Labio de liebre

El colombiano Fabio Rubiano nos presenta a una familia de asesinados visitando a su ejecutor a través de una atmósfera fabulística

Foto de Juan Antonio Monsalve

Fabio Rubiano ya no visitó el año pasado con Historia de una oveja. En este caso, recupera Labio de liebre, que data de 2015. Comprobamos la concomitancia fabulística y cómo aprovecha ese estilo para hacer rebullir el horror. Los efluvios del realismo mágico se vertebran con afán onírico y dispuesto, en ocasiones, a la comicidad: rastros de humor cínico y macabro, mientras suena una cumbia. De fondo está la referencia a Salvatore Mancuso, el paramilitar colombiano acusado de cometer hasta 75000 crímenes. Precisamente en 2024 fue devuelto a su país natal después de cumplir quince años de condena en Estados Unidos por narcotráfico. Sigue leyendo

Constante

Guillermo Calderón y Gabriel Calderón destripan a Calderón con una pieza inspirada en El príncipe constante

Foto de Santiago Mazzarovich

Fue hace ya un par de años, cuando el mismo Teatro de la Comedia acogió su versión de El príncipe constante. Ahora se toma aquella como excusa, para inventarse un artefacto a medio camino del thriller policiaco y la crítica de arte (o del arte). No sé si los vasos comunicantes que se intentan implantar van más allá de los gestos metateatrales que remiten a aquella; porque no parece muy necesario conocer el drama original. Aquí los vericuetos suponen un juego para el espectador; ya que se busca dilucidar, entre otros asuntos, un asesinato. Una especie de cómic con sus altas dosis de humor. Y también una reducción absoluta sobre cualquier veta hagiográfica; si, acaso, lo religioso se introduce, en alguna mínima medida, como superchería. El fetiche de la mercancía termina por ser un gracioso motivo para la distracción de los espectadores. El espectáculo es raro, en cuanto que uno espera seriedad, y lo que halla son diálogos rocambolescos. Sigue leyendo

Aria da capo

Séverine Chavrier ha dejado que cuatro músicos adolescentes ocupen las tablas con sus divagaciones personales, mientras nos deleitan con sus instrumentos

Aria da capo - Alexandre Ah-Kye
Foto de Alexandre Ah-Kye

Me ha resultado inevitable no tener en cuenta el trabajo del cineasta Jonás Trueba. Ese objetivismo que procede del cine francés, de la nouvelle vague, que hemos podido apreciar en toda su filmografía. Pero a esto se añade su último y extensísimo documental titulado Quién lo impide, en el que seguía el rastro y la vida de un pequeño grupo de adolescentes a lo largo de los años. Ellos fundamentalmente emitían sus inquietudes y, de hecho, algunas de sus reflexiones resultaban mucho más interesantes que las que percibimos en este espectáculo. Porque en Aria da capo el contenido no deja de asentar los consabidos tópicos que cualquiera puede escuchar en los chavales de hoy que, más allá de la tecnología que tienen entre manos, son los mismos desde hace décadas. Por eso se echa mucho en falta una profundización mayor en sus cuitas como músicos, ya sea sobre la disciplina a la que se tienen que someter o sobre cómo se plantean el futuro en relación al arte. Las pinceladas son nimias; puesto que el contacto con el presente y la espontaneidad imperan.

En este sentido, sí que están excelentemente dirigidos por Séverine Chavrier, quien ha logrado que estos jóvenes intérpretes se muestren muy sueltos. Principalmente, Victor Gadin, quien se afana con el fagot para sincerarse con fantasías sexuales mientras fuma sin parar. Lo atienden entre risas Guilain Desenclos, con su trombón listo; y Areski Moreira, aplicado a su violín.

Me parece que en esta propuesta el marco de referencia, cada una de esas insinuaciones sobre el mundo en el que se mueven, está a punto de envolvernos; aunque se queda, desgraciadamente, en una elipsis demasiado pertinaz. Se requerirían conversaciones más candentes, fuera de lo habitual. Y es una pena, porque la sensación general que nos puede dejar la función es buena. El movimiento de los actores a través de sus propias interpretaciones musicales nos deleita y nos subsume en una especie de lucha entre la libertad ociosa y su instrucción frente al instrumento. Parecen encerrados en esos cubículos acristalados ─el golpe sobre una de las mamparas es un grito de impotencia que sorprende─ y toda la sombra que se proyecta sobre sí mismos, cuando portan esas máscaras de ancianos, donde uno conjuga su destino con las imposiciones de sus maestros, a los que aluden en distintas ocasiones, habilita breves cavilaciones certeras. Así, la escenografía de Louise Sari promueve nuestro acto voyerista como, en gran medida, insistió Milo Rau con su Familie, del año anterior. También ya que las cámaras interiores nos permiten observar su privacidad, hasta el punto de colarnos en esos vídeos de Instagram que, por su puesto, apelan a su tema predilecto ─el algoritmo, ya sabemos, es infalible─. Y todo ello, además, porque se nos recuerda su vivencia durante la cuarentena en la pandemia.

Es evidente que debemos contemplar todo el montaje como una insistencia en el eterno retorno a través de la concepción de aria da capo. El volver a empezar, el ensayo repetitivo, el regreso que te lanza inevitablemente hacia la madurez. El tiempo avanza inexorablemente; pero es necesario, para cualquier músico profesional, comenzar desde el principio para revitalizar tu propia experiencia. Jóvenes, por otro lado, que compactan la música clásica con esa electrónica que lo invade todo, sin olvidar todas esas mezcolanzas que se han ido formalizando durante el siglo XX. Ellos mismos deambulan por el jazz y el funk. No hay más que escuchar cómo canta Adèle Joulin (cómo toca el piano), la única chica, que también nos confiesa sus amoríos con gran naturalidad, sin caer en la fanfarronería de ellos.

Lo innegable es que somos compelidos por su fascinación y por una suspicaz melancolía. Y, claro, por ellos tocando distintos movimientos y canciones que nos conmueven. Escúchese la Sinfonía nº 1, «Titán», de Mahler. O auspiciados por las Variaciones Goldberg. Son tantos los compositores (Vivaldi, Schönberg, Stravinski…) que se nombran, que uno, además, los imagina enfrascados con sus partituras.

Lo que oímos, lo que vemos, lo que expelen podría haber resultado más inteligente y persuasivo. Séverine Chavrier los ha dirigido con gran manejo de los tiempos y de los espacios, y ha sabido conjugar diferentes puntos de vista; no obstante, les ha permitido discurrir por las zonas más banales de su existencia.

Aria da capo

Dirección: Séverine Chavrier

Intérpretes: Guilain Desenclos, Victor Gadin, Adèle Joulin y Areski Moreira

Texto: Guilain Desenclos, Adèle Joulin y Areski Moreira

Diseño de vídeo: Martin Mallon / Quentin Vigier

Diseño de sonido: Olivier Thillou / Séverine Chavrier

Diseño de iluminación y producción general: Jean Huleu

Escenografía: Louise Sari

Vestuario: Laure Mahéo

Arreglos: Roman Lemberg

Construcción escenografía: Julien Fleureau

Agradecimientos a: Naïma Delmond, Claire Pigeot, Florian Satche, Alesia Vasseur, Claudie Lacoffrette y Claire Roygnan

Producción: CDN Orléans / Centre-Val de Loire

Coproducción: Théâtre de la Ville-Paris, Théâtre National de Strasbourg

Con la participación de: DICRéAM

41º Festival de Otoño

Teatro de La Abadía (Madrid)

Hasta el 18 de noviembre de 2023

Calificación: ♦♦

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Una casa en la montaña

El Círculo de Bellas Artes acoge una propuesta singular para veinte espectadores entorno a una mesa con viandas

Una casa en la montaña - Foto de Cristina TomásHace unos pocos meses hablaba por aquí de Obra infinita, de Los Bárbaros. Ahora, nos convocan para algo que, mutatis mutandis, se parece bastante. Al igual que las agencias de publicidad y marketing organizan eventos, donde se teatralizan situaciones diversas para vendernos una colonia o presentarnos una colección de ropa; también tenemos espectáculos en suites de hoteles para un selecto grupo donde te ofrecen cóctel de bienvenida, obrita de cuarenta minutos y, después, departir con el elenco mientras uno remata la jugada con otro combinado. Sigue leyendo

Liebestod

Angélica Liddell hace implosionar su obra con un soliloquio vesánico, para lamerse las heridas, en los Teatros del Canal

Liebestod - Foto de Christophe Raynaud de Lage
Foto de Christophe Raynaud de Lage

Hoy el genio es imposible y, de serlo, estará oculto de las estructuras de la sociedad de consumo. Quizá para descubrirlo haya de ser un iniciado. En los Teatros del Canal, en definitiva, no se puede hospedar en su escenario un genio. Acepto que Angélica Liddell, como romántica, no solo se reta con el diablo y con Dios para no sucumbir a la muerte y al desamor; sino que también acontece en duelo contra una cultura moderna que ha fagocitado todo hasta el sadismo y nos lo ha devuelto como suvenir. Así que de nada sirve que se haga cortes en las rodillas, vestida de negro como una gitana, mientras suena el casete de Las Grecas con su «Asingara»: «sin su amor no viviré», y que algún espectador se desmaye. Sigue leyendo

Contención mecánica

Zaida Alonso elabora esta performance acerca de este método tan polémico en los hospitales siquiátricos españoles

Contención mecánica - Foto de Corina López de Sousa
Foto de Corina López de Sousa

Loable siempre es dar voz a todos aquellos que carecen de ella. Lo que ocurre es que el teatro-denuncia (que es tan distinto del «teatro que denuncia») cae con demasiada frecuencia en la escena contemporánea en el sesgo ideológico (de la misma vertiente en general). El gran problema es que el espectador inteligente (o no) se queda atenazado, paralizado y sin posibilidad de diálogo con la obra. Sigue leyendo

Villa

El chileno Guillermo Calderón recupera su obra sobre la memoria de la dictadura en un montaje de gran concentración dialéctica

Villa - Foto de Pola González
Foto de Pola González

Viene muy a cuento recuperar esta propuesta estrenada allá por 2011 ahora que se cumplen 50 años del golpe de estado en Chile. Es uno de los más terribles acontecimientos ocurridos en América que mejor se mantiene en la memoria, al menos en España (a pesar de que compita en efeméride con el otro 11S). Mucho ha hecho el cine, sin ir más lejos, no hace mucho se ha estrenado 1976, de Manuela Martelli, que tiene a la dictadura de fondo; o Machuca (2004), recuerdo. Pero también el teatro, pues Shock 1 recreaba documentalmente ese atentado ─recientemente se ha podido ver allá en Santiago. Esto es importante─. Sigue leyendo

Barbados en 2022

Pablo Remón ha decidido reescribir su obra de 2017 para intentar revitalizar un texto que discurre en mero descubrimiento de las palabras

Barbados en 2022 - Vanessa Rabade
Foto de Vanessa Rabade

Como nos viene a demostrar Pablo Remón, aquella propuesta que presentó en el 2017 en el ambigú del Teatro Pavón Kamikaze, titulada Barbados, etcétera, favorece, no solo una revisión, sino una plena reconstrucción; pues supone un artefacto que se fagocita mientras crece ad infinitum en un éter de vacuidad. En el fondo, aunque no sea estrictamente la misma obra, no hay gran diferencia, pues el mecanismo sigue funcionando igual; siquiera se da una estilización que nos aleja de la genuina pulsión metateatral que poseía aquella. Aquí, en el Condeduque todo parece más alejado; pero también más masificado, pues la escenografía de Monica Boromello nos remite al caos desde el que propenden esos humanoides que se presentan delante de nosotros: la caja escénica es ocupada por la ruina, con los focos por el suelo, arenilla, humo, escombro; excepto, por una elipse para la acción coronada por una gran luminaria que los sitúa en una especie de planetario que nos induce a pensar en una galaxia desconocida. Sigue leyendo

Ana contra la muerte

El Teatro de La Abadía nos muestra el desgarro de una madre ante la enfermedad de su hijo en esta obra del uruguayo Gabriel Calderón

Ana contra la muerte - FotoEl nivel que había demostrado la temporada anterior Gabriel Calderón con Historia de un jabalí fue máximo. Y uno esperaba que esa complejidad de capas que se entreveraban en la ficción perviviera de alguna forma como una extensión de su estilo. No obstante, el primitivismo estético funcionaba en aquella mucho mejor que en esta que ahora tenemos delante. La manera artesanal de proceder a través de esa especie de tablado desmontable traído desde la Alta Edad Media, con su telar enrollable al fondo y con ese levísimo prólogo que nos invita a la función casi desde el susurro posee calidez, indudablemente, pero constriñe la acción a lo declamatorio, a lo narrativo, a la cuentística, a la tradición oral que renuncia en demasía a la representación. Sigue leyendo