Ignacio García May discurre con mucha inteligencia sobre la realidad y la ficción en este drama que abre la temporada del Teatro Español

Los retos dialécticos en el teatro siempre nos va remitir a esa época del neoclasicismo, sobre todo, francés, donde, bajo la máxima horaciana (docere et delectare), se dirimían las cuestiones fundamentales. De hecho, un afrancesado como Josep Maria Flotats ha pretendido eso con algunos de sus más célebres montajes, ya fuera La cena o aquel Voltaire / Rousseau. La disputa. Por eso, tampoco me parece baladí el hecho de que nuestros protagonistas porten nombres franceses, quebequeses, como son Pierre y Cecil, o sea, Pedro («Yo te daré las llaves del reino de los Cielos») y un «ciego» que debe ser guiado en la «oscuridad». Permítanme que me ponga en modo hermeneuta; puesto que la obra lo pide. Sigue leyendo
Cuesta alejarse del estereotipo irlandés, cuando uno se aproxima al micromundo en el que pone su lupa Martin McDonagh. No hay más que ver la disposición de elementos, cuando ambientaba aquel inhóspito pueblo en su exitosa película Almas en pena de Inisherin. En esta se volvía a detectar ese prurito infantil y fabulístico, que encontramos en otros escritos como 



