Los empeños de una casa

Aurora Cano organiza una fiesta barroca repleta de boleros con una sugerente escenografía, para esta comedia de sor Juana Inés de la Cruz

En varias ocasiones se ha llevado a escena esta comedia de enredo de sor Juana Inés de la Cruz. La última memorable fue aquella de 2018 que representaron los jóvenes de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Ahora llega la Nacional de México a sobredimensionar esta obra hasta llevarla más allá de las dos horas. Todo un exceso, producto de la inclusión de los boleros más célebres del planeta para que la fiesta barroca se haga contemporánea y se folclorice otro tanto. Realmente, todos los elementos artísticos que se ponen en juego permiten que el espectáculo resulte más llevadero, entretenido y gustoso, pues el texto no es gran cosa. Para estar firmado en 1683, el esquema lopesco resulta redundante y la sonoridad calderoniana, con unos cuantos hipérbatos aquí y allá, exprime lo consabido. Reconocemos distintas obras barrocas que se aúnan con presteza en esta creación de la monja, como La discreta enamorada (de la que tuvimos adaptación hará un par de años) o de La dama duende, con esas tretas de embozamiento para provocar equívocos; sin embargo, parece que La verdad sospechosa, del también novohispano Ruiz de Alarcón, pudo ser un referente más cercano.

De todas formas, como afirmaba, la propuesta se deriva por otros derroteros. Primeramente, a través de una escenografía de Jesús Hernández, que ha introducido una gran estructura circular que recoge proyecciones diversas, de carácter cosmológico para esa luna; pero que, ante todo, esconde un montón de trampillas ─sin alcanzar, por ejemplo, la sofisticación de Robert Lepage en aquel Juego de cartas: Picas, aunque con un aire similar─. Huecos de diferentes tamaños que surgen en cada lugar para que broten los personajes y los músicos. Esbozos, por tanto, de habitaciones que exigen un estatismo que requiere de los actores una mayor expresividad gestual. Esta arquitectura favorece la sorpresa y se usa al máximo, pues a su alrededor, asimismo, circundan esos seres que no paran de enredarse con la trama consabida. Evidentemente, este sistema permite una concatenación veloz de las escenas, ya que las entradas y salidas no son por el lateral. Si no hubiera sido así, la duración de la función se hubiera desbordado más todavía. Desde luego, no parecían necesarios dos descansos de quince minutos entre los actos. En todo caso, sobraría alguno de los boleros que se cantan ─y que nos empujan a cantar en modo karaoke─. Hasta diez temas de los más conocidos como «Quizás, quizás, quizás» o «Esta tarde vi llover», pasando por una versión del «Flowers», en español, de Miley Cyrus. Toda esa musicalidad envuelve las sensaciones que se ponen en marcha, esos celos y esos desconciertos que se refuerzan a cada paso. Además, contribuyen al diálogo con esas letras tan románticas que son cuestionadas meteatralmente por la propia autora (una Nara Pech, muy seria e impulsiva en sus diatribas al comenzar cada acto en junto a la marquesa de la Laguna con tono erotizante), porque el concepto del amor no debe ir por ahí. Por eso la ironía es otra de las constantes. Eso se nota muy bien en la magnífica gestualidad de Mariana Villaseñor, que hace de doña Ana, que se había enamorada de Juan de Vargas, interpretado con fuerza y estupefacción creciente por Alberto Santiago. Después, la dama se antoja de Carlos de Olmedo, que lo encarna Fernando Sakanassi con mucha frescura. Este, en realidad, ama a Leonor de Castro, que Nicté del Carmen acoge con movimiento sensual. A su vez, de esta última se enamorará don Pedro, el hermano de doña Ana, para que Iván Zambrano marque con su apostura la confusión de su propio hogar. Gracioso estará el sirviente de Carlos, Castaño, pues nos concederá la visión del maduro Jesús Hernández tapándose el rostro en disfraz femenino. También ofrece un contrapunto de elegancia y de folclorismo con su atuendo ─con esa falda de estampado floral como una muxe─ Zabdi Blanco, que muestra su gracilidad en el papel de criado de don Rodrigo (padre de doña Leonor).

Poco aportaremos si señalamos que el final será feliz, como toda comedia de la época. La cuestión radicará más bien en la insistencia de lo festivo; pues en el remate se agolpan los bailes y las canciones con el numeroso elenco inundando un espacio muy vistoso. Esa vistosidad será el gran mérito de este montaje dirigido por Aurora Cano con un fértil sentido de la plástica.

Los empeños de una casa

Autora: Sor Juana Inés de la Cruz

Versión y dirección: Aurora Cano

Reparto: Jesús Hernández, Óscar Narváez, Nara Pech, Adriana Resendiz, Nicté del Carmen, Mireya González, Irene Repeto, Fernando Sakanassi, Alberto Santiago, Zabdi Blanco, Federico Lozano, Shadé Ríos, Mariana Villaseñor e Iván Zambrano Chacón

Músicos: Yurief Nieves, Mario Vera y Andalucía

Diseño de escenografía e iluminación: Jesús Hernández

Diseño de vestuario: Jerildy Bosch

Diseño de maquillaje y peinados: Maricela Estrada

Diseño de vídeo: Raúl Munguía

Diseño sonoro: Aurora Cano y Yurief Nieves

Asesor de verso: Ignacio García

Asesoría en combate escénico: Fernando Sakanassi

Música incidental: Carlos Matus, Yurief Nieves y Edwin Tovar

Asistente de dirección: Dulce Mariel y Frida Barco

Dirección artística: Aurora Cano

Subdirección de producción: Raúl Munguía

Subdirección de planeación y programación: Mónica Juárez

Subdirección de difusión y comunicación: Rocío Ramonetti

Administración: Osana Sandoval

Gerente de elenco: Laura Perea

Dirección técnica: Alejandro Carrasco Bergara

Diseño de imagen y fotografía: Sergio Carreón Ireta

Dramaturgista: Simón Franco

Operación giras internacionales

Tour manager: Luis Rivera

Productora ejecutiva: Ondina Gutiérrez

Equipo técnico: Víctor Esparza, Luis Palacios y Andrea Lumbreras

Empresa productora: Bla Bla Bla Contenidos, S.C.

Compañía Nacional de México

Teatros del Canal (Madrid)

Hasta el 29 de junio de 2025

Calificación: ♦♦♦

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