Mariano Tenconi ha inventado una aventura de dos mujeres, una blanca y una india, recorriendo la pampa argentina

El relato de esta obra no debería ser una rareza; aunque lo sea para nuestra tradición; porque es un episodio más de una literatura sobre malones (esas incursiones sorpresivas de los indígenas en el Cono Sur, durante casi toda su historia) y cautivas (tal y como reseñó en su célebre poema épico Esteban Echeverría, con unos tintes románticos que también observaremos en escena). Quizás el argumento, más allá de sus variaciones originales, se carga de tópicos que se han explotado con frecuencia en el western americano. Lo más significativo de la propuesta de Tenconi es el pastiche. La combinación de subgéneros extraídos de la novela folletinesca y de quiosco, como la romántica, la erótica y hasta la pornográfica (no faltan descripciones detalladas de distintos encuentros sexuales y hasta de abusos); o la de aventuras con todo el remedo del gaucho, otro tópico habitual. La cuestión es que esa mezcla de influencias se expresa desde la fina parodia, acomodada por una ironía con algunos guiños metateatrales. Incluso, podríamos pensar en el cine más rudimentario, pues hay una apuesta escenográfica volcada con artificio, según ha ideado Rodrigo Gonzalez Garillo. La caída de unos sencillos telones con paisajes que valen para encuadrar las escenas, circunscritas a un estrado escueto en el centro de la sala. Todavía más, la música que se toca en directo ─el trabajo de Ian Shifres, un instrumentista vestido a la francesa ilustrada, aporta una ambientación muy sugerente─ favorece esa idea de evento emocionante contado con los mínimos medios.
En cualquier caso, la estructura de la función está determinada por una serie de monólogos donde abunda la narración. Así que resulta inevitable, aunque sea por afinidad, relacionar la filmografía de Mariano Llinás, concretamente Historias extraordinarias o La flor, tan desbordantes en su narrar. Su pareja, Laura Paredes, además de participar en otra cinta muy narrativa como Trenque Lauquen, acoge aquí, en el primer acto, el papel de Celine, una muchacha dispuesta para el casorio, con un miriñaque de por medio, y un tono, de inicio, algo finolis, aburguesado. Ante todo, predominará la vis cómica, bien ajustada a unos cauces comedidos, que la intérprete maneja estupendamente, como ya demostró en Petróleo, hace un par de años. Podríamos señalar, por otro lado, que los versos que va recitando son un puro disloque, ya que bastantes pareados se fuerzan para recalcar alguna gracia, se varían acentos para encajar una rima imperfecta o se aceptan anacronismos para lanzar algún exabrupto que conecte con nuestro hoy. Esa será la dinámica, muy ágil, y muy favorecida por las capacidades actorales de nuestra artista. El asunto radicará en que se verá salvada de una violación, pues se interpondrá su salvadora, una india que llamada Atala (en evidente referencia a la obra de Chateaubriand).
Fundido a negro. Toma el relevo Lorena Vega (la recordamos de los Imprenteros) e impone su voz honda, trascendente y de claro componente mítico, ataviada con un vestuario que parece otro pastiche, una fantasía, repleta de color y con pulseras de colores fosforitos, que ha diseñado con gran originalidad Magda Banach. Ella se hace llamar Mensajera y denomina a su protegida la Elegida. Uno entiende, entonces, el mecanismo de intercalación; a pesar de que sea la primera quien tendrá más texto. Hay que aceptar que es muy coherente y efectivo; porque no comparten una lengua y no podrían establecer un diálogo. Sus soliloquios son especulaciones interiores, pensamiento y, además, contienen la concatenación del suceso. En este último punto, sí que se da cierta antiteatralidad en cuanto que la peripecia va destinada a nuestra imaginación, pero que no se representa dramáticamente. La actriz se desenvuelve con una firmeza extraordinaria y ofrece un contraste muy poderoso. Sin embargo, insisto en que la ironía nos hace ver el acontecimiento como un jugueteo con los estereotipos consabidos que tanto se han exprimido en las películas más comerciales. Con ellas viajaremos por la pampa hasta encontrarnos con una familia gaucha; no obstante, también se nos remitirá, en el desenlace, a un hermoso encuentro espiritual que circunda el realismo mágico. Consiguen ambas una gran intensidad en la expresión de sus sentimientos, en sus afanes. Lo que no tengo tan claro es si los conceptos manejados aún hoy poseen vertebraciones políticas por aquellos lares de esta manera o si definitivamente se han transformado desde el mundo urbano posmoderno de la sociedad de consumo. El clasismo impera todavía, desde luego, en los países hispanoamericanos, no hay más que ver quién domina en cada grupo social; pero parece que esta pieza teatral se concentra más en la relación amorosa de estas dos mujeres, en la liberación de sus ataduras y en el cumplimiento de objetivos de mayor calado existencial. Desde luego, se disfruta, pues la factura general es notable.
Dramaturgia y dirección: Mariano Tenconi Blanco
Reparto: Laura Paredes y Lorena Vega
Música original en vivo: Ian Shifres
Diseño de espacio escénico: Rodrigo González Garillo
Diseño de vestuario: Magda Banach
Diseño de iluminación: Matías Sendón
Coreografía: Jazmín Titiunik
Producción (Teatro Futuro): Carolina Castro
Una creación de Compañía Teatro Futuro
Una producción de Complejo Teatral de Buenos Aires
Naves del Español en Matadero (Madrid)
Hasta el 21 de abril de 2024
Calificación: ♦♦♦
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Un comentario en “Las cautivas”