El Dragón de Oro

Ánxeles Cuña dirige este poliedro escrito por Roland Schimmelpfennig para mostrar los engranajes de una sociedad alienada

Foto de Rubén Vilanova

Nuestros sentidos se han visto trastocados en exceso en las últimas décadas. La realidad se compone de múltiples ficciones, retazos de posibilidades e infinitos análisis. El engrudo es inasible. Por ello, las fábulas revisitadas, como esta que nos acontece, pueden generar una dicotomía. Por un lado, pueden simplificar un mundo complejo para que se haga aprehensible; por otro, pueden resultar tan naífs que no se saca nada en claro. Es fácil pensar en obras como El alma buena de Se-Chuan, de Brecht. No solo por todos los efectos de distanciamiento que se proponen en escena, sino por acogerse a esas ideas de circularidad que propenden algunas religiones-filosofías orientales como el budismo. En definitiva, debemos tener cuidado con el maniqueísmo y con cierta infantilización en el trasfondo de algunos de estos relatos que se entrecruzan.

Afortunadamente, Roland Schimmelpfennig nos lleva hacia terrenos escabrosos que se aproximan mucho más a las vivencias de tantos y tantos de los marginales de nuestras sociedades contemporáneas. De forma difusa, 6 pequeñas historias se entreveran con el hálito de la simultaneidad en torno a un restaurante de comida «china-thai-vietnamita» llamado El Dragón de Oro. Eso, entonces, viene a ser lo más interesante: el movimiento que propicia el texto y la excelente dirección de Ánxeles Cuña Bóveda, quien ha logrado aprovechar los diferentes niveles del espacio y concretar ─dentro de lo posible─ cada tesela. A ello se suma la música de Vadzim Yuknhevich que le imprime potencia y ritmo a un espectáculo que tiende a la brevedad y a la concisión. Además, la escenografía de Iris Branco introduce imágenes que ilustran con tino la idea de leyenda.

Todo un enjambre, algo caótico, en ciertos momentos, como ocurre con la técnica del collage. El elenco juega con organicidad, con un tono general muy vivaz y con una gestualidad extraordinaria que remarca las narraciones. Porque esto es teatro a la antigua usanza, con breves descripciones emitidas por cada intérprete y la insistente puntualización de las acotaciones que se han introducido de modo algo molesto ─una vez se repite el guiño─ en las propias líneas.

El pequeño (muchacho) se convierte rápidamente en protagonista en ese establecimiento de platos asiáticos que servirá como marco de este cuento circular. Fina Calleja expresa con enjundia su dolor de muelas en el trajín de aquella cocina. Los currantes, que hemos de imaginar orientales, están ahí para subsumirse en el grupo, como piezas de un engranaje imparable para cada día, en una cadena de montaje repleta de ingredientes. Esa muela, que después será extirpada a lo bruto con insistencia chaplinesca, será una metáfora de ese samsara que nos destinará por rutas mundiales.

Los vecinos, prácticamente anónimos, apenas dibujados por su edad y su sexo, se cuentan, se observan. La fábula de la cigarra y la hormiga irrumpe para derivar tortuosamente. Sabela Gago se impone el traje de himenóptero para ofrecer con postura de guiñol algo de sarcasmo y de crueldad: «De mí no vas a recibir nada». Es persuasivo cómo esa pobre hambrienta debe acabar prostituyéndose. A Fran Lareu le toca acomodarse el amargo papel para desenvolverse con sutilidad. Por su parte, Fernando González y Fernando Dacosta se encarnan en dos jóvenes azafatas que suelen comer en el restaurante. Inga y Eva ofrecen su alegría, su frivolidad y esa comicidad que hasta ese momento surgía de la metateatralidad.

Desde mi punto de vista, la dramaturgia compensa formalmente el argumentario algo endeble que anida en esta función. Schimmelpfennig apunta concepciones existencialistas y no rehúye la veta marxista sobre todos esos alienados que de manera tópica situamos en los asiáticos (esto ha cambiado mucho en los últimos tiempos. Y más que cambiará).

El Dragón de Oro, como símbolo de buena esperanza y de prosperidad, se torna paradójico para esos seres anodinos que ni siquiera aspiran a una vida digna; mucho menos a la autorrealización.

El dragón de oro

Texto: Roland Schimmelpfennig

Dramaturgia y dirección: Ánxeles Cuña Bóveda

Reparto: Fina Calleja, Fernando Dacosta, Sabela Gago, Fernando González y Fran Lareu

Traducción al castellano: Albert Tola

Escenografía y videoarte: Iris Branco

Iluminación: Laura Iturralde

Vestuario: Ruth Díaz Pereira

Asesoramiento de movimiento: Rut Balbís

Asesoramiento de texto: María Peinado

Espacio sonoro: Renata Codda Font

Composición musical: Vadzim Yuknhevich

Realización vestuario: Santos Salgado

Realización escenografía: Carlos Domínguez

Fotografía: Rubén Vilanova

Grabación en DVD: Alba V. Carpentier

Técnicos de luz y sonido: José Bayón / Rubén Dobaño

Diseño gráfico: Peatón Gráfico

Comunicación: Alberto Ramos

Producción: Fina Calleja

Distribución: Culturactiva y Sarabela Teatro

Distribución fuera de Galicia: Carlos M. Carbonell – Crémilo

Producción: Sarabela Teatro

Con la colaboración de: Goethe Institut

Espectáculo patrocinado por: Xunta de Galicia

Teatro de La Abadía (Madrid)

Hasta el 28 de septiembre de 2025

Calificación: ♦♦♦

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3 comentarios en “El Dragón de Oro

  1. Suelo coincidir en las críticas contigo, pero esta vez no entiendo qué es lo que se valora de esta obra. No sé si es por inercia (de los premios que ya tiene el dramaturgo y las veces que se ha representado la obra) o porque se me escapan las virtudes y no logro verlas. ¿Tres puntos? Las actuaciones son mediocres, la puesta en escena tiene MUCHOS fallos de principiante y el texto tiene pretensiones de moderno cuando en realidad es casi infantil.

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  2. Hola, Matías.

    No creas que no he tenido muchas dudas. En cuanto a las estrellas, preferiría no ponerlas, a veces, como es el caso es la suma de un poco de todo.

    Desde luego, mi conclusión, como señaló, es que tiene aspectos infantiles.

    Te agradezco el comentario.

    Un saludo.

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