Temis

La compañía Bonobo representa una comedia sobre las contradicciones de una familia progresista en los Teatros del Canal

Temis - Foto de Moisés Sepúlveda
Foto de Moisés Sepúlveda

Parece razonable que, en el teatro, tan repleto de biempensantes, se diriman las contradicciones de la progresía. La necesidad de evidenciar en la práctica lo que teóricamente tiene poco ajuste diario incomoda a todos aquellos que han abandonado la religión, y la limosna, y la confesión de sus pecados en petit comité con la penitencia de la oración. Ser de izquierdas e ir progresando económicamente tiene un encaje duro en la conciencia. El dinero siempre está sucio, el bienestar resulta vergonzoso mientras se quedan atrás y las cuitas sobre la equidad se dirimen en las elucubraciones; pero se van alejando de uno, cuando en tu barrio se ha asentado un halo protector. ¿Qué hacer? Pues, como ocurre en esta sátira de la compañía chilena Bonobo, reglamentar la bonhomía y encauzar medidas como el lenguaje y las políticas de la inclusión. Resulta interesante constatar cómo el excluido, el marginado, se convierte en un individuo inerte, en un fetiche sin voz ni voto, en un objeto sagrado carente de mácula. Las clases sociales luchan y esa pelea no termina cuando ya el esfuerzo no va con uno mismo después del modesto triunfo del acomodo, sino que el ímpetu, aunque sea como un motivo existencialista, debe enfocarse en el otro. Sin embargo, ese otro debe cumplir una función pasiva.

Quizás lo mejor de la propuesta sea la atmósfera creada con todos esos tintes de absurdo e, incluso, próximos al surrealismo, que divierten. Acentuado por los sonidos distorsionantes que ha empleado Camilo Catepillán y que favorecen el estado de confusión. Enseguida nos adentramos en esa manera de hablar tan sincopada y trastabillada, donde parece que se quieren orillar los aspectos importantes. Gente que ha caído en la superficialidad o que tan solo está pendiente de recordar su reciente experiencia sexual. Así se expresa, ante todo, uno de los hermanos, el que es acogido con gran desparpajo por Guilherme Sepúlveda, quien expele ciertas frases pornográficas que chocan frontalmente con el devenir de la trama. Igualmente sucede cuando resumen que unos ladrones han defecado encima de la mesa. Hablamos, en cualquier caso, de una familia enriquecida, donde Pablo Manzi y Paulina Giglio parecen, todavía, poner algo de sensatez, pues el cuarto de los hermanos ha sido un perdido entre el alcohol y las drogas. En este sentido, Carlos Donoso se manifiesta con una aquiescencia subyugante. Todos ellos conjugan unas interpretaciones briosas, que mantienen el pulso entre el histrionismo y la ridiculez.

La verdadera prueba de fuego para esa caterva de hipócritas está en la llegada sorpresiva de una quinta hermana, desconocida hasta el momento. Después de muchísimos años, van a encontrarse. Marcela Salinas encarna a esta mujer con una inicial postura de ingenuidad, mientras descubre la molestia que produce en ese hogar. Ella ha vivido mucho tiempo de jovencita en la calle. Es alguien pobre, que, de repente, se va a ver con un montón de dinero en su poder; porque sus congéneres no van a tener problemas en ayudarla en su pequeño proyecto. El punto más sugestivo, y donde el texto pergeñado por Manzi cobra más vigor, es cuando esta nueva componente ansía donar toda esa pasta a la iglesia de la que ella forma parte. Ahí la aporofobia se acrecienta más; pues, como señalaba antes, el marginal pierde su pasividad y pasa a la acción con la consecuencia de hacer sombra a los adalides de la solidaridad. En gran medida, la estética encuentra concomitancias con Trilogía negra, el grupo de piezas que ha estado dirigiendo Javier G. Yagüe en la Cuarta Pared.

Por otra parte, no creo que se enhebre demasiado bien en el argumento que las supuestas buenas obras de la empresa no se reflejen en algún comportamiento más claro de esta familia. Es decir, cuando nos relatan sus políticas de inclusión las podemos tomar llanamente como algo propio de unos potentados neoliberales que tienen una filosofía falsa de acción social. Algo así como el greenwashing en el área ecológica al que tantas industrias se quieren acoger, ya que tiene ese cariz moral tan beneficioso. No observamos una gran transformación en las actitudes de los personajes. Directamente al padre, que va en silla de ruedas y que se comunica desde la demencia, con alusiones cuasioníricas y esquizofrénicas sobre el arca de Noé (nombre de la empresa que sustituye a la otra, a Temis) y otras cuestiones bíblicas, ya lo vemos fuera de onda. Además, se percibe con rareza que Cristián Carvajal no represente la edad esperable del anciano; aunque su actuación contiene una inquietante posición evasiva. Seguramente hubiera sido suficiente con esta deriva; porque la introducción de unos seres mitológicos según avanza la función, como un cíclope, parece menos propicio o se desarrolla menos.

Andreína Olivari, junto al dramaturgista, dirigen el montaje con una combinación fértil de dinamismo, que potencia el humor; y de sostenimiento de toda esa extravagancia que remite a luchas más antiguas, a dialécticas con la barbarie.

Temis

Dramaturgia: Pablo Manzi

Dirección: Andreína Olivari y Pablo Manzi

Elenco: Marcela Salinas, Carlos Donoso, Paulina Giglio, Guilherme Sepúlveda, Cristián Carvajal y Pablo Manzi

Diseño integral: Felipe Olivares y Juan Andrés Rivera (Los Contadores Auditores)

Máscaras: O’Ryan Lab

Prótesis: Jocelyn Olguín

Música: Camilo Catepillán

Arreglos musicales: Daniel Marabolí

Jefatura técnica: Pablo Mois

Producción: Alessandra Massardo

Compañía Bonobo

Temis es una coproducción con Espacio Checoeslovaquia

Proyecto realizado con el auspicio del Fondo de Artes Escénicas

Con la colaboración de la Fundación Chile-España

Teatros del Canal (Madrid)

Hasta el 3 de noviembre de 2024

Calificación: ♦♦♦

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