Los bufos madrileños

Rafa Castejón realiza un notable ejercicio de arqueología teatral para redescubrirnos a Francisco Arderíus en el Teatro de la Comedia

Foto de Sergio Parra

Merece la pena ─se hace así en la función que nos compete─ acudir a los orígenes del término bufo. Aprovechemos que el Diccionario Histórico de la Lengua lo recoge. En él se lee: «pieza que tiene carácter cómico o burlesco». Acepción atestiguada desde 1787. Poco nos aclara, desde luego; sin embargo, entendemos perfectamente que es un cúmulo de gestos, de desbarajustes, de carnavaladas, de barroquismos satíricos, de eso que podría ser un sainete de Ramón de la Cruz (traigamos a la memoria La comedia de maravillas), llevado hasta lo grotesco y exagerado para la época. O sea, el XIX. Descubrimos las fuentes de las que bebe Valle-Inclán. Nos situamos poco antes de 1868, de La Gloriosa. Por aquellas, en Cuba, también se dieron bufos habaneros, repletos de personajes estereotipados, cual entremés.

La cuestión es cómo tomarse este proyecto. Ciertamente este tipo de teatro era de mal gusto y muy poco apropiado para la clase mejor avenida de aquel tiempo. Hoy el mercado lo soporta todo y hay público para el desparrame de sobra (vean la cartelera). Nos podemos aproximar como en una incursión arqueológica; aunque inevitablemente con un distanciamiento insuperable. Por eso, el prólogo de Rafa Castejón, máximo artífice de la puesta en escena, tiene tanto sentido. Ese adentramiento ya nos sitúa en la posición de quien se inmiscuye en una rareza, mientras sostiene una antigualla que ha caído en el olvido. Es una curiosidad. A mí esa primera aproximación me parece lo más sugestivo, me parece más bufonesca para nuestra contemporaneidad que la propia zarzuela posterior. La biografía de Francisco Arderíus nos desvela a un hombre atrevido, que aprende en París cómo se maneja Offenbach con sus operetas. Evidentemente resulta didáctico este preámbulo; pero también ejecutado con un despliegue chispeante. Son minutos que nos predisponen al buen ánimo. El propio director surge al son de «Me gustan todas, me gustan todas…», de José Rogel, extraído de El joven Telémaco, zarzuela perteneciente a la andanada inicial de los Bufos madrileños allá por 1865. El ambiente es de vodevil, de salidas y entradas fulgurantes que nos valen para imprimir en los futuros caracteres unos tipos de humor particulares en sus intérpretes. La grandilocuencia y vozarrón en Paco Déniz, que luego se convertirá en pretendiente altivo, aparece en un palco. Por su parte, Chema del Barco, quien cobrará grandísimo protagonismo como padre, surgirá por el otro para despacharse con distintas ironías. A partir de él, una vez se envista, la bufonada será particular y estentórea, su lenguaje despachará vicios y «desperfectos» de sus hijas casaderas. Las descripciones descacharrantes y juegos de palabras merecerían un análisis pormenorizado. Entre los otros pretendientes, Antonio Comas se da a conocer como aquel caballero, mayor, para cumplir esa diatriba moratinesca de los matrimonios desiguales, pues elegirá a la más joven. El actor, cantante y pianista, además de director musical, destacará en su canto y en su donosura. Porque en aquello del cantar unos van más arriba que otros, siempre con la ventaja de que ante tal panorama no se exige la excelencia artística si se hace con humor. El tercero, quizás el más descolgado, será Alejandro Pau, que discurre con modos más sibaritas, más dandis; no obstante, con gran agilidad. Toda esa presentación, ante todo, nos deja sobre el escenario a las «artistas». Empezando por Eva Diago, que se lanza con una petenera para imponer brío al montaje para después de hacer de Sebastiana. Por su parte, Clara Altarriba canta con la misma soltura con la que se mueve por las tablas. Inicialmente, se planta como La bella Helena, para más adelante encarnarse en Pilar, la más joven. La mayor será Cecilia Solaguren, quien vuelve a deleitarnos que su comicidad sutil, con esa gestualidad con la que va perfilando cada uno de sus números.

Así, con esa amalgama de variedades y aspectos históricos, nos adentramos en Los órganos de Móstoles (expresión en desuso que la RAE define como: personas, dichos, hechos, opiniones, ideas, etc., que debieran compadecerse o convenir en una relación de semejanza, conformidad o armonía, y son, por el contrario, muy disonantes o incongruentes entre sí). Ahí nos damos cuenta que la originalidad del prólogo se pierde y que degustaremos el argumento consabido. Tenemos que tomarlos como una sátira de la alta comedia que se nos venía encima de manera abusiva, a la vez que se iba saliendo de los dramas románticos en verso. Elementos de El perro del hortelano pasado por la astracanada. El costumbrismo que tanto detalló con ironía el padre del libretista ─Luis Mariano de Larra─ para que lo contemplemos a través de La Cubana. El asunto es tan sencillo como que Abdón, un señor viudo, que quiere «deshacerse» de sus tres hijas dándoles un pequeño impulso para que encuentren esposo. Para ello recurre al más que actual (mutatis mutandis) anuncio en el periódico de un concurso. Tres pintas se exhiben para luchar por las diferentes y suculentas dotes que ofrecen esas tres insensatas. El reparto es un desvarío y ahí está la gracia. Por detrás, el pluriempleado Castejón se coloca el pelucón para hacer de blandito don Juan. Su éxito es otra incongruencia en las leyes del atractivo humano.

Darán las coreografías de Nuria Castejón para homenajear el género y para insertar guiños contemporáneos como algún paso de Beyoncé en su celebérrimo «Single Ladies» tan adecuado. Mientras que el vestuario de Gabriela Salaverri acertará en esa combinación de vestidos coloristas y simbólicos para ellas (la caída desde el techo para insertarlos permite contemplar su diseño); y para ellos, mucho más interesantes las mezclas entre decadentistas y bohemias, y un dandismo que toca la pijería tenística de hace décadas. Por lo tanto, la factura del espectáculo, además, es sobresaliente.

Los bufos madrileños

A partir de la figura de Francisco Arderíus y la zarzuela bufa Los órganos de Móstoles, con música de José Rogel y libreto de Luis Mariano de Larra

Versión y dirección: Rafa Castejón

Reparto: Clara Altarriba, Chema del Barco, Rafa Castejón, Antonio Comas, Paco Déniz, Eva Diago, Beatriz Miralles, Alejandro Pau y Cecilia Solaguren

Iluminación: Juan Gómez-Cornejo (AAIV)

Diseñador de sonido: Benigno Moreno

Escenografía: Alessio Meloni (AAPEE)

Vestuario: Gabriela Salaverri

Dirección musical: Antonio Comas

Coreografía y dirección adjunta: Nuria Castejón

Ayudante de iluminación: Pilar Valdelvira

Ayudante de dirección: Leonora Lax

Ayudante de escenografía: Mauro Coll (AAPEE)

Ayudante de vestuario: Mónica Teijeiro

Realización de escenografía: Readest (AAPEE)

Realizaciones: Cris Escénica S.L. y Taller Gabriel Besa Sánchez

Producción: Compañía Nacional de Teatro Clásico

Teatro de la Comedia (Madrid)

Hasta el 25 de enero de 2026

Calificación: ⭐⭐⭐

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