La compañía Noviembre Teatro insiste con otra obra de Rojas Zorrilla para acercarnos una de sus comedias más cínicas

¡Qué distinto cadencia y tono tiene esta propuesta de Noviembre Teatro frente a aquella tan divertida de Entre bobos anda el juego! Verdad es que aquella era comedia de figurón y esta de Abre el ojo (o Abrir el ojo) sea de costumbres. Aunque se quiera proceder con el vaivén del vodevil, lo cierto es que uno ve el esquema demasiado marcado casi desde el principio. Y luego, encima, se resuelve el asunto en un pispás, o en dos; porque el epílogo se acopla con premeditación.
En cualquier caso, Eduardo Vasco ha dirigido esta función con medida y con orden para no caer en estridencias y en revoltijos; a pesar de que no se haya resistido a colarnos una gracieta en la loa inicial (repetida en el desenlace) sobre nuestras nuevas identidades sexuales y sus consiguientes expresiones lingüísticas (ya saben, el género fluido y otras tantas variedades). Hubiera encajado esa deriva con más agrado, si la humorada general fuera mayor; pero creo que el desarrollo de los caracteres está un tanto apagada e, incluso, estereotipada. El único de los personajes que resulta peculiar, y que se sale de lo esperado; ya que se maneja con una mezcla de avidez y tontuna, de picaresca y de estulticia donjuanesca a partes iguales es don Julián, con un Alberto Gómez Taboada muy resolutivo en esta ambigüedad.
Diríamos, además, que viene este montaje en una continuación muy coherente de las Mañanas de abril y mayo, de Calderón, que se representó hace unos meses en el mismo escenario del Fernán Gómez, que lanzaba un tema similar. Si aquella era de 1632-33, esta es de 1640. También en contraste, Abre el ojo muestra un cinismo en las mujeres que no nos debe pasar desapercibido. ¿Dónde queda el honor? Nos deberíamos preguntar. Si acaso lo que se busca es una adoración, alguien que mantenga álgido el narcisismo y lo alimente; y que otros, con un calendario bien diseñado, la agasajen con todo tipo de bienes materiales. Así es, en definitiva, la interesada doña Clara, quien no esconde sus armas de seducción. Elena Rayos impone unos modos muy elocuentes en esa hipocresía que la convierten en la más protagonista de este juego coral. Ella goza de su modus vivendi más o menos controlado hasta que se le van acumulando los quehaceres y las ambiciones entre tanto amante. Seguramente el problema radique en que sus pretendientes no están a la altura y no podemos considerar a ninguno de ellos como sobresaliente. Si nos fijamos en don Clemente ─Rafael Ortiz convence con esas dudas que su papel requiere frente a sus rivales ─, que parece que es quien lleva la voz cantante desde el inicio, quien da muestras de mayor galanura; al final no va a demostrar un empaque solvente ni siquiera frente a esos tipos verdaderamente inferiores, como ese tontorrón y vejete de Juan Martínez Caniego, que se presenta como regidor de Almagro, de maneras algo tozudas, que Jesús Calvo interpreta con cachaza a la espera de su oportunidad. La auténtica falta hombría de estos tres mequetrefes se comprueba absolutamente en ese duelo que acometen y que es un descacharre; quizás lo más festivo del espectáculo.
La comicidad también va, como no podía ser de otra manera, con el criado Cartilla, que encarna un Manuel Pico muy campechano y ágil en su dicción, humillado más si cabe por los mandobles que le ha encetado el tal don Julián sin venir mucho a cuento. Con él se ve que la diferencia entre los de abajo y los que se supone que están arriba no es demasiada en coraje. Le da cobertura Marichispa, que acoge Anna Nácher con mucha soltura y credibilidad. Los sirvientes terminan por ser los más realistas dentro de esa confabulación sin fin.
Sí considero que se quedan un tanto desenganchados los papeles de doña Hipólita, que posee buenas líneas en los primeros embates y que Celia Pérez despliega, con esa angustia de los celos tan fundados como impenitentes, con solvencia. Tampoco acaba se insertarse con potencia en la trama doña Beatriz, antigua amante de don Clemente (con entresijos judiciales de aúpa), aunque Mar Calvo le imprima energía y seriedad.
Lo que sí funciona con excelencia es el vestuario de Lorenzo Caprile, pues no hay más que observar el atuendo de las damas, tanto el corpiño que porta Rayos como el conjunto en negro y abigarrado que luce con elegancia Celia Pérez. También resulta muy beneficioso para el ritmo de la propuesta la escenografía de Carolina González con esas dos viviendas solapadas en una plataforma giratoria. Son, sin duda, sencillas; pero nos transportan de un lugar a otro con gran velocidad.
Una pieza abreviada, que apenas llega a los noventa minutos, que tiene como novedad ese empeño egocéntrico y algo desencantado de la vida y que, a la postre, es algo melancólica, pues esta pelea de perros y de gatos, de hombres y de mujeres, no alcanza el entendimiento y se destina, como sabemos, a la eternidad. Por lo demás, un entretenimiento.
Autor: Francisco de Rojas Zorrilla
Versión y dirección: Eduardo Vasco
Reparto: Rafael Ortiz, Elena Rayos, Alberto Gómez Taboada, Manuel Pico, Jesús Calvo, Celia Pérez, Mar Calvo, Anna Nácher y Daniel Santos
Maestro de armas: José Luis Massó
Música y canciones: Eduardo Vasco
Iluminación: Miguel Ángel Camacho
Vestuario: Lorenzo Caprile
Escenografía y atrezo: Carolina González
Noviembre Compañía de Teatro
Teatro Fernán Gómez (Madrid)
Hasta el 29 de octubre de 2023
Calificación: ♦♦
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Un comentario en “Abre el ojo”