Mio Cid

José Luis Gómez declama con mesura el célebre cantar en un montaje repleto de sencillez en el Teatro de La Abadía

Mio Cid - FotoEl Cid está de moda en los últimos tiempos, quizás para despojarlo de hálitos franquistas. O quizás no. Porque entre «imperiofilias» e «imperiofobias», la disputa de nuestro ser nacional sigue vigente. El caso es que, entre el Sidi, de Pérez Reverte, y la serie de Amazon, este espectáculo de José Luis Gómez parece que redunda en esa vuelta recurrente al gran mito castellano. Lo que a bote pronto me chirría es que se subtitule «juglaría para el siglo XXI»; puesto que yo creo que este montaje tiene muy poco de lo que implicaba aquel mester. Esta propuesta parece un acercamiento zen, como si en lugar de un caballero burgalés, tuviéramos a un samurái pretendiendo ilustrarnos acerca de la austeridad, de la sencillez y de unos valores esenciales como el honor. Resulta complicado seguir escuchando el Cantar (me refiero al Bachillerato) no solo por las dificultades lingüísticas, sino por el inverosímil tratamiento propagandístico que posee, tanto en el sentido religioso como político; cuando nosotros somos lectores mucho más avisados, que aquellos oidores de antaño. Diferenciar entre el poema épico y lo que sabemos por las crónicas, resulta esencial para desmontar la leyenda, si no queremos contentarnos con la ficción literaria y encontrar otras «utilidades». El Poema de Mio Cid es evangelizador; puesto que nuestro héroe está inspirado por Dios y demuestra unas virtudes enteramente teologales. Además, y, sobre todo, promulga una serie de «verdades» políticas; pues el pueblo debe enterarse de que, gracias al Campeador, el infiel está siendo derrotado. Pero, claro, nosotros no podemos obviar que fue un mercenario y que se vendió al mejor postor, incluidos los propios moros; o que fue desterrado en dos ocasiones, no solamente una, como aparece en el texto que nos compete. Es más, en los últimos años, hasta el propio Vellido Dolfos ha sido rehabilitado como héroe, como así se refleja en el Portillo de la Traición de Zamora, ahora tornado en Lealtad. En conclusión, la épica y la historia se han seguido empleando con fines partidistas, nacionalistas o idealistas. Por eso nos acercamos de manera muy distinta a los avatares de este célebre personaje. Lo que ha pretendido José Luis Gómez —y casi logrado— es trasladar a escena un espíritu a través de los tiempos, un chispazo de las espuelas, un hálito bélico y honorable con los que se ensueñan las naciones para asentarse con poderío en la expulsión de los enemigos. Vivimos también momentos de enmiendas históricas, de revisionismos moralistas; pero lo cierto es que los pueblos siempre han requerido alimentar su imaginación y su esperanza para sobrevivir. Por eso resulta muy pertinente el empeño del actor en traernos las tiradas que agrupan los tres mil setecientos treinta y cinco versos en ese castellano medieval de la copia que conservamos, y que seguramente sea de principios del siglo XIII. La jota como si fuera una ‘y’, o todas esas efes iniciales que se ensordecerán en las haches, entre arcaísmos que cuesta «traducir» a nuestro español; pero que indudablemente nos remiten a una época remota, a una forma rústica de versificación, con esas distintas extensiones entre la cesura que divide los hemistiquios, con esas rimas tan caprichosas en asonante y que, aun así, consiguen evidenciar una viveza singular. No diremos que Gómez transmite un exceso de esa presteza; porque su tono es muy austero, y yo pienso que es lo más coherente, que eso le da hondura, que a nosotros no nos tiene que convencer como a un público analfabeto. Las apelaciones ya no se dirigen a nosotros, sino que se difuminan en el aire. En cualquier caso, la propuesta es embriagadora; ya que consigue trasplantarnos desde la oscuridad de lo ignoto a la tristeza del héroe cuando llora —recordemos el famoso pleonasmo del primer verso— mientras abandona la ciudad en el cantar inicial, el que delimita el destierro; o a la bravura al ganar Valencia; o, directamente, traslucir cómo recupera en dos ocasiones el honor perdido —el gran tema del poema—, tras el perdón del rey y tras la afrenta de Corpes, cuando los infantes de Carrión reciben su merecido por el agravio cometido a las hijas de don Rodrigo. Desde luego, creo que el aspecto más controvertido es el hecho de que José Luis Gómez decida que debe romper la cuarta pared y aleccionarnos o entretenernos entre acto y acto. La atmósfera, concisa —con esa proyección tan elocuente de sombras que deambulan por la propia Abadía, que Jorge Vila ha insertado con mimo—, y sonora, con la musicalidad y los sonidos tan afinados y pertinentes que va recreando Helena Fernández Moreno; se desvanece delante de nuestros ojos. Para mí no tiene sentido, y creo que el autor ha debido pensar que el público se espantaría con ese lenguaje algo alejado de nuestro español actual. Y sobre el lenguaje, precisamente, nos relata su propia experiencia, haciendo un símil sobre cuando tuvo que aprenderse en alemán el monólogo de Segismundo. Pero más raro se hace escuchar la amabilidad con la que trata al Cid fuera —parece— del personaje, como alguien bondadoso, dedicado fundamentalmente a conseguir el sustento a los suyos. Ya digo que sería una visión un tanto hagiográfica que únicamente es «creíble» literariamente. En cualquier caso, los interludios didácticos y «suavizadores» del acontecimiento plenamente dramatúrgico pueden desengancharnos. Imaginemos este Mio Cid sin esas interpolaciones y la coherencia es inapelable. Cuando se aleja de su ser como académico Z y vuelve al papel protagonista, al anciano sabio que, cual médium, nos retrotrae al fragor, encontramos la candidez en el gesto, la cadencia que reverbera con todas las fórmulas épicas («que en buena hora ciñó espada») y nos convence en su expresividad de narrador.

 

Mio Cid

Dirección e interpretación: José Luis Gómez 

Dramaturgia: Brenda Escobedo y José Luis Gómez

Música: Helena Fernández Moreno

Ayudante de dirección: Álvaro Nogales

Asesoría de movimiento: Mar Navarro

Ambiente sonoro y videoescena: Jorge Vila

Iluminación: Raúl Alonso (AAI)

Teatro de La Abadía (Madrid)

Hasta el 10 de octubre de 2011

Calificación: ♦♦♦

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