José Carlos Plaza ha elegido unos intérpretes que no llegan a compenetrarse totalmente en este clásico contemporáneo de Sanchis Sinisterra

Volver una vez más sobre este clásico del teatro contemporáneo implica poner en marcha a una pareja de intérpretes que nos atraiga por su simbiosis. Puesto que en nuestro imaginario rápidamente nos vienen a la cabeza Verónica Forqué y José Luis Gómez, también Santiago Ramos. O Elisa Matilla, quien hace pocos años remarcó muy bien el salero idóneo, más apegado al folclore andaluz, y Jacobo Dicenta, que tiene su porte. Aunque la mayoría de espectadores se fijará en la película, con Carmen Maura —quien la recordaba con fervor durante los últimos Premios Goya— y Andrés Pajares. Sigue leyendo
Creo que este montaje hay que observarlo desde una perspectiva más simbólica que naturalista, que el mérito de Eduardo Galán está en darle más hondura a una novela que puede parecernos demasiado anticuada, algo ingenua y hasta risible, como así ha provocado la gente de campo de antaño por su aparente simpleza al hablar (ese tópico que ha durado tanto en nuestro país y que tiene al garrulo como epítome). Algo de esta comicidad tenía la propuesta que protagonizó Manuel Galiana allá por el 2002, que reponía la que había liderado José Sacristán con anterioridad.
Cuando hace unos meses falleció William Hurt, se recordó ampliamente su fantástica labor actoral en la versión cinematográfica de El beso de la mujer araña (1985), con la que consiguió, entre otros prestigiosos premios, el óscar. Aquella cinta y su novela se habían quedado ancladas en un pasado que reverbera mal en nuestro presente; porque poseía reminiscencias culturalistas que hoy resultan algo exquisitas. Es algo que se comprueba en la versión que dirige Carlota Ferrer en el Teatro Bellas Artes, pues si uno de los protagonistas se pone a contar la película de 1942, La mujer pantera, de Jacques Tourneur, entonces el espectador se puede quedar pronto descolocado; si rápidamente no encaja el argumento del film. Con el libro es más sencillo aclararse; no obstante, parece más que conveniente imbricar el simbolismo de esa fémina felinesca que encarnó en el celuloide Simone Simon, y que nos ponía en la pista de cierta paradoja entre amar, perder la virginidad y metamorfosearse en un ser destructor.
Recurrir a un autor exitoso como Jordi Galcerán, responsable de títulos como Burundanga o El método Grönholm, es muy propio del verano y de las épocas de crisis como la nuestra. Lo que ocurre es que el tema del sicópata de turno, con todos los clichés inyectados hasta más no poder, ya no producen el mismo efecto escalofriante de antaño. No obstante, tengamos en cuenta que este texto data de 1994 y que ha tenido múltiples puestas en escena, y hasta una versión cinematográfica de Laura Mañá, quien logró darle mayor sofisticación y consistencia a la obra teatral.
El thriller sicológico posee una serie de reglas tan estrictas que, pasados ya los años, resulta bastante difícil salirse de ciertos esquemas. Christy Hall pretende con su obra To Quiet the Quiet, traducida aquí por La coartada, jugar con un personaje «no fiable» como es su protagonista, Ana. Que ella sea la que debe aportarnos la información pertinente para que captemos por dónde va el asunto es trabajar desde algo insostenible. Esto se debe a que ella, como descubriremos según avanza la función, no está en sus cabales.
Esta obra ya se ha interpretado de múltiples maneras, casi tantas como
La recursividad se impone en la sucesión de sus últimos trabajos y unos se imbrican en otros. Hasta tal punto ocurre así, que sus admiradores se regocijan con la serie de chistes y de anécdotas que nunca faltan. Esto puede provocar cierta pesadez, cuando uno ya atesora una buena colección de obras como espectador y siente que el efecto sorpresa se diluye. Pero su oficio va de eso. Justamente, en Los dioses y Dios el argumento se torna más elusivo que nunca; pues, en realidad, nos quiere descubrir las técnicas interpretativas de la tradición a la que él se adscribe. Ya sabíamos de su fervor por Darío Fo; aunque ahora nos desgrana, a través de Plauto, cómo ciertos gestos, ciertas bromas y burlas fueron recogidas de individuos peculiares, callejeros y rufianescos, para introducirlos en las atelanas (pequeñas farsas del siglo II a. C.).
La preterición se convierte en la perfecta captatio benevolentiae: «perdí la conferencia». Pero cómo no considerar una conferencia a lo que viene a continuación, a esa disertación tan particular, entre la hogareña charla con uno mismo de un bibliotecario que nos acoge en su despacho con su pijama y batín. Un ordenador de libros desordenado, un tipo contradictorio. Un titubeador que chasquea su lengua trabucada en ocasiones, como esa cabeza ahíta de citas, de lecturas, de personajes y de autores predilectos. Y, aun así, es el amor (¿no es ese el principal tema de la literatura junto a la muerte? ¿No son el amor y la muerte las dos caras de la misma moneda vital?) lo que vertebra la existencia de este individuo quizás neurótico, quizás misántropo, quizás ido, quizás manipulador de su propia vivencia de letraherido.
Vamos a pensar que Juan Luis Iborra, de quien podemos leer en el programa de mano: «Una comedia llena de verdad, porque es en la verdad donde nace la mejor comedia», ha escrito una genialidad, una alegoría de España, una sátira revolucionaria, una fábula con mensaje subrepticio que requiere descodificarse pormenorizadamente; y que lo que parece un monólogo propio del Club de la Comedia, de apenas una hora y que propende con generosa ingenuidad, es, en realidad, una ejemplo moral digno de la Ilustración. Pues, oigan, si el dramaturgo y la dramaturga (Sonia Gómez) hubieran afinado más por aquí y por allá, y no hubieran tenido tan claro a qué público se dirigen en este estío de nuevas normalidades, pues quién sabe hasta dónde se podría haber llegado. En ustedes está excederse en los pruritos interpretativos, que en la crítica hace tiempo que se dan corrientes que observan mucho más de lo que el mismo autor quiso exponer. Pero la cuestión es que ya el propio título nos hace recordar el grito de los liberales en su apoyo de la constitución de 1812 de Cádiz, como nuestra actriz. ¿Y qué deducir de la protagonista?