El Teatro de la Comedia acoge un espectáculo difuso con la poesía de Garcilaso de la Vega y algunas poetas uruguayas

No sabemos todavía cómo discurrirán los proyectos en la sala Tirso de Molina una vez entre de lleno en su puesto la nueva directora, Laila Ripoll. En los últimos años, el director, Lluís Homar, quien además firma aquí el trabajo con Gabriel Calderón, ha propiciado en ese espacio de la quinta planta espectáculos más modestos. Diálogos con lo que ocurriera en su momento abajo y, también, montajes que parecían rellenar un lugar con el que no se tiene mucha noción acerca de qué integrar. En esto estamos con Entre rimas y riberas, pues uno apenas sabe a qué atenerse. Da la impresión de ser una función muy traída de los pelos, hasta el punto de que los asistentes no conocerán, ni por el programa de mano, quiénes son esas «poetas contemporáneas uruguayas» con las que «dialogará Garcilaso de la Vega». Que se ha elegido a este extraordinario escritor; pero que bien se podría haber seleccionado otro u otros. Escucharemos, claro, el renombrado «soneto V», con ese significativo verso final: «por vos he de morir y por vos muero» para adentrarnos en la veta neoplatónica de aquel Renacimiento tardío en nuestra patria para recoger los eternos efluvios de Petrarca. Anteriormente, versos en voz infantil de Jorge Drexler, único autor que rompe la feminidad del florilegio. Seguramente, alguien con tanto predicamento en España como Mario Benedetti hubiera quedado fetén con algún poema como «Corazón coraza»; sin embargo, estamos en estos «tiempos» y estos son tozudos. Buenas escritoras, en cualquier caso, las que escuchamos. Desde Cristina Peri Rossi, con «Erótica», hasta Circe Maia con «Posibilidades». Por el medio, para romper la posible monotonía, atraparemos una cuartilla con «Del cuerpo», de Amanda Berenguer, y con la linterna del móvil encendida seguiremos la recitación y apostillaremos aquello de «caca de moscas». Me recordó a Ángel González.
Fíjense ─esa suerte tuve─ que una espectadora aceptó salir a escena a recitar, y lo hizo bastante bien, demostrando, con este ejemplo de espontaneidad, que, quizás, el procedimiento tampoco tiene mucha enjundia, si no se discurre por otros vericuetos. Y eso que los directores han implementado algunas de sus ocurrencias para que el espectáculo no quede en una antología de poemas ante el micrófono, recitados uno detrás de otro como si hubiéramos quedado en Libertad, 8. Pues para generar algo de emoción y llevarnos casi al spoken word. Para ello, Mateo Ottonello, ante todo, tendrá su gran instante con la percusión para propiciar una ambientación más sofocante. Se afanará con la batería en un interludio. Igualmente, en el teclado, Luciano Supervielle contará con su propio tiempo para discurrir por notas jazzísticas. Tengamos en cuenta que parte del público rodea el espacio circular en el que se aúnan los intervinientes en esa concepción escenográfica, tan leve, de Jimena Ríos, quien sitúa un teloncillo negro traslúcido que cae al comienzo. En cualquier caso, serán los actores quienes se encarguen de expresar las palabras con más o menos originalidad. A ratos intercalándose o volviendo a empezar o estableciendo un jugueteo de work in progress. Españoles y uruguayos unidos. Vestidos prácticamente idénticos, con un traje y camisa blanca para que ni por asomo podamos otorgarles alguna diferenciación. Aisa Pérez le pondrá más potencia, mientras que Roxana Blanco aportará más serenidad, como de manera similar discurre Juan Antonio Saraví, quien añade un tono de displicencia. Por su parte, José Luis Verguizas pulula con una seguridad donjuanesca. Avanzarán entonces con Juana de Ibarbourou y el soneto «Yo sé lo que es morir». Después, los catorce versos de Delmira Agustini en «Amor» incurrirán en la veta clasicista de Lope de Vega. El turno de Marosa di Giorgio, extraordinaria, vendrá con dos textos entre la prosa poética y la ristra de versículos. Para continuar con la célebre Idea Vilariño, con «Haberse», y con «Abierto», de la eterna Ida Vitale. Se colarán también: María Eugenia Vaz Ferreira («La estrella misteriosa») y Luisa Luisi («Mi arte»).
¿Qué sacar en claro si la dramaturgia es tan insuficiente? ¿Cómo trazar un diálogo sobre el amor si las perspectivas son tan particulares? ¿Cómo podrá el espectador hacerse cargo de lo que ocurre con unas autoras que desconoce? En definitiva, ¿qué sentido tiene esta propuesta, con tanta producción, y bajo el marchamo de «clásico»? Esto no es negar, desde luego, la poesía; sino la intencionalidad y la idoneidad.
Dirección: Gabriel Calderón y Lluís Homar
Elenco: Roxana Blanco, Aisa Pérez, Juan Antonio Saraví y José Luis Verguizas
Músicos en escena: Luciano Supervielle (teclado) y Mateo Ottonello (percusión)
Diseño de escenografía: Jimena Ríos
Diseño de vestuario: Mariela Villasante
Diseño de iluminación: Sofía Ponce de León
Técnico de sonido: Santiago Monteverdi
Traspunte: Magdalena Charlo
Asesor de voz y verso: Vicente Fuentes
Ayudante de dirección: Lola Davó
Adaptación espacio escénico: Arantxa Melero
Jefe técnico: Eduardo Vizuete
Técnico de sonido: Pedro Pablo Pérez
Producción ejecutiva de Bitò Produccions, SL: Macarena García
Producción: Compañía Nacional de Teatro Clásico, Comedia Nacional (Uruguay) y Bitò Produccions, S.L.
Teatro de la Comedia (Madrid)
Hasta el 8 de junio de 2025
Calificación: ♦
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