Fernando Bernués dirige esta obra de Édouard Louis, donde se reitera su historia vital en el Teatro Español
¿No es esto exprimir a un valor seguro que incide en lo mismo? En los últimos tiempos, la editorial Salamandra ha conseguido que las «novelas» (o crónicas noveladas) de Édouard Louis también sean un éxito aquí en España, como lo han sido en Francia. El propio escritor ha estado en varias veces en nuestro país, ya sea para avalar la adaptación que realizó La Joven sobre Para acabar con Eddy Bellegueule, como para protagonizar directamente su Quién mató a mi padre, bajo la tutela de Thomas Ostermeier (este ya había llevado a las tablas Historia de la violencia, que es una narración con otra enjundia). Habría que decir que ahora cierra su trilogía sobre los avatares de su relación familiar; pero lo que uno lee, en verdad, es un fascículo sobre hechos más o menos consabidos. Un relato brevísimo e insignificante, tanto para los que conocen las anteriores obras, como para aquellos que se aproximan por primera vez. Puesto que es evidente que el texto, por su estructura, pediría una profundización mayor en alguna de las subtramas que se proponen.
Fernando Bernués, quien hace unos meses nos ha presentado Del color de la leche, nos propone una pieza de tan solo 52 minutos. Podría ser más que suficiente, qué duda cabe; a pesar de ello, pienso que el espectador que acuda con el «estilo Édouard Louis» traslucirá un episodio más. Trasladará, en definitiva, todas esas máculas indelebles de la clase social; ya que, si este autor resulta elocuente, es, ante todo, por esta posición diríamos que marxista. Sí, la clase sigue importando, y mucho. El asunto es que me cuesta observar este montaje como un acontecimiento válido en sí mismo o como una adenda de todo lo anterior. O sea, no sé qué aporta a lo ya sabido. ¿Si esto no vinera firmado por este novelista se hubieran propuesto llevarlo a escena?
Eneko Sagardoy se encarna en el susodicho protagonista. Este viene de comandar Tan solo el fin del mundo, de Jean-Luc Lagarce, que sería un antecedente de las concepciones que estamos manejando aquí. Creo que el actor carga de seriedad y melancolía la función; no obstante, se echa en falta algo más de languidez. Seguramente porque hemos podido ver al «auténtico» y entendemos su amaneramiento, ese que tantos problemas le causó. Es complicado imaginarse al personaje de esta manera. Sirve para ilustrar la distancia madre-hijo; pero no para dotar a este joven del bagaje emotivo que arrastra en su periplo desde Hallencourt, aquel pueblo de la zona industrial, hasta Amiens, para desembocar en París.
Aunque la pasarela central ─con las gradas a dos bandas─ procura más atención, lo cierto es que la iluminación, casi luz de sala, difumina cualquier intimidad. El otro aporte son dos pantallas enfrentadas para que se proyecte en ellas lo grabado en directo. Allí, contemplamos, fundamentalmente, el rostro de esa progenitora que, como indica el título, fue una de esas mujeres bandeadas por una sociedad machista, pobre e inculta. Casada en un par de ocasiones y con varios hijos de distinta ralea, mientras su muchacho más peculiar le oculta su vida en el colegio, donde era el «marica». Dificultades enormes para llegar a fin de mes y, en un momento determinado, la aparición fortuita de Angélique, alguien con formación universitaria, trabajadora de la red eléctrica en la región. Hablamos de cómo se forja una amistad entre ella y la madre. Toda una influencia que no se llega a desarrollar y que el lector (y el espectador) puede percibir como una deriva abandonada, cuando nos permitiría adentrarnos en un proceso de transformación psicológica esencial para el argumento.
Eva Trancón adopta una perspectiva un tanto ambigua, de cierta neutralidad entre alguien que podríamos asumir con rasgos lingüísticos algo descuidados, y una señora que va «refinándose», ahora que ha conocido a un hombre más aceptable. Insisto en que el narrador pretende, ante todo, señalar ese camino vaporoso que te destina a otro status, ese que está repleto de signos complejos que habitualmente se desentrañan y se detectan instintivamente.
El mismo autor lo afirma, y así se lo escuchamos en este espectáculo: «Me dijeron que la literatura nunca debía explicar… Me dijeron que la literatura nunca debía repetirse, pero yo quiero escribir la misma historia una y otra vez…». Por lo tanto, quizás, nadie deba llevarse a engaño.
Llegaremos a la capital francesa, donde la mamá emprenderá una nueva cotidianidad, más tranquila y más aburrida. Se anotarán algunos detalles sobre la relación con su hijo y se describirá una anécdota con Catherine Deneuve. Muy poco más. Seguimos, por lo tanto, en otro capítulo de esa metamorfosis de clase, de asunción de nuevos modos, de nuevos planes, donde las cuitas existenciales surgen porque se les otorga una posibilidad, una vez se aplaca la miseria.
Lucha y metamorfosis de una mujer
Autor: Édouard Louis
Dirección: Fernando Bernués
Traducción: José Antonio Soriano
Adaptación: Harkaitz Cano
Reparto: Eneko Sagardoy y Eva Trancón
Diseño de espacio escénico: Fernando Bernués
Diseño de vestuario: Ana Turrillas
Diseño de iluminación: David Bernués
Técnica: Acrónica Producciones
Música: Claire de lune (C Debussy)
Piano: María José de Bustos
Fotografía: Mikel Martínez
Producción: Paola Eguibar
Producción ejecutiva: Ane Antoñanzas
Administración: Maite Gorrotxategi
Una producción de Tanttaka Teatroa
Teatro Español (Madrid)
Hasta el 7 de julio de 2024
Calificación: ♦♦
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Un comentario en “Lucha y metamorfosis de una mujer”