Calderón

Fabio Condemi nos entrega una versión de la obra de Pier Paolo Pasolini en un espectáculo demasiado estático

Calderón - Foto de Luca del Pia
Foto de Luca del Pia

Merece la pena revisitar la adaptación que realizó Guillermo Heras en la Sala Olimpia (ahora Teatro Valle-Inclán) en 1988. Un espectáculo más vigoroso que este que hallamos en los Teatros del Canal y que dirige Fabio Condemi. Demasiado plano, mortecino y poco motivador de todas las reverberaciones que Pasolini pone en juego en su texto. Claro que lo que falla sea hacerle caso al dramaturgo italiano en cuanto a su célebre Manifiesto por un nuevo teatro. Hoy se antoja un tanto caduco, antiespectacular, demasiado «teatro de la palabra». No niego, desde luego, que en el interior de los párrafos no se oculten abstrusas claves que deben desencriptarse; pero la plasmación de las imágenes, que no son pocas, se torna un tanto pacato para una pieza que supera las dos horas (los abandonos fueron constantes). En nada ayudan los estásimos (esas explicaciones del propio autor antes de cada acto; aunque, en realidad, la obra está dividida en dieciséis episodios) con esa luz de sala mortecina: «¡Únicamente las personas sanas y sin dolor pueden vivir de cara al futuro! Las demás ─enfermas y llenas de dolor─ se encuentran ahí, a medio camino, sin certezas, sin convicciones y quizás aún, por lo menos en parte, víctimas del conformismo y los dogmas de una historia aún más vieja, contra la que tanto combatieron; y, si después participan en las nuevas luchas, lo hacen sin confianza, sin optimismo, y con las banderas colgando como andrajos». Ciertamente, la carga política es muy alta y entrevera toda la función, pues no faltan las consabidas críticas a la burguesía de su tiempo. Ahora, ¿qué nos quiere decir el cineasta en esta compleja propuesta? Pues, en principio, ansía desenmascarar todos los aspectos simbólicos que se arrastran a lo largo de la historia, de cómo el teatro áureo reverbera hasta los años sesenta, con el golpeteo religioso y dictatorial del franquismo mientras ironiza con la esperanza de un mayo, el del 68, que vendrá como un revulsivo. Establece ─y esto es lo mejor─ todo un juego de espejos, una permanente mise in abyme, en una atmósfera onírica.

Varios sueños se montan unos dentro de otros. La protagonista es Rosaura, que será interpretada en cada una de las tres partes esenciales por una actriz diferente. A cada cual, con más entereza en sus extrañamientos, desde Matilde Bernardi hasta Giulia Salvarani pasando por Carolina Ellero. Ya desde el inicio, en el diálogo en la cama con su hermana Estrella, se establecen tríadas a partir de desdoblamientos. Una triangulación que se mantiene en la búsqueda, parece, de algún tipo de síntesis, con la tesis, como creencia surreal, y la antítesis, que pueda atisbarse fuera, en la realidad, en nosotros, los espectadores, a los que tanto se nos señala; no obstante, quizás estemos fuera del foco de aquella batalla político-cultural y nos regodeemos en otra similar.

En cualquier caso, regresan a su hogar burgués las hermanas, con Franco y un crucifijo de fondo. Vienen de El Prado. Hasta que llega Segismundo, un hombre con sangre judía que, casi de seguido, nos referencia a Buñuel, a Machado, a Unamuno, a Goytisolo y hasta la dirección completa de Alberti en Roma, como esencias de una España de preguerra que aún emanan, aunque sea desde el más allá, resistencia. Poco sacamos en claro de esa primera andanada, más allá de un extravagante enamoramiento. Él demuestra una metamorfosis política abrupta, desde el republicanismo antifalange a defender las atrocidades de Himmler. Emanuele Valenti lo encarna con cierta chulería y apostura donjuanesca.

De todas formas, la aparición de Las meninas y su posterior recreación en una especie de jaula, ya nos dispone a esa multiplicidad de las miradas. Los personajes están apelotonados y luego escaparán para continuar más allá. Sirve más como forma de remarcar hasta que punto el mismo Rey puede salir doblemente del cuadro, de su espejo y de la propia pintura, e insistir en la resignificación de los acontecimientos contemporáneos como posible engarce con un relato superior. Otro sueño.

Escena de más enjundia descubrimos en otro despertar de Rosaura, metida en una carcelaria chabola del arrabal barcelonés. La llegada de Pablito, un joven burgués que es empujado a desvirgarse, convierte el acto, a la postre, en una incestuosa perversión. Él funciona como uno de esos adolescentes de aquella época que repudiaba su propia clase, que llegó a odiar España y que romantizaba su «liberación» aproximándose al hampa, a los comunistas y a los desclasados. Léase justamente la poesía, por ejemplo, de Jaime Gil de Biedma, precisamente por aquellos andurriales en ese mismo año en el que nos encontramos: 1967.

Finalmente, resulta bastante tedioso el epílogo en la mesa (me recordó al Edipo Rey, de Sanzol), donde nuevamente Rosaura aparece sentada junto a Basilio. Antes nos han hecho contemplar alguna de esas célebres fotos en los barracones de los campos de concentración, como aquellas de Mauthausen tomadas por Francesc Boix. Otro largo sueño. Se escucha: «¡Sois libres!». Responde el rey: «Un sueño hermosísimo,… pero… en este momento comienza la auténtica tragedia… en cuanto a este de los obreros, no hay duda: es un sueño, nada más que un sueño»

Es evidente que La vida es sueño ─recordemos cómo la ha revisitado Declan Donnellan la temporada anterior─ es una obra universal e incuestionable como clásico. Somos españoles y necesitamos que los italianos, los ingleses hasta los germanos como Schopenhauer nos lo recuerden. La perspectiva de Pasolini está llena de significancias epocales; sin embargo, la mirada de Condemi no logra vivificarlas con poderío en nuestro presente. Demasiado estatismo.

Calderón

Autor: Pier Paolo Pasolini

Dirección y diseño de escenografía y vestuario: Fabio Condemi

Reparto: Donatella Allegro, Marco Cavalcoli, Bianca Cavallotti, Nico Guerzoni, Fortunato Leccese, Omar Madé, Giulia Luna Mazzarino, Caterina Meschini, Elena Rivoltini, Giulia Salvarani y Emanuele Valenti

Escenografía y dramaturgia de las imágenes: Fabio Cherstich

Vestuario: Gianluca Sbicca

Diseño de iluminación: Marco Giusti

Diseño de sonido: Alberto Tranchida

Asistente de dirección: Angelica Azzellini

Realización de escenografía: ERT scenography studio

Jefe de estudio de escenografía y carpintería: Gioacchino Gramolini

Carpinteros: Tiziano Barone, Davide Lago, Sergio Puzzo, Veronica Sbrancia, Leandro Spadola

Decoradores: Ludovica Sitti con Sarah Menichini, Benedetta Monetti, Bianca Passanti, Martina Perrone

Piezas de hierro realizadas por: Falegnameria Scheggia

Asistente proyecto escenográfico: Greta Maria Cosenza

Realización de vestuario: Piccolo Teatro di Milano – Teatro D’Europa

Director técnico: Massimo Gianaroli

Rediguría: Lorenzo Martinelli / Claudio Bellagamba

Tramoyistas: Rebecca Quintavalle/Veronica Sbrancia y Davide Lago

Utilería: Benedetta Monetti

Electricistas: Giuseppe Tomasi / Camila Chiozza

Técnico de sonido:  Alberto Tranchida

Encargadas vestuario: Elena Dal Pozzo / Eleonora Terzi

Documentación de vídeo: Lucio Fiorentino

Producción: Emilia Romagna Teatro ERT / Teatro Nazionale, LAC Lugano Arte e Cultura

En colaboración con: Associazione Santacristina Centro Teatrale

Dentro del proyecto «Come devi immaginarmi» (How you should imagine me), dedicado a Pier Paolo Pasolini

Fotos: Luca Del Pia

El espectáculo se realiza dentro del proyecto internacional «Prospero Extended Theatre», gracias al apoyo del programa «Europa Creativa» de la Unión Europea

Agradecimientos: Acondroplasia Insieme per crescere Onlus

Reproducción de Las meninas de Diego Velázquez: archivo fotográfico del Museo del Prado (Madrid)

Teatros del Canal (Madrid)

Hasta el 25 de febrero de 2024

Calificación: ♦♦

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