La comedia de los errores

Andrés Lima y Albert Boronat ponen mucho ritmo a una de las obras más endebles de William Shakespeare

TEATRO por el Fotografo Pablo Lorente
Foto de Pablo Lorente

Solo desde la locura y desde el desenfreno se puede enfocar esta obra de Shakespeare. Así lo entendieron los Propeller, cuando nos visitaron en 2011. No lo enfocaron así Alberto Castrillo-Ferrer y Carlota Pérez-Reverte con La comedia de los enredos que presentaron en el Matadero en 2016. Y es que esta obra que, como es sabido, se apoya en Los Menecmos de Plauto; recoge toda la tradición de las novelas bizantinas o griegas con esa cantidad de anagnórisis inverosímiles. Albert Boronat, responsable de la versión, ha intervenido el texto hasta el punto de favorecer un show directo, donde el público es plenamente partícipe; y en el que disciplinas más contemporáneas se ponen en perfecta organización para el disfrute del personal. Bajo estas premisas, Andrés Lima (tiene en estos momentos en cartel también Asesinato y adolescencia) se mueve como pez en el agua, pues a él le priva el jolgorio y lanzar a su elenco por los derroteros del exceso. Ambos creadores, que llevan trabajando juntos durante los últimos años, han aceptado el desafío de jugar y de imponerse ciertas trabas para que los errores y las equivocaciones se multipliquen para que nuestra propia confusión se conjugue con una demostración de los avatares inciertos del destino y de la experiencia vital. Quizás sea esa la única lección que uno puede extraer de validez en este vodevil, donde la falibilidad deja a los personajes (y a nosotros mismos) en un estado lamentables. Así somos y no hace falta recurrir a efectos ópticos muy sofisticados.

¿Cómo llevar a cabo esta función con seis actores cuando, en realidad, se exigiría el doble? Pues recurriendo a un técnico de los propios Teatros del Canal para que les eche una mano y, sobre todo, con un intercambio de vestimenta y de caracteres fulgurante. Seis tíos preparados para dejarse arrastrar en un ritmo imparable que deleita a los espectadores. ¿Y las explicaciones que se suceden en los micrófonos? Las justas y necesarias para que aún sea todo más risible.

Nos situamos en Éfeso, allí Egeonte, un mercader, quien ha perdido en un naufragio a su esposa, a uno de sus hijos gemelos y a uno de sus sirvientes, también gemelo, se ve en el brete de pagar una multa según dictaminan las leyes del lugar; el tema es que no cuenta con suficiente dinero. A partir de ese instante los vaivenes nos destinan a una suerte de mezclas entre lacayos y señores, esposas celosas y hermanas cazalleras; pues toda la familia se ha encontrado por fin, aunque todavía no lo sepan. Sin faltarnos, incluso, una monja dentro de un convento. Nadie que observe tal caos podrá, a ciencia cierta, determinar quién es quién en cada momento. He ahí la gracia del asunto.

Para que el espectáculo permanezca más en nuestra memoria, antes de que caiga en la intrascendencia, la música y el baile se convierten en un elemento vertebrador de gran calibre. Un modo de reunir al grupo en distintas escenas para que la disgregación no les lleve a la perdición dramatúrgica. Un gran acierto que favorece una complicidad extraordinaria de los actores, cuando se salen de sus personajes para tomarse, si cabe, unas cervezas con el respetable y descansar un poco. Sirtaki y mucho dance para modernizar pertinentemente un montaje que se nos presenta estéticamente con unos tipos vestidos con la indumentaria tradicional que hoy podemos encontrar en Grecia. Polainas, fajas y bombachas más un fez. Luego, además, las vestimentas de mujer que se calzan. Y sus bigotes y sus barbas; porque todo debe imperar como masculino más allá del rol y, también, como forma de igualación.

Por encima de todo, este espectáculo marcha por su elenco, donde todos tienen una participación muy activa y eficiente. Cada uno saca de sí su lado más cómico. Algunos, como Rulo Pardo, nos tienen muy acostumbrados a su tono punzante y aquí sobre sale al encarnar a Luciana, la hermana de Adriana, esta, a su vez, nos deja a un Avelino Piedad efusivo, y que me ha parecido de los que más sobresalen. Puesto que cuando baila ofrece un domino y una expresividad desbordante. Luego, derivamos hacia el sainete con Esteban Garrido, quien exprime su acento andaluz para propiciar el gracejo más chabacano. Sorprende Fernando Soto con una disposición muy alegre, además de plantarse con su habitual seguridad sobre el escenario en su intercalación de los dos gemelos Antífolo en cuestión. Mientras que Antonio Pagudo se queda con el más avispado de los criados de nombre Dromio para mostrar su agilidad en otros papeles. Finalmente, Pepón Nieto, quien al principio acoge a Solino, el duque, termina por comandar a toda la compañía.

El enredo no da para más. Buscar cualquier trascendencia más allá del divertimento es una tarea baldía. Uno pasa la tarde y se carcajea con las payasadas y las correrías, con las salidas de tono, con los travestismos y con los guiños al público. Andrés Lima y Albert Boronat mejoran una de las obras más flojas de Shakespeare. Poco más se puede hacer.

La comedia de los errores

Dirección: Andrés Lima

Versión: Albert Boronat

Reparto: Pepón Nieto, Antonio Pagudo, Fernando Soto, Rulo Pardo, Avelino Piedad y Esteban Garrido

Ayudante dirección: Laura Ortega

Diseño escenografía: Beatriz San Juan

Diseño vestuario: Paola Torres

Diseño iluminación: Pedro Yagüe

Espacio sonoro: Sergio Sanchez Bou

Una coproducción del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida y Mixtolobo

Teatros del Canal (Madrid)

Hasta el 22 de octubre de 2023

Calificación: ♦♦♦

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3 comentarios en “La comedia de los errores

  1. A mi me parece una representación malísima, ¡qué manera de estropear una obra clásica!, donde pocos actores tienen que representar varios papeles, y las mujeres con bigote, lamentable espectáculo, histriónico total, falta de decorados y buen gusto, música sin sentido y que no pega con la obra, carencia de actrices de verdad en una obra que las merece…, no se lo aconsejó a nadie pues en pocas ocasiones he gastado mi dinero y mi tiempo en algo que merezca tan poco la pena…, pero entiendo que hay gustos para todo…

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