Esta segunda parte de la exitosa Laponia en el Teatro Fígaro se inclina más al drama que a la comedia
Ellos mismos lo afirman en alguna ocasión, nunca segundas partes fueron buenas (excepto El Padrino II). Esta propuesta es la segunda parte de la exitosa Laponia. Los mismos autores ─responsables también de la dirección─, Marc Angelet y Cristina Clemente han pretendido alargar los conflictos culturales entre un finlandés finolis y unos españoles de lo más común. Para ello, nos hemos trasladado hasta la capital del reino para que los tópicos de aquí se intenten imponer con mayor potencia. Pero esta vez la batalla campal no posee tanta enjundia, ni tanta pulla descarnada. Lo que se pierde en comedia, se gana en drama existencial. No obstante, el espectáculo queda un tanto descompensado; porque se intenta remontar a cada poco a través del guiño humorístico. No se logra un buen ritmo en las risas y en los giros argumentales. Todo se ve demasiado medido, en establecimientos paralelos que demuestran hasta qué punto miden su texto los creadores. Es decir, dominan su oficio escritural; aunque falta chicha.
Parte de esto tiene que ver con el hecho de que Olavi, el finlandés, y Nuria se hayan divorciado. Así que ya no funcionan como equipo, como un tándem donde la española parezca abducida por su marido. Ahora juega en casa. Los dramaturgos han propiciado un partido teatral para ir enmarcando cada escena como un toma y daca, sin embargo, más suavizado que el anterior montaje, insisto. Esa Victoria del título (hasta hace unas semanas figuraba como De Laponia a Madrid) es, por un lado, la madre de estas hermanas, que en su ancianidad vive a cargo de su hija Mónica, quien prefiere que no se marche con las amigas a una residencia estupenda. La señora no parará de enviar avisos y urgencias a través de una señal luminosa ─incluso empleará el código morse, que domina el nórdico─. Pero, además, hablamos de la victoria en el fútbol, nuestro deporte nacional, el que une tantas familias, y sobre la que orbitan los hábitos de tantos progenitores.
Si la tarde en la que todo transcurre se disputa la final de la Eurocopa, España contra Finlandia, para qué queremos más. Si encima los visita ese rancio que ni siquiera sabe cómo son las reglas, entonces la chanza sale sola. Él es muy exquisito y juzga el juego con la severidad sempiterna del culto que porta en una funda un instrumento folclórico, casi ignoto, de su país. Juli Fàbregas mantiene el pulso fina irritación. El costumbrismo se impone con avatares sobre Martín, el hijo de los anfitriones. Un muchacho fichado para las categorías inferiores del Real Madrid y que es entrenado por el novio actual de Nuria, que interpreta con menos histrionismo ─también en este sentido se ha bajado la intensidad─ Mar Abascal. Creo que su papel queda un tanto arrinconado. Se le concede una especie de empoderamiento, pues ha despedido a gente de su empresa, y luego debe ofrecer su pundonor amoroso. Aun así, ha cambiado de equipo.
El conflicto tiene que ver con la educación de los hijos y su libertad una vez se van haciendo mayores. Pues el chaval futbolista quiere dejar su prometedora carrera deportiva y largarse de viaje de estudios un año a Laponia, precisamente. El afán de sus padres es, no solo que continúe viviendo con ellos ─verse en la situación del nido vacío tan pronto es horroroso, máxime cuando hasta la abuela se hospeda con ellos─, sino que se mantenga en una actividad que han promovido con mucho esfuerzo, como un gran éxito para un mal estudiante. Así nos lo hará saber Mónica, una Amparo Larrañaga a la que otra vez le han concedido los dramaturgos su monólogo de esplendor actoral. Ella se gusta en su interpretación y su público se lo agradece ─cosas del teatro comercial─. Le pone mucha garra en esa alocución y emplea menos palabrotas, que es la manera que han tenido para caracterizarla como lotera. Toda una madre luchadora, una curranta, que ha sacrificado sus anhelos vitales para que su vástago salga adelante. Su marido, Ramón, nos deja a un Iñaki Miramón menos ganso, más centrado en dar réplica al «extranjero».
La escenografía de Anna Tusell está compuesta de un apartamento perfilado hasta en el mínimo detalle, lo que permite un adentramiento naturalista sobre lo que ocurre. Allí va transcurriendo la función. Todos tienen virtudes y defectos, todos evidencian sus hipocresías, su quiero y no puedo, y esto va anulando en demasía el meollo. Cuando las ambiciones de la otra adolescente, la prima, también se planteen, entonces esa estructura tan medida que los autores ansían, quedará manifiesta. Quizás se pergeñe un tercer episodio, donde los vástagos le canten las cuarenta a la generación veterana. No lo sé, podría cerrarse así el círculo.
Autoría: Marc Angelet y Cristina Clemente
Dirección: Cristina Clemente y Marc Angelet
Reparto: Amparo Larrañaga, Iñaki Miramón, Mar Abascal y Juli Fàbregas
Con la colaboración especial de Juanma Cueto e Israel Herraiz
Diseño escenografía: Anna Tusell
Diseño iluminación: David González
Diseño sonido: Manuel Solís
Diseño vestuario: Ángel Plana
Ayudante de dirección: Elena Mateo
Ayudante de producción: Beatriz Díaz
Dirección técnica: David González
Construcción escenografía: Mambo Decorados
Prensa: La Cultura a Escena – Ángel Galán
Fotografía: David Ruano
Vídeo y fotografía de escena: Nacho Peña
Diseño gráfico: Hawork Studio
Producción ejecutiva: Verteatro
Dirección de producción: Carlos Larrañaga
Gerencia y regiduría: Ángel Plana
Agradecimientos: A.D. Arganda C.F.
Teatro Fígaro (Madrid)
Hasta el 21 de diciembre de 2025
Calificación: ♦♦
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