Rakel Camacho y María Folguera ofrecen una adaptación de la tragedia lopesca repleta de brutalidad y de feminismo grandilocuentes

Salirse del falso suvenir debe resultar ineludible si verdaderamente se anhela mantener vivo un clásico. Ya asistimos con frecuencia a montajes más ajustados al paradigma (Fuente Ovejuna, de la propia Compañía); aunque también alguno contemporáneo dirigido, por cierto, por una mujer, Marianella Morena. Habrá que insistir, cada poco, que nosotros no acudimos a un corral de comedias ─ni siquiera en Almagro─, si no a un teatro a la italiana en una ciudad del presente. Somos un público muy distinto, por eso tenemos una mentalidad que nos permite ir más allá de la mirada ofrecida por Lope de Vega, quien era deudor de esas gentes diversas en su estatus, pero ahormadas por una moral mucho más definida que la nuestra. Sigue leyendo
Cuando uno se empeña en performar un desenfreno debe cuidarse de no sucumbir en la autodestrucción. Los propios artífices anulan su engranaje evidenciando que sus tramas se agotan antes de que la comida esté lista. Ellos se han impuesto cocinar de principio a fin una paella de verdad, aunque algún valenciano afirmaría que es arroz con cosas; porque abusan de las verduras de manera insolente (también el cutrerío va por ahí). Noventa minutos de cocción se hacen tan excesivos para un argumento tan endeble, que más de media hora se rellena con canciones a modo de cabaret ramplón y grotesco con irónico el «Show must go on»; puesto que hay que esperar y continuar. 



