1941. Bodas de sangre

Jorge Eines da una vuelta de tuerca más a uno de los textos más hondos de la dramaturgia española

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Todo se sostiene en la obra de Lorca con su preciosismo, con su verso repleto de metáforas que se hilvanan con la vida de los humildes, como si crearan una tela de araña que lo atrapa todo. Si jugamos a imaginar un ensayo en 1941, interpretado por cómicos republicanos que fingen su miedo cuanto pueden y que hacen de su expresión un manifiesto de valentía; si le añadimos una música que surge casi de la tierra y de unos instrumentos manoseados que suenan con brillante espontaneidad, unas voces cargadas de romances y hondura, y de un baile que quiere encontrarse con la coreografía de la historia, del momento, de la ficción escondida del nuevo mundo de opresión; si asistimos a ese ensayo general, con todos los actores en escena, con su acompasamiento, con su apoyo, con su cercanía, entonces, lo que nos encontramos es unas Bodas de sangre en 1941 como si fueran el último legado de unos cómicos destinados a desaparecer, como si su actuación supusiera el último grito de un tiempo que dejarán para siempre atrás. Así se manifiesta, dirigidos por Jorge Eines, un elenco vivo de principio a fin, con Jesús Noguero como jefe de filas, con un rostro hecho para la dramaturgia, para ser Leonardo y morir constantemente por Danai Querol, una novia que se va creciendo hasta plantarse, espléndida, delante del público y recitar con un desgarro envidiable. Junto a ellos, Mariano Venancio, por momentos me recordó a Dustin Hoffman en ese intercambio entre vecina, suegra y padre. El resto brilla también a gran altura, demostrando versatilidad a la hora de interpretar, tocar diversos instrumentos, bailar, y, sobre todo, crear una atmósfera en una madriguera macilenta donde pueden ser pillados en cualquier momento. «Y apenas cabe en la mano, / pero que penetra frío / por las carnes asombradas / y allí se para, en el sitio / donde tiembla enmarañada / la oscura raíz del grito», todo se dirige, precisamente, a esos versos. Madre y novia, juntas y tan separadas en la severa atmósfera que se va espesando mientras todos juntos llevan a cabo ese «ensayo general», con el Cara al sol interrumpiendo su quehacer. Esa atmósfera, tan simbólica, en la que se cruzan los espacios áridos de la tierra andaluza, las rencillas en sus miradas atravesando, delante de todos nosotros, como cuchillos que adelantan el trágico desenlace. Esa es la verdadera creación de esta versión de Bodas de sangre y que tan bien ha llevado la Compañía Tejido Abierto a término. Desde luego, merece la pena tanto para aquellos que ya conozcan el texto lorquiano como para esos otros que aún no se han acercado al autor granadino.

1941. Bodas de sangre

Autor: Federico García Lorca

Dramaturgia y dirección: Jorge Eines

Reparto: Carlos Enri, Inma González, Luis Miguel Lucas, Beatriz Melgares, Daniel Méndez, Jesús Noguero, Danai Querol, Carmen Vals y Mariano Venancio

Escenografía: Carlos Higenio Estean

Vestuario: Kristina G.

Iluminación: Rubén Martín y Sergio Guivernau

Espacio sonoro: Luis Miguel Lucas

Vídeo: Serio Milán

Ayudante de dirección: Eider Elorza

Diseño de cartel: Mar López y Riki Blanco

Fotos: Iván Rodríguez y Assiah Alcázar

Vídeoclip: Paz Producciones

Producción Tejido Abierto Teatro

Teatro Valle-Inclán (Madrid)

Hasta el 12 de enero

Calificación: ♦♦♦♦

Texto publicado originalmente en El Pulso.

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3 comentarios en “1941. Bodas de sangre

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