José María Esbec versiona esta obra del Nobel Jon Fosse en el Teatro Español, para destilar un «poema escénico» de carácter críptico

Difícil tarea es la de aproximarse a una obra del escritor noruego Jon Fosse, pues su teatro se recrea con situaciones complejas donde faltan asideros consistentes. Pocos personajes, que apenas se definen en su propia vivencia precaria. Sterk vind (Viento fuerte) se publicó en 2021 y se añadía a otra treintena más para contribuir a ese cripticismo.
Inicialmente, Felipe García Vélez, que hace de Hombre, llega a su apartamento ¿nuevo? y nos recita un monólogo extenso de carácter estrictamente fenomenológico. Se analiza frente a la ventana («muchos muchos años»), a su visión repetida tantas veces, cotidiana, en esa azarosa experiencia frente a otras muchas que pudiera tener en otro lugar, en el mismo o en otro tiempo. O de ser otro realizando la misma aproximación en esa distancia para reconocerse a sí mismo en ese acto. El silencio, en las pausas versales de este subtitulado «poema escénico», marcan una cadencia analítica. Automáticamente nos situamos delante de un misterio. ¿Quién es este tipo? ¿Un ángel que contempla su mundo como en Cielo sobre Berlín? ¿Es un personaje fiable? ¿Su memoria es certera? ¿Dónde ha estado? ¿A qué se dedica? ¿Es como El otro, de Unamuno, dudando de quién es él en su propio hogar frente a sí mismo? El rastro de Pinter, con esa concatenación de acciones que trastocan la causa y el efecto, alude a toda la filosofía del irracionalismo y de la sospecha.
Únicamente hallamos a un sexagenario con aspecto de pescador, expuesto ante un viento tan furioso como repleto de hálito. ¿Es una prolepsis que nos anuncia el desenlace? El actor se pronuncia con una asepsia que domina toda la performance. Ese minimalismo que tanto asimilamos con la estética nórdica y que remite, efectivamente, con el recogimiento de los protestantes, y que ha permeado hasta la decoración imperante en tantos hogares y negocios. De hecho, la escenografía que firma Petros Lappas, y el mismo director, insiste en esa sencillez que ofrecen unas ventanas (fundamentales como una señal de contemplación: el reconocimiento del aquí y el ahora), unas puertas correderas y unos colores que no escapan de blanco y del negro. Igualmente, el vestuario de Fernando Mercè se solapa con coherencia y le otorga al ¿protagonista? un tono marrón a su chubasquero, mientras que se juega con la transparencia espectral y blanquecina para los otros dos componentes del elenco. Un catorce significativo y luminoso sobresale en la esquina para esta composición tan higiénica. Desde luego, en este sentido una de las grandes ideas de José María Esbec en su dramaturgia consiste en propiciar un dinamismo interno, un permanente contrapunto, como si fueran cortes cinematográficos entre planos ─una técnica muy empleada en la nouvelle vague y también en muchas cintas japonesas─, con ese vaivén de los paneles móviles, mientras se trasladan esos seres y sus versos libres. Además, aparecen unas secuencias de ellos, unos detalles ralentizados, una remarcación, como en algunas videocreaciones de Bill Viola, de los desgarros profundos, que Jessica Burgos ha insertado con gran fuerza armónica. Evidentemente, Alberto Granados vuelve a dominar con su sonoridad electrónica, muy medida en ese compás que se genera con la fluctuación a la que me refería antes. Las notas procedentes de un órgano nos empujan a una conclusión teológica de lo que allí ocurre.
El Hombre ha estado fuera una temporada y cuando regresa a ese piso, se topa con que su mujer se ha trasladado a vivir allí. En ese momento aumenta la sensación onírica. Se origina una distorsión, una ilógica. ¿Está vivo ese individuo? ¿Ha regresado después de lanzarse por la ventana? ¿Es, entonces, una propuesta surrealista? La aparición de la Mujer, nos deja a una Zaida Alonso fantasmal, rígida. La interprete acomete su actuación con meticulosidad, con un rostro gélido que se transforma cuando llega el Joven. Alberto Amarilla, que tiene la misma altura que Vélez, pero que puede tener una edad similar a la de ella, nos somete a esa idea de repetición, de que lo que pudo haber sido y ahora es. O, de lo que fue, y lo que observamos es el amor vivido por ese matrimonio en el pasado. Ese flujo de posibilidades es al que nos destinó el dramaturgo en el soliloquio inicial. La pareja se compenetra en ese atisbo de la cotidianidad con efusión sexual, que no provoca furia en el afectado, sino un pacato cuestionamiento. El chico pegotea papeles negros en el cristal como en otro signo abstruso de insolencia, de veladura que se pretende desarrollar inútilmente. Que este sugiera que convivan los tres juntos produce aún mayor estupefacción. El lenguaje, en la mera exposición de la evidencia («somos nosotros los que nos amamos / y además nuestra hija /vive con nosotros»).
Quizás la mayor pega de esta función ─más allá de su exigencia epistemológica─ radique en su brevedad; no solo por el tiempo ─sesenta minutos─, sino por el desarrollo de sus premisas. Creo que no podemos caer en la sobreinterpretación y sostener más de lo que se materializa. Está claro que, entre el devenir conyugal y el azote de los celos, se da una búsqueda entre la inopia. De todas formas, Esbec ha realizado una versión que dota al montaje de una veta existencialista muy kierkegaardiana, con un cariz religioso, místico, que va más allá de cualquier exégesis puramente costumbrista de un hombre abandonado, rechazado. Hay una recreación estética enormemente satisfactoria. Se sustancia una simbología que se vivifica por toda esa vertebración en la puesta en escena. El viento se convierte en una metáfora de la voluntad, como ese arrastre de la vida, imparable, que requiere en nosotros una representación, una decisión acertada.
Autor: Jon Fosse
Dirección: José María Esbec
Traducción: Cristina Gómez Baggethun
Reparto: Felipe García Vélez, Zaida Alonso y Alberto Amarilla
Escenografía: Petros Lappas y José Mª Esbec
Vestuario y ayudante de dirección: Fernando Mercè
Iluminación: Tomás Ezquerra y Juan Pedro Giménez Catalán
Música original y espacio sonoro: Alberto Granados
Videoescena: Jessica Burgos
Residente de ayudantía de dirección: Inés Gasset
Asistente artístico: Victoria Mendizábal
Una producción de Teatro Español
Teatro Español (Madrid)
Hasta el 2 de febrero de 2025
Calificación: ♦♦♦♦
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