FitzRoy

La expedición de cuatro mujeres alpinistas resulta bastante insulsa en esta obra de Jordi Galcerán, que dirige Sergi Belbel en el Teatro Maravillas

No sé si al espectador le va a resultar muy atractiva una comedia donde permanentemente el poder de la amistad va resolviendo las cuitas pequeñas y las medianas; porque los asuntos graves en esta función no terminan de acontecer. Tampoco encontramos un enemigo al que vencer, ni un contrincante que descubra auténticamente las vergüenzas de las otras. No termina el argumento de incidir en la victoria; o, al menos, no se nos transmite que escalar el FitzRoy, en la Patagonia, sea tal proeza. Parece, como ocurre en nuestra época, más una anécdota del feminismo blando. Por primera vez, un grupo de «tías» iba a preceder por la ruta más peliaguda. Todo resulta tan amable, que no llegamos a temer por su vida. Esto es para hablar de sororidad, de cotilleo y de rencillas que supuran enseguida.

Lo terrible es que la gracia debe estar primordialmente en un juego, el de la «frase maldita», que se repite morosamente hasta en tres ocasiones. Creo que sin alcohol u otro estupefaciente el susodicho pasatiempo no produce el desvarío descacharrante esperable, y se alarga irremisiblemente. Háganse cargo de ir añadiendo vocablos y tener que repetirlos desde el principio, por turnos, hasta que una se equivoca. Un empeño del autor Jordi Galcerán, que ya procedió de manera similar en el inequívoco thriller de nombre Palabras encadenadas.

Por otra parte, le va a quedar a Amparo Larrañaga un tufillo de chabacanería, si arrastra del exitosísimo Laponia, en el mismo Teatro Maravillas, esa palabrotería, esa retahíla soez, entre improperios, cutreríos sexuales y otras mandangas. Eso sí, tiene su toque que sea psicóloga y reconozca su hipocresía cuando firma libros de autoayuda, con toda esa sarta de consejos de sentido común y soluciones inventadas para la ocasión. Ella será la líder de la expedición, la veterana que ya ha escalado esa pendiente y la que organizará las distintas cordadas.

A veces, uno no sabe si está ante escaladores, de quien se supone un espíritu de entrega, un hálito casi metafísico, entre el coraje y la insensatez, o con unos operarios del ayuntamiento, con la «hucha» al viento a punto de propenderla con un desagüe o con la retirada de enseres viejos, o vete tú a saber qué. Nada trascendental. Si hace poco, en la fallida Manuela, el vuelo infinito, todavía atisbábamos un sufrimiento, un reto de superación imperioso, en esta parecen unas señoras de aventurilla campestre. No hay contraste suficiente, como para que el humor tenga más enjundia e, incluso, negrura. Es decir, no solo salen a relucir, entre indirectas, debilidades y fortalezas, quizás porque eso parecería un tanto hombruno, y aquí mola más comentar los cuernos.

Lo no parece de recibido para una comedia a la que se exige ritmo, máxime si es de situación y el dinamismo es imposible, pues están ancladas en una zona segura de la montaña, es que se aumente la pesadez con un personaje redundante. Y es que a Cecilia Solaguren le ha tocado el papel de anecdotista profesional, esa que rellena como si no hubiera un mañana las larguísimas horas de espera en aquellos lares. Las noches a la intemperie, aguardar a que amaine un temporal o cualquier otro imprevisto dan para todo tipo de relatos literaturizados. Si todavía tuvieran un poco de miga, al menos le sacaríamos algo de partido; aunque son de una banalidad supina. Ella, como sucede siempre, le impone unas ganas extraordinarias y se maneja con una elocuencia fenomenal, pues posee una afable vis cómica. También le toca el rol de cornuda ─no diré más del tema─ que debe comunicarse por walkie con su novio, el experimentado alpinista que está controlando el tiempo en el campo base. Por eso Anna Carreño se encarga de ser la rival, la que ha traicionado a su amiga, y la que nos revela que se quiere operar las «tetas». Estupendo. Desde luego, se manifiesta con agilidad. Después, Ruth Díaz lleva el meollo hacia el dramatismo ─suave, por supuesto─, cuando evidencia unos serios problemas de salud. Sus fallos en la dicción y un tembleque en el brazo la incapacitan para una actividad tan compleja. La revelación de su grave enfermedad (esclerosis múltiple) podría haberle dado otro tono a la comedia; pero no es así, por mucho que griten, se den ánimos y nos vendan su portentoso objetivo.

En cualquier caso, las cuatro se desenvuelven con gran profesionalidad en esa escenografía creada por Josep Iglesias y Max Glaenzel, unas escarpadas rocas que dan el pego y que Kiko Planas ilumina con gran coherencia ese marco «incomparable». La factura es interesante; sin embargo, el contenido apenas da para un leve entretenimiento.

FitzRoy

Autor: Jordi Galcerán

Dirección: Sergi Belbel

Intérpretes: Amparo Larrañaga, Ruth Díaz, Cecilia Solaguren y Anna Carreño

Voz en off: Jordi Boixaderas

Ayudante de dirección: Cristina Clemente

Producción ejecutiva: Carlos Larrañaga

Ayudante de producción: Beatriz Díaz

Espacio escénico: Josep Iglesias y Max Glaenzel

Diseño de iluminación: Kiko Planas

Diseño de sonido: Jordi Bonet

Caracterización y asistencia de vestuario: Ángel Plana Larrañaga

Dirección técnica: David González

Maquinaria: Daniel Navarro

Fotografía: David Ruano

Diseño gráfico: Hawork Studio

Fotografía de escena y vídeo: Nacho Peña

Construcción de la escenografía: Jorba Miró y Mambo Decorados

Prensa: Ángel Galán Comunicación

Agradecimientos: Javi Franco, Karol González, Roc 30 Rocódromo, Climbat X – Madrid

 Una producción de Verteatro, Smedia y Bitó

Con la colaboración de Trangoworld y Boreal

Teatro Maravillas (Madrid)

Hasta el 30 de marzo de 2025

Calificación: ♦♦

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Un comentario en “FitzRoy

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