Nuestros actos ocultos

Una obra con aire de thriller firmada por Lautaro Perotti, que se representa en el Matadero con Carmen Machi de protagonista

Nuestros actos ocultos - Foto de Vanessa RabadeAunque Lautaro Perotti es uno de los firmantes en la adaptación de la novela Rabia, que hemos saboreado hace unos meses; lo cierto es que debemos comparar el espectáculo que nos compete con su obra Cronología de las bestias (2018). Vuelve el misterio, parte de ese elenco y, también, para nuestra desgracia, las explicaciones absolutamente innecesarias. Porque este es un criterio al que no renunciaré jamás. El dramaturgo (más el director, todavía) debe mostrar, no debe contar. Es decir, los personajes viven, se expresan de distintos modos, insinúan, lanzan sus rencillas, etcétera; pero no se dedican a destripar los conflictos para que el espectador reciba un argumento mascadito. No. El respetable debe involucrarse intelectual y emotivamente descubriendo causalidades dentro de una atmósfera.

Otro asunto es el vaivén de saltos temporales. Tan abrupto, tan fulgurante y tan repleto de escenas mínimas y nimias, que no ha quedado más remedio que indicar en el piso si estamos en el ahora, seis meses antes o 2 años más atrás. ¿A qué tanto movimiento si no se les da aire a los intérpretes? Así ocurre cuando nos situamos en su presente. Pongamos que nos encontramos en un psiquiátrico y que Azucena está siendo entrevistada. Lo que se ofrece en pocas líneas es confusión, y esta se repite en varias ocasiones sin que avance el tema.

En cualquier caso, lo que sí se atisba es un trío de caracteres peculiares que apetece conocer. Y por eso es una pena que no se elaboren sus biografías con algo más de profundidad; para que no nos quedemos en el mero análisis psicoanalítico. Así, al principio, nos hallamos en una carretera cualquiera, apartada de todo, con un estropeado Seat 133 azulón, con un cuerpo envuelto en un plástico… Elena, una joven cargada de nerviosismo, que Macarena García acoge con su habitual delicadeza, para luego marcar una furia contenida, llama por teléfono para pedir ayuda. Enseguida viene su madre (ambas acaban de triunfar en La Mesías. También aquí se odian), una Carmen Machi socarrona, desfasada, una pianista cabaretera y alcohólica, que se permite un sagaz humor negro que nos deja las mejores frases de la función. Nuevamente espléndida, marcando los tiempos de un montaje que requeriría muchísimo más de su apostura. Con creces, el papel más interesante, merecería hasta que la obra se llamara por su nombre, y no ese insulso Nuestros actos ocultos, que carece de metáfora. Lo acompaña Patri, ese tío que lleva viviendo con ella toda la vida, una adopción de esas sui géneris, como de otra época (la que debemos suponer). Un muchacho discapacitado, con la muleta siempre en la mano y una cojera imborrable, quizás con una leve deficiencia mental, provocados por un parto complicado. Un buen chaval, fiel, ordenado, responsable y cariñoso, dispuesto a agradecerle a esa familia todo lo que han hecho por él. Santi Marín pone mucha entereza en su actuación, resulta muy creíble y no se descompone en ningún momento. Tanto es así que accede a la petición de su «hermana», o sea, «colaboración» para quedarse preñada. Y es que el marido de esta, que yace muerto debajo de esos plásticos, tras una supuesta paliza después de un atraco, era incapaz de fecundar. ¿Hasta dónde es capaz de llegar una mujer que se ha obsesionado con la maternidad? Efectivamente. No hace falta que se lo revele. Ya lo hará ella con una frase catastrófica.

Todo este meollo se recrudece y se reitera con algunas escenas representadas en los laterales. Yo creo que esos recodos que ha ideado Elisa Sanz son un poco pegote ─estropean la hiperrealista zona central─ y no parecen adecuados para la sala grande del Matadero, la cual ha multiplicado butacas situando otra grada enfrente. Una habitación minúscula y un camerino de parecido tamaño que no permiten vislumbrar ningún detalle. Tampoco se entiende, en la dirección de Perotti, que ese automóvil se desplace a empujones de un lado a otro, y menos si lo hace un tipo cojo.

En fin, una pieza breve que parece que podría despegar con esa tríada estrafalaria, con toques de marginalidad. Individuos dependientes, que reclaman cariño, que exigen respuestas imperiosas a su angustia particular, expresada cada uno a su modo. Sería cautivador en ellos encontrar una historia más elaborada, no esta especie de relato embarullado sin necesidad.

Nuestros actos ocultos

Texto y dirección: Lautaro Perotti

Reparto: Carmen Machi, Macarena García y Santi Marín

Diseño de iluminación: Juan Gómez-Cornejo (AAI)

Diseño de espacio escénico: Elisa Sanz (AAPEE)

Diseño de vestuario: Lua Quiroga Paúl (AAPEE)

Videoescena: Emilio Valenzuela (dLux.pro)

Diseño de sonido: Enrique Mingo

Ayudante de dirección: Juan Diego Vela

Residente de ayudantía de dirección: Teatro Español Paul Alcaide

Una coproducción de Timbre 4, Mamá Floriana SL y Teatro Español

Naves del Español en Matadero (Madrid)

Hasta el 3 de febrero de 2024

Calificación: ♦♦

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