María Adánez representa en el Matadero a una mujer extremadamente exigente con la corrección lingüística en esta sátira escrita y dirigida por Ernesto Caballero

No le voy a restar pertinencia a este artefacto de Ernesto Caballero; pero convengamos en que nos ha situado a un «sujeto femenino» de muy bajo nivel como para que no lo tildemos de clasista. Él mismo nos da la clave con Pigmalión, aunque al revés, dicen. Resulta que una chica de la limpieza, empleada en la RAE, ha sufrido un accidente laboral. Un montón de gramáticas han caído sobre su cabeza y se ha producido el hechizo, el trastorno, el superpoder por el cual detecta todo tipo deslices lingüísticos en los conciudadanos con los que se cruza. Además, su ímpetu barriobajero ha derivado en una ínfula insoportable, pues se dedica a corregir al personal de muy malas maneras. Hasta el punto que ha tenido que abandonar a su familia, ya que no aguantan su tonito. Fórmula que se apoya tanto en vetas cervantinas o en Apuleyo o, si se quiere, en el Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Stevenson, revisitado en el cine desde posturas cómicas como El profesor chiflado.
Ciertamente, ese prurito es más que comprensible, porque se escribe tanto hoy que los fallos ortográficos saltan a la vista con impertinencia. Así que nosotros nos hallamos en un gabinete, en un paraninfo médico, donde la paciente se nos va a presentar para que aportemos nuestro juicio. Por supuesto, en las gradas del Matadero se hospeda lo más granado de la sociedad, estoy seguro, gente culta que posee un habla cuidada y que, por lo tanto, atesora una cedazo morfosintáctico y semántico excelentemente calibrado. El neurólogo que dirigirá las sesiones es José Troncoso, quien, una vez más, neutraliza su acento gaditano para gusto de los oídos matritenses. ¿No hubieran encajado a la perfección algunos de sus pisha en el diálogo? El actor se desenvuelve con mucha soltura y dirige el asunto con suficiente comedimiento para que sea María Adánez la que cobre todo el protagonismo. Y vaya si lo hace. Más suelta y desmadrada que nunca. Exprime su oculta vis cómica de forma soberbia. Vocaliza con elocuencia y velocidad apreciable; además, de que conecta con el espectador de principio a fin en esa transformación tan risible. Desde luego, el dramaturgo nos expone los excesos de la ultracorrección también para señalar que, en España, donde el nivel lingüístico no es de los más boyantes de la OCDE, sacamos el machete cuando se comete una falta ortográfica o surge un lapsus linguae. Sobre todo, porque hay unas normas muy rígidas a las que recurrir. Señalaré, por otro lado, que los exámenes ortográficos ─¡qué pretenderán demostrar con esto!─ en algunas oposiciones son de una exigencia bárbara, y penalizan más que cualquier desconocimiento de la materia de la cual uno es evaluado.
Se produce el equívoco entre la corrección y la amplitud del conocimiento, puesto que la interfecta no solo se pone tiquismiquis con los errores lingüísticos, sino que es capaz de discurrir con ese nuevo lexicón hipertrofiado, como una auténtica filósofa, con una ejecución de erudita infalible. La lógica se le impone, las falacias se le evaporan y el racionalismo se ajusta como un guante a esa gramática profunda chomskiana que permite virguerías dialécticas. Pareciera que Caballero se acoge de modo sui géneris a la hipótesis Sapir-Whorf, a una especie de determinismo lingüístico. Debe ser que no existen los pedantes y los relamidos, los atletas de la sinonimia, que no paran de esputar idioteces muy floridas. A la violeta.
A mí, particularmente, en este examen que se establece me interesa la reflexión sobre la lengua que se va desarrollando. Parece otra vuelta más sobre la pureza del código (concepto bien absurdo); aunque se tengan ciertas concesiones a su evolución. Con remisiones fetichistas al latín ─se lee poco al padre Feijoo en España─ e, incluso, si no he escuché mal la frase que lanza el personaje en la sacrosanta lengua, esta fue pronunciada de manera incorrecta. Recordemos que tan inadecuado es usar latinajos que expresiones «snob» e innecesarias en inglés. La lástima es que no se meta del todo con los académicos, ni percuta en la cuestión del lenguaje políticamente correcto, pues eso sí daría para mucho. Sin embargo, se recurre con bastante coherencia a todo un corolario de citas de textos firmados por los insignes escritores de nuestra literatura, esa que ha quedado en las raspas en un sistema educativo que ansía el fomento de la lectura; pero que denuesta la enseñanza literaria con unos temarios patéticos.
Según se va dando la metamorfosis inversa aumenta la comedia y se reduce la crítica. Y es que no solo es limpiadora, sino que es forofa del Atleti, y ahí ya se entiende todo. Evidentemente, no podía ser una galáctica. Enseguida, entonces, aparecerán en su boca los improperios, los anacolutos y las paranomasias imposibles. Además, claro, del acento chonístico, una vez aparecen ante nuestros ojos las mallas de superwoman verdulera, es decir, los leggins de colorinchis. Finalmente, la actriz ya va tan desatada que logra sacar de ese público tan morigerado al verbenero que llevan dentro, pues no ceden en su regocijo por aplaudir con aspavientos ese éxito de estética chabacana como es la «Potra salvaje».
El autor ha estado inmerso en las últimas temporadas en propuestas donde se entremezclaba la filosofía y el drama con su proyecto Teatro Urgente (Ortega, Voltaire, Hannah Arendt en tiempos de oscuridad, etcétera). Creo que con este montaje se adapta a los gustos masivos, donde el respetable se marcha satisfecho a su hogar después de «enfrentarse» a un reto sencillo que le permita reafirmarse en su buena educación. Porque la víctima propiciatoria es una trabajadora, seguramente con una instrucción escolar breve. Muy distinto hubiera sido exprimir la indolencia y el descuido de gentes con gran formación, de alta responsabilidad, como bien hemos padecido (y lo seguimos haciendo) en nuestro país. ¿O no hemos tenido, otrora, a un presidente del gobierno discurseando con calambures abracadabrantes?
Dramaturgia y dirección: Ernesto Caballero
Reparto: María Adánez y José Troncoso
Diseño de espacio escénico y videoescena: Víctor Longás
Diseño de iluminación: Paco Ariza
Ayudante de espacio escénico: Carmela Fernández
Diseño de sonido: Ernesto Caballero y Pablo Quijano
Diseño de vestuario: Anna Tussell
Dirección de producción (Focus): Maite Pijuán
Producción ejecutiva (Focus): Rafa Romero de Ávila
Ayudante de dirección: Pablo Quijano
Una producción de Focus
Nave 10 Matadero (Madrid)
Hasta el 22 de diciembre de 2024
Calificación: ♦♦
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