Borde(r)

Pedro Casas construye un caleidoscopio urbano repleto de avatares kafkianos en esta comedia representada en Cuarta Pared

La Sala Cuarta Pared es muy dada a recibir y propiciar trilogías. Aquí nos llega la segunda parte de la Trilogía de la incertidumbre, de la Compañía Sr. Smith, después de que nos entregaran IF (La ligereza): plasmar el caos que tantos ciudadanos viven en una ciudad como Madrid y cómo aquí se acendra la presión burocrática, cuando el estrés generalizado descabala cualquier procedimiento razonable. Ante todo, hay que destacar cómo exprime su creatividad Pedro Casas para perfilar cada una de los cuadros de una manera distinta, aportando detalles singulares, que nos permiten observar un montaje en el que se aúnan diferentes clases de humor. Aunque su ansia por rizar el rizo recargue el espectáculo de un modo innecesario. A mí no me ha interesado nada eso que llaman «momentos border». Tal y como nos lo avisan en el prólogo. En varios instantes de la propuesta se darán una serie de situaciones extraordinarias (tres) que requerirán la aquiescencia o no del público. Podremos parar la acción ─debe salir un espectador a apretar un botón─ o dejarla transcurrir hasta el desenlace. Ya sea un striptease o unos tortazos, por ejemplo. Para qué generar esas interrupciones, cuando el planteamiento pide ritmo a raudales para completar el plan previsto y previsible, es decir, relatar seis historias que confluyan en una pelea en una Oficina de Atención al Ciudadano. De hecho, el proyecto alcanza los cien minutos sin que se logre que todos los papeles discurran por su experiencia. Así que bien hubiera estado cortar esas intromisiones graciosas, pero poco efectivas dramatúrgicamente. Porque Asier Iturriaga, que discurre como un joven atractivo y crossfitero, ofrece sus aportes; sin embargo, no le queda más remedio al final que declamar su propio discurso de sensatez y de crítica en el epílogo. Tampoco Tania Medina tiene la oportunidad de redondear con más enjundia a su personaje y brilla más en otras acciones. Y es que, en paralelo, nos encontramos con una de las escenas más divertidas de la función. Marta Pons se encarna en una desaforada youtuber que, para ganarse miles de seguidores, es capaz de sacarse las tetas y pergeñar un gracioso tutorial con los diversos tipos. La actriz se empeña con mucho salero.

Ciertamente, el equilibrio entre lo serio (e incluso trágico) con lo cómico está muy logrado en términos generales. Ante todo, creo que la obra se sustenta en las tres historietas que más se explayan. Inicialmente, contamos con un individuo, acogido con solvencia por Iván Serrano, con esa veta tan exprimida en el cine del hombre blandito, algo torpe e inseguro, y dominado por su esposa. Padre primerizo que, por aquella modernez de no influir en esa vaporosidad del género, debe dar dos pasos atrás y cambiar en el registro el nombre de Alejandro por Álex, para que resulte más neutro. Sus avatares ya darían, en sí, para una buena comedia; puesto que en él vemos todas esas ansiedades sobrevenidas causadas por concepciones vitales que jamás hubiéramos imaginado en relación a la crianza. Por otra parte, se va entreverando ─aquí el tiempo se remarca para destinarnos al tumulto ya anunciado en la susodicha Oficina─ la vivencia de un currante. Jorge Vidal hace de rider, vivaracho y aplacado por su precariedad. Como se ha reflejado en algunos montajes en estos años (Los de ahí o Amarte es un trabajo sucio), ciertos empleos evidencian la esclavitud contemporánea delante de nuestros ojos en las ciudades. Resulta brillante cómo se critica al funcionariado y al poder cruel e invisible de la burocracia en una escena convertida en una partida de Super Mario Bros. De hecho, aprovechan con ingenio un atrezo sencillo y barato, que es el que configura la escenografía de Álvaro Espinosa, quien, asumimos, ha tenido que vérselas con un presupuesto igualmente precario. Aunque también es cierto que con este personaje observamos una de esas precauciones que, a pesar de que se transmitan con ironía, quedan patentes. Una de esas excusas (ya saben… excusatio non petita…), al afirmar que no han empleado actores extranjeros (hispanoamericanos o eslavos) para representar a otros repartidores en bicicleta. Un detalle buenista propio de quien con el teatro social ─tan habitual en esa sala─ se la coge con papel de fumar.

Finalmente, la otra gran vereda la construye Luna Mayo, para ahondar en la descripción de nuestro mundo kafkiano. Ella le imprime una hondura muy precisa y hasta subyugante. Recibe una de esas ridículas denuncias ─auténticas─ del Ayuntamiento, cuando sus inspectores husmean en la basura de tu barrio y encuentran fuera del contenedor cartones con tus señas. Conseguir llegar en menos de una hora al departamento correspondiente para interponer una reclamación se transforma en una yincana en el metro y en las calles con obras repletas de gente. Es risible, claro; no obstante, enormemente estresante. Vuelven a elaborar el sketch a través de la gestualidad de manera muy sugestiva.

Borde(r) tiene algo de Tiempos moderno, de Chaplin, pero tamizado por esos lenguajes que hoy nos atenazan con asombro. ¿Cómo hemos llegado a tener una vida tan compleja? ¿Dónde está nuestra parte de culpa? ¿Hasta dónde nos va a oprimir este sistema contra el que no luchamos? El espectáculo podría cohesionarse más; de todas formas, nos hace pensar, mientras nos divierte.

Borde(r) (La aspereza)

Autoría y dirección: Pedro Casas

Asistente a la dirección artística: Gala Martínez-Romero

Interpretación: Marta Pons, Luna Mayo, Tania Medina, Jorge Vidal, Iván Serrano y Asier Iturriaga

Diseño de iluminación: Pablo Garnacho

Diseño de escenografía: Álvaro Espinosa

Diseño de vestuario: Ana Corru

Coreografía: Jordi Vilaseca y Mario Sánchez Calvo

Fotografía: Ismael Moya Rueda

Diseño gráfico: Álvaro Espinosa

Sala Cuarta Pared (Madrid)

Hasta el 25 de octubre de 2025

Calificación: ♦♦♦

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