Labio de liebre

El colombiano Fabio Rubiano nos presenta a una familia de asesinados visitando a su ejecutor a través de una atmósfera fabulística

Foto de Juan Antonio Monsalve

Fabio Rubiano ya no visitó el año pasado con Historia de una oveja. En este caso, recupera Labio de liebre, que data de 2015. Comprobamos la concomitancia fabulística y cómo aprovecha ese estilo para hacer rebullir el horror. Los efluvios del realismo mágico se vertebran con afán onírico y dispuesto, en ocasiones, a la comicidad: rastros de humor cínico y macabro, mientras suena una cumbia. De fondo está la referencia a Salvatore Mancuso, el paramilitar colombiano acusado de cometer hasta 75000 crímenes. Precisamente en 2024 fue devuelto a su país natal después de cumplir quince años de condena en Estados Unidos por narcotráfico.

La cuestión es que el dramaturgo pretende alejarse de esa atmósfera tan próxima a los procesos que acontecen desde hace tanto en Colombia. Aquí se busca la esencia, el resarcimiento de unas víctimas que reclaman encontrar sus cuerpos abandonados. No se profundiza en las derivas políticas y en la concreción de aquella nación, sino que vale para otros tantos lugares, algunos próximos, como México y, otros mucho más lejanos como Indonesia (me viene al recuerdo ese documental tan salvaje que es The Act of Killing), donde la criminalidad nos proporciona unas cifras de verdadero espanto. También el espectador español puede relacionar el ambiente con aquel montaje de Titzina llamada La zanja, sobre la tragedia de Choropamapa en Perú.

Se acentúa, por otro lado, en esta obra un aspecto que se ha repetido mucho desde hace siglos, y que tiene que ver con la aniquilación de todos esos trabajadores del mundo rural, esas gentes «molestas», que propician tantos odios aporofóbicos («¡No me toquen campesinos de mierda, son hediondos, huelen a mierda, feos, sucios»), ese repudio por el ser humilde, falto de elegancia urbana, sin dominio de la modernidad, anclado en unos códigos que resultan ingenuos ante la mirada del individuo contemporáneo afincado en la proyección futura. Es otra vez el binomio torticero de la civilización y de la barbarie en la que tanto han penetrado las novelas de dictador iberoamericanas, siempre brota en ellas algún «matarife» alzándose a la cumbre de la insidia. Aquí es Salvo Castello, al que interpreta el propio Rubiano, con esos modos de hombre dislocado, extravagante, que favorecen una relación muy distanciada con esos seres que lo van a visitar.

Constatamos las evidencias del realismo mágico rulfiano, en el sondeo de un infierno, de una abrasión; como del García Márquez que nos hacía convivir con la memoria de los muertos. El hogar donde vive en arresto domiciliario este tipo es una cabaña en un territorio frío e inhóspito, recreado por Henry Alarcón, con una búsqueda muy persuasiva de la naturaleza, de la interrelación animista, con toda esa hojarasca que inunda el suelo como si además quisiera borrar aquel espacio. Ciertamente, se logra que nos adentremos en la cochambre, que nos situemos en la degradación moral cuando se atisba la evocación del abuso sexual. Así nos lo transmite Juanita Cetina, en el papel de la hija, de Marinda Sosa (Mala). Vestida con falda muy corta y repleta de inexperiencia, que justifica los encuentros íntimos de su padre, para luego enamorarse de don Salvo.

Antes, muy al principio, había llegado a ese refugio Biassini Segura, quien hace de la Liebre, de Granado Sosa, de ese muchacho con labio leporino (de ahí la metáfora). Una interpretación que ahonda con bastante tino en esa incomodidad de quien se muestra como chico y como joven, de quien interrumpe con pertinacia infantil en su mala pronunciación y quien acusa a ese malvado de haber terminado con él («Me mataron cuando era niño. Por eso no me operé»). Ejemplo de personaje dentro de la cuentística con alguna discapacidad, con alguna «tara», con alguna fealdad que provoca más rechazo. Todavía más, es él quien parece acudir a redimir al ejecutor: «…yo sé que el que está en proceso de recuperación es usted, pero es que esto es parte del proceso. Quiero ayudarlo».

La única subtrama que parece conectarnos de una manera más objetiva con una realidad política es Roxy Romero, una periodista que ofrece un claro contraste. Liliana Escobar, elegante y directa, llama la atención con sus breves declaraciones escabrosas: «Ahí me dispararon en la cara y me empezó ese ahogo…». Este carácter es importante porque permite romper la dinámica de recursividad y de repetición que se va estableciendo, y que es la mayor pega de un espectáculo que redunda en su argumento. Es decir, la familia llega, se aposenta e insiste en su desagravio, en hallar descanso, en incitar ese «¡Perdón!» que se grita al acabar. Por otra parte, el vaivén de los tiempos y de los espacios, como una sustancia boscosa, cargada por el nerviosismo y hasta la locura, que tanto apela a la conciencia genera un estado de verosímil desconcierto y terror. Así, los gestos de ese grupo, en distintos momentos, emulan un temblor, como de animalillos en el estertor. Entre ellos, la madre, lleva mucho la voz cantante. Marcela Valencia resulta muy perspicaz: «…lo que queríamos era esto, que nos conociera de vista y que se acordara de nuestros nombres». Por su parte, el hijo, el hermano de la Liebre, Jerónimo Sosa, nos deja a un Andrés Ariel Merchán en un solvente segundo plano, apostillando los dictámenes del resto.

Definitivamente, la estética, el lenguaje empleado, poseen un atractivo inapelable; sin embargo, también es cierto que el trasfondo político y social lo debe poner el público. El espectador colombiano contará con mayores y mejores conocimientos (y sensaciones) para elevar la categoría poética de la propuesta.

Labio de liebre

Texto y dirección: Fabio Rubiano

Reparto: Marcela Valencia, Fabio Rubiano, Liliana Escobar, Juanita Cetina, Biassini Segura y Jerónimo Sosa

Diseño de iluminación y producción técnica: Adelio Leiva

Dirección de arte: Laura Villegas

Dirección y realización de escenografía: Henry Alarcón y H&G Studios

Diseño de vestuario y accesorios: Servando Díaz y William de Jesús Mejía

Diseño de maquillaje y peinados: Alejandro Restrepo

Música y diseño sonoro: Camilo Sanabria

Sonido: Jhon Alejandro Romero

Diseño de vídeo: Carlos Pérez y Diego Andrés Forero

Tramoya: Orlando Valero

Distribución: Opsis Producciones SL

Producción ejecutiva: Daniel Mikey

Producción de campo y asistencia de dirección: Derly Neira

Labio de liebre es una coproducción del CNA y el Teatro Petra

Con la ayuda de la cancillería de Colombia y la embajada de Colombia en España

43º Festival de Otoño

Teatros del Canal (Madrid)

Hasta el 15 de noviembre de 2025

Calificación: ♦♦♦

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