarse el mejor cineasta español de todos los tiempos. La balsa de Medusa lleva a las tablas el film del aragonés El ángel exterminador. Una de esas películas cumbre del surrealismo con altas dosis de crítica social. El conocido argumento es sumamente sencillo: un grupo de burgueses se dispone a cenar pero el servicio de catering, en el último instante, comunica que no podrá realizar el encargo. Sin apenas comida, los invitados se ven envueltos en una situación inexplicable: no pueden salir de la estancia en la que se encuentran, aunque nada parece impedírselo. El título de la obra nos remite al famoso cuadro de Théodore Géricault que, a su vez, hace referencia al naufragio de la fragata Méduse en 1816 donde 147 personas quedaron a la deriva. Por lo tanto, los protagonistas van destinados al desastre y únicamente debemos esperar. Al igual que ocurrió con Buñuel, el número de interpretaciones es infinito, aquí podemos contemplar una versión más humorística y mordaz, y, con un personaje, el del mayordomo, que bien puede ser el propio ángel exterminador. Inicialmente tumbado en el suelo con los brazos en cruz, muerto o somnoliento, es capaz de entrar y salir del espacio maldito, deambula con tranquilidad su sentido común mientras sus señores y sus amiguetes le van cambiando el nombre para ahondar en su falta de entidad social. Antonio de la Fuente establece un gesto paciente y una capacidad irritante para sortear las dificultades con una presencia de su figura escuálida absolutamente provocadora. Marcial Álvarez interpreta al Señor de la casa erigiéndose en un anfitrión entre fanfarrón y pusilánime que el actor vivifica con rotundidad. Su mujer, la Señora, Rosa Vivas arrastra su pijerío nervioso hasta el estertor. La variedad de los personajes nos deja a una desvalida y enferma Mélida Molina que no solo nos deleita con un par de canciones sino que inicia la descomposición con auténtico desgarro. Por su parte, la pareja compuesta por Antonio Escribano y Sara Illán juega el papel de la cizaña. Cada uno por su lado toma cartas en una trama algo absurda de adulterio con los anfitriones. Ambos, desarrollan un cinismo que trastoca las relaciones quebradizas del elenco. Agitados por un mar embravecido a golpe de marchas fúnebres como si hubieran quedado petrificados en lo alto de un paso de Semana Santa, el fondo marino los espera. La Medusa, por un lado protectora, capaz de aislar a esos burgueses de las incertidumbres de un mundo convulso, es, por otra parte, el ataúd de aquellos que apuestan por el enriquecimiento desmesurado. Pero antes de llegar al instante fatídico, a esa situación que ellos viven como un hipócrita calvario, percibirán su propia animalidad no domesticada, su primitivismo, la suciedad, el hambre y la descomposición mientras pretenden alimentarse de papel en el micromundo donde ni su fortuna puede librarles del fin. Recurriendo a multitud de recursos como la repetición de secuencias o los movimientos coreográficos, Antonio Escribano en la dramaturgia y Manu Báñez en la dirección han asumido el reto de mantener un ritmo lo suficientemente pausado como para que podamos captar la decrepitud de esa ridícula gente. La balsa de Medusa es un texto tan paradójico como el propio personaje mitológico. Ciertamente una obra repleta de tentáculos.
Dramaturgia: Antonio Escribano
Dirección: Manu Báñez
Reparto: Marcial Álvarez, Antonio de la Fuente, Mélida Molina, Antonio Escribano, Sara Illán y Rosa Vivas
Espacio escénico: Lupe Valero
Diseño de vestuario: Lupe Valero
Diseño de iluminación: Víctor Blázquez y Manu Báñez
Espacio sonoro: Manu Báñez
Teatro Fernán-Gómez (Madrid)
Hasta el 20 de septiembre de 2015
Calificación: ♦♦♦♦
Texto publicado originalmente en El Pulso.
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