Escena – Fin de temporada 2024-25

Repaso a los espectáculos más sobresalientes de este curso que acaba de finalizar en la esfera teatral

Foto de Jean Louis Fernandez

Que la tendencia conservadora y buscadora de públicos más talluditos y fieles se va imponiendo en la mayoría de los teatros es ya una obviedad. De alguna manera, esta pulsión arrastra también a creadores que estarían dispuestos a arriesgarse más; sin embargo, ven que el propio ambiente lo ha hecho más complicado. Parece que ciertas líneas se van difuminando como, por ejemplo, esas ínfulas juveniles de otros años donde se nos esputaban consignas sobre su sacrosanta identidad; pero con tono victimista y ñoño. Sigue leyendo

Orestíada

Karina Garantivá y Ernesto Caballero plantean un espectáculo contemporáneo sobre la trilogía de Esquilo en el Teatro de La Abadía

Foto de Lorena Riga

Lleva unos años el proyecto de Teatro Urgente llevando el pensamiento, la filosofía, a las tablas de una forma un tanto austera y, por eso, quizás poco sugestiva en su elaboración estética. Han abordado temas y autores de verdadero y profundo interés, y por esta razón siempre me han resultado pertinentes, sobre todo porque discurre fuera de la insipidez general de los «nuevos» y «modernos»: Ortega, Voltaire o Hannah Arendt son solo unos ejemplos. Sigue leyendo

La gramática

María Adánez representa en el Matadero a una mujer extremadamente exigente con la corrección lingüística en esta sátira escrita y dirigida por Ernesto Caballero

La gramática - Foto de David de la Morena
Foto de David de la Morena

No le voy a restar pertinencia a este artefacto de Ernesto Caballero; pero convengamos en que nos ha situado a un «sujeto femenino» de muy bajo nivel como para que no lo tildemos de clasista. Él mismo nos da la clave con Pigmalión, aunque al revés, dicen. Resulta que una chica de la limpieza, empleada en la RAE, ha sufrido un accidente laboral. Un montón de gramáticas han caído sobre su cabeza y se ha producido el hechizo, el trastorno, el superpoder por el cual detecta todo tipo deslices lingüísticos en los conciudadanos con los que se cruza. Sigue leyendo

Ortega

Las ideas fundamentales del filósofo español sustentan esta comedia de tintes absurdos en el Teatro Quique San Francisco

Ortega - FotoAceptemos que con esta propuesta de Karina Garantivá, dirigida por Ernesto Caballero, dentro de su ciclo filosófico del Teatro Urgente, algunos de los conceptos y pensamientos de Ortega y Gasset sustentan el texto. Gran exigencia para el público que, puedo asegurar, conoce al intelectual madrileño de oídas y por alguna de sus célebres frases: «Yo soy yo y mi circunstancia» (no olvidemos que sigue «si no la salvo a ella no me salvo yo»). Frase emblemática que ya aparece en su primera obra, Meditaciones del Quijote, y que en esta función tiene un peso significativo. De hecho, Alberto Fonseca, quien interpreta con sencillez y entrega distintos personajes, se envestirá del propio caballero andante, como una presencia onírica. El actor discurrirá con ajustada simpatía en sus diferentes facetas. Sigue leyendo

El proceso

Ernesto Caballero ha sabido sintetizar la novela de Kafka con gran habilidad, para configurar un montaje que destaca por su escenografía

El proceso - Foto de Luz Soria
Foto de Luz Soria

Afirmaba el novelista y Premio Cervantes (y Premio Franz Kafka) Eduardo Mendoza en una conferencia hace ya más de un decenio que Kafka: «es un ser entrañable… pero es muy mal escritor… porque no tenía sentido de la narración… empezaba a Josef K. lo condenaron y no sabía por qué, ¡hombre, así no se empieza un libro; así se acaba!». Quizás tenga razón, y por eso cuando vemos una adaptación de El proceso, como aquí ha llevado a cabo con no poca brillantez Ernesto Caballero, lo importante acaba siendo la atmósfera creada. El acontecimiento podría durar dos, tres o cuatro horas; aunque también veinte minutos. Poco importan los vericuetos del transcurso hasta el final inevitable de la muerte de nuestro protagonista (tal y como se nos enseña al principio). Podría ser un sueño o una metáfora de nuestra sociedad que, más que nunca hoy, tiene a millones de ciudadanos enredados en una burocracia, ahora digital, que les lleva directamente a callejones sin salida que pueden provocar su expulsión del país, su desahucio, la llegada de una multa inasumible, su negación del pasaporte o del visado o de la nacionalidad o, incluso, su encarcelamiento. La sospecha de que todo está hecho adrede nos consterna; pero la pérdida de confianza en el sistema nos atemoriza aún más. Y creo que esta es la clave del meollo; al fin y al cabo, nuestro penoso condenado trabaja en la banca y ya sabemos que la credibilidad es fundamental. Sigue leyendo

Yerma

Karina Garantivá encarna al personaje lorquiano en una propuesta muy actual, dirigida por Ernesto Caballero

Yerma - FotoMerece la pena, primeramente, echar un vistazo a dos Yermas que se pudieron ver, entre otras tantas, en los teatros madrileños en los últimos tiempos. Una fue la de Marc Chornet, quien intervino el texto para dar cabida a la posibilidad de que la protagonista se fuera a vivir a otra población con Víctor. Otra fue la protagonizada por María León, dirigida por Lola Blasco, que acusaba un esteticismo ciertamente distanciador. Sigue leyendo

Esta noche se improvisa la comedia

Ernesto Caballero aprovecha la obra de Pirandello para criticar metateatralmente la escena contemporánea

Esta noche se improvisa la comedia - Foto de José Alberto PuertasCuando el teatro agoniza de pirandellismo, acercarse a Pirandello es necesariamente una distorsión irónica de los presupuestos metateatrales que para nosotros son cervantinos y, después, unamunianos. Vivimos en la broma infinita, en los albores del metaverso, en la realidad aumentada, en la virtualidad omnipresente y en el trastoque de nuestra verdad; porque todo lo real ya no es racional; aunque siga siéndolo. En definitiva, se ha explotado tanto el juego del sí que no con esto de la metateatralidad que parece que ya no tenemos escapatoria. Por lo tanto, la metateatralidad al cuadrado o al cubo o a la enésima potencia debería quizás cerrar la etapa, y qué mejor que hacerlo con una de esas obras que han dado pie a ello. Ya que Ernesto Caballero ha versionado con gran inteligencia Esta noche se improvisa la comedia para realizar una crítica (y también una autocrítica, si repasamos algunas de sus direcciones en los últimos tiempos) a los excesos y clichés más que asentados y reiterativos de ese cajón de sastre del postdrama.

Ha contado con un elenco tan versátil y variado como generoso en sus dotes cómicas. Desde el comienzo se sondea ese permanente vaivén entre el fingimiento de que todo está preparado —como, de hecho, lo está, salvo algún gesto que se cambia en cada función para darle más viveza, como puede ser saludar a alguna celebridad auténtica en el patio de butacas— y la posibilidad de que esos intérpretes se deshagan de tan endebles personajes y pregonen su propia personalidad. Por eso, los primeros embates me parecen magníficos, aunque no sean muy dinámicos, de hecho, el estatismo prepondera y es con el exabrupto inesperado con el que se logra una comicidad extraordinaria. En esto se lleva la palma Natalia Hernández, una actriz que está más que acostumbrada a este tipo de humor, pues es una habitual de los proyectos de Alfredo Sanzol, y este bebe de esa tradición basada en el golpe de efecto y la paradoja. Hace de madre en la obra Leonora, adiós, que es la que deben representar, y que tiene como tema fundamental los celos. Evidentemente, todo es de una confusión tremenda y las interrupciones imparables. Todo lo comanda Joaquín Notario con mucha afabilidad, divirtiéndose con su ocurrencia —el discurso, precisamente, donde se engola con las proclamas esperpénticas de la posteatralidad es uno de los momentos cumbre— y devanándose los sesos para convencer a su compañía y a todos los espectadores de que ahí está transcurriendo un hecho inédito, que de verdad se está creando la obra delante de nosotros, no por pura repetición de lo aprendido; sino por puro genio de la improvisación. Y mira que los arrastra. Destrozan el italiano y llevan la tópica gestualidad napolitana o siciliana hasta el esperpento, como si quisieran astracanar a Eduardo de Filippo. Por su parte, Paco Ochoa, que se queda con el rol de marido, sufre la furia de su esposa y desarrolla un patetismo risible y redondo, sobre todo, cuando más adelante se ve envuelto en una trifulca en un cabaret al que acude, porque está enamorado de la vicetiple.

Hay que insistir en que la manera que tienen de moverse —aquí la dirección de Caballero es inmejorable por todo el escenario como si fuera un rodaje de una película con tomas que deben repetirse una y otra vez, nos mantiene atentos ante la incertidumbre. También es cierto que el versionista llega a unos límites tan estrafalarios que te pueden echar para atrás. Principalmente con dos. El primero, poner a bailar a todo el elenco el «Dale, Don, dale», de Don Omar, y que uno comprenda que es un gag ya viejuno y muy repetido (aquello de poner a bailar a gente seria y anticuada, algo de lo más moderno). No diré que no hace gracia ver a alguno darlo «todo», como a Ainhoa Santamaría, quien vuelve a desarrollar su vis humorística con ese tono de ñoñería y timidez impostados que le sale tan bien. Su futuro marido, Jorge Basanta es quien me parece que discurre por otros derroteros y está fenomenal en ese segundo sketch desaforado, cuando se disfraza de Maradona, porque alguien lo ha mentado, en lugar de a la Madonna. Esta herejía está excelentemente traída; puesto que no deja de ser un guiño a esa religión tan peculiar creada en torno a la figura del futbolista argentino y que fue auténticamente adorado en Nápoles (véase la última película de Sorrentino, Fue la mano de Dios). El actor, además, dispone a lo largo de la obra una pose irónica que después se transforma en una furia insolente. Me refiero a esa parte, al final, cuando el montaje se enlentece y se pone excesivamente serio, largo y tedioso; cuando se aparta de la supuesta improvisación y el grupo demuestra que es capaz de actuar con firmeza y profesionalidad (nadie lo puede dudar). Luego, Ana Ruiz, quien hace de Totina, se mueve con mucha soltura en la tesitura paródica de la diva operística. Y, finalmente, Felipe Ansola, me ha parecido todo un descubrimiento, pues le mete una virilidad con tintes de ingenuidad que baja a tierra muy compensadamente la dimensión grotesca del resto de personajes.

Además de todo ello, el divertimento se engrandece con la escenografía de Monica Boromello, quien ha sabido crear nuevas cuartas paredes para que la sempiterna cuestión de la realidad y de la ficción se dirima en la verosimilitud.

Este regreso a uno de los orígenes de la metaliteratura moderna emprendido por Ernesto Caballero me parece muy válido; aunque contiene el impedimento de la reiteración. Al final, el drama se tiene que materializar en algo y si continúas con la cuita improvisatoria durante mucho tiempo, el efecto sorpresa se desgasta y la reflexión sobre el tema se consume. En cualquier caso, lo más persuasivo, más allá de la labor actoral, es el contenido crítico sobre un tipo de teatro que ya no da más de sí.

Esta noche se improvisa la comedia

De: Luigi Pirandello

Versión y dirección: Ernesto Caballero

Con: Felipe Ansola, Jorge Basanta, Natalia Hernández, Joaquín Notario, Paco Ochoa, Ana Ruiz y Ainhoa Santamaría

Diseño de espacio escénico: Monica Boromello

Diseño de iluminación: Paco Ariza

Diseño de vestuario: Beatriz Robledo

Ayudantes de dirección: Pablo Quijano y Miguel Agramonte

Asesoría artística y colaboración en la dirección de actores: Fernanda Orazi

Una coproducción de Lantia Escénica y Teatro Español

Teatro Español (Madrid)

Hasta el 17 de julio de 2022

Calificación: ♦♦♦

Puedes apoyar el proyecto de Kritilo.com en:

donar-con-paypal
Patreon - Logo

La mujer buena

El tema del resentimiento concentra el meollo de un espectáculo firmado por Karina Garantivá en el Teatro Quique San Francisco

La mujer buena - Foto de Lorena Riga
Foto de Lorena Riga

A mí la concepción del Teatro Urgente que proponen Ernesto Caballero y Karina Garantivá me parece altamente sugerente, porque se acoge a ideas que nos competen en la actualidad y que pueden discurrir a través de la filosofía para plantear un debate sobre las tablas. Así lo han hecho con En el lugar del otro, Hannah Arendt en tiempos de oscuridad y Voltaire. La cuestión es que no siempre la dramaturgia es acertada. Y creo que en este caso la propuesta está deslavazada y que le falta una concreción para que verdaderamente podamos aceptarla como un todo. Aquí se nos «vende» que el proyecto parte de dos libros que, en cierta medida, trabajan concepciones antagónicas sobre el tema del resentimiento: La genealogía de la moral, de Nietzsche y de El resentimiento en la moral, de Max Scheler (traducción difícilmente encontrable en las librerías). Sigue leyendo

Voltaire

Tres piezas extraídas de la obra Teatro para minutos de Juan Mayorga suben a escena para vertebrarse en torno a la tolerancia

Voltaire - FotoLa última vez que Voltaire «subió» a los escenarios fue de la mano de Flotats en aquella disputa con Rousseau. Y entonces ya recordamos que los filósofos, los ilustrados, como pertenecientes, en la mayoría de los casos, a las clases mejor avenidas, tenían sus oscuridades morales. En la apuesta de Juan Mayorga está la sombra del pensador y, en ocasiones, también está esa falacia denominada argumento ad hominem; aunque la cuestión aquí radica más en el ejercicio escolar de los contrafácticos, de las hipótesis, de los ejemplos y de otras exposiciones intelectuales para que el espectador trabaje —tampoco tanto como se debiera— su cerebro. Sigue leyendo