Farm Fatale

Philippe Quesne trae al Teatro Valle-Inclán este cuentecillo ecologista protagonizado por cinco espantapájaros

Farm Fatale - Foto de Martin Argyroglo
Foto de Martin Argyroglo

Existe una línea de pensamiento que parte —podríamos ir más atrás— de Rousseau —ampliamente mal interpretado—, que se situaría en esa sintonía entre la bondad intrínseca del ser humano y la propia naturaleza —sobre todo aquella que nos resulta cordial y que no debe ser amoldada a nuestras necesidades perentorias—, y llegaría hasta nosotros con esas experiencias de anarquistas primitivistas que acogen pueblos olvidados para confiarse a la renovación agrícola (que no ganadera) a la espera de que el clima contribuya idílicamente. Sumemos por el itinerario a los luditas, a los fans de Thoreau, a los hippies o a cualquiera de esos grupos que caen sin remisión en la falacia del argumentum ad naturam.

Este Farm Fatale de Philippe Quesne puede dejar descolocado a cualquiera; porque debe ser que oculta un mensaje de mayor enjundia. O no, que será lo que tendremos que pensar después de rascar donde no hay. Un cuento infantil, lento y afortunadamente corto. Sin trabazón aceptable entre proclamas ecologistas, ataques sesgados contra la industria agroalimentaria y cancioncillas para el entretenimiento del personal.

No diremos que el grupo de música que configuran estos espantapájaros postapocalípticos son una especie de Slipknot edulcorado; pero realmente posee su parte terrorífica. Principalmente, puesto que las voces distorsionadas nos destinan directamente al cine gore. La cuestión es que somos imbuidos en un montaje moroso, que arranca en esa caja blanquísima, como si los personajes se situaran paradójicamente en una coordenada espacio-temporal desconocida y fuera de su hábitat: el campo. Comprendamos, quizás, que la vida solo es posible en esa asepsia. Unas cuantas pacas decoran el lugar, para lanzarnos de una forma artificiosa a los orígenes de esos individuos. Grabaciones de aves, micrófonos repartidos por acá y por allá, y algo así como un rap naíf. El preámbulo se alarga sin remisión hasta que nos va llevando hacia la configuración de una comuna dentro de un gran armatoste que se introduce para clarificarnos el asunto. Esos cinco espantapájaros, como supervivientes de un mundo «pecaminoso» que ha quedado atrás, serán los responsables —a partir de unos gigantescos huevos— de iniciar una nueva civilización más respetuosa con el ambiente, sin glifosatos ni transgénicos.

El activismo de estos payasos de comicidad amable se disuelve entre frases inconexas de crítica a un pasado cruel. La radio que han creado les permite emitir sonidos de los animales que han desaparecido, mientras relatan la muerte de esos latifundistas y sus terruños, donde ellos se ocupaban de estar bien quietecitos asustando a los pájaros. Su «Stand by Me» se convierte en un himno, mientras uno de ellos, llamado Pécuchet, nos hace recordar la novela de Flaubert para insistir en esa visión ingenua de los ignorantes que parecen discurrir por la vida desde la tabula rasa. Algún juego de palabras como el «Bee or not to bee», nos diseña el dilema ante un futuro sin abejas. El cartel Umleitung, entonces, potencia el símbolo de desvío hacia no se sabe dónde. Todo resulta tan deslavazado que más parece una instalación de arte conceptual para que reflexionemos sobre la contaminación y nuestro inevitable camino al desastre.

Quizás el hecho de que haya elegido precisamente a los espantapájaros sea en sí la gran idea, la gran metáfora que no exprime al máximo. Puesto que, al igual que ocurría en El mago de Oz, con ese hombre repleto de paja que se encuentra Dorothy clavado a una estaca, que carece de cerebro y que ansía tener uno, nuestros personajillos también parecen partir de la inopia. Si ellos deben ser los tipos virginales con los que comenzar de nuevo, queda aún más claro que, en el fondo, posee un plan religioso de refundación, de regreso al paraíso para conservarlo como Dios manda.

Evidentemente, Quesne auspicia esas doctrinas que nos plantean una historia donde la arcadia ha sido real y factible, donde todos esos campos estériles que han propiciado hambrunas nunca han existido. Verdaderamente cuesta sacar algo en claro de una propuesta así; porque parece inmadura tanto en lo dramatúrgico —demasiado simples y básicos los procedimientos— como en el contenido, que no parece contemplar razones que hoy tildaríamos de pinkerianas y aceptarían que, en muchos aspectos, estamos mejor que nunca (no entraré en tan complejo meollo) o que, al menos, algunos problemas han sido resueltos.

Farm Fatale

Creación y dirección: Philippe Quesne

Dramaturgia: Camille Louis y Martin Valdés-Stauber

Reparto: Léo Gobin, Sébastien Jacobs (parte creada por Stefan Merki), Nuno Lucas (parte creada por Damian Rebgetz), Anne Steffens (parte creada por Julia Riedler) y Gaëtan Vourc’h

Escenografía: Philippe Quesne

Iluminación: Pit Schultheiss

Sonido: Robert Göing y Anthony Hughes

Colaboración vestuario: Nora Stocker

Colaboración escenografía: Nicole Marianna Wytyczak

Máscaras: Brigitte Frank

Fotografía: Martín Argyroglo

Producción: Vivarium Studio

Producción de la creación: Münchner Kammerspiele – Munich y Théâtre Nanterre Amandiers, Centre Dramatique National

Producción de la gira: Vivarium Studio – Charlotte Kaminski

Teatro Valle-Inclán (Madrid)

Hasta el 29 de enero de 2023

Calificación:

Puedes apoyar el proyecto de Kritilo.com en:

donar-con-paypal
Patreon - Logo

Anuncio publicitario

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.